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Chapter 64 - Episodio 64: Hecho derecho

Seis años habían pasado desde aquel encuentro que dejó una cicatriz en la relación entre Nerumi y Nagatchi. Ahora, Nerumi, con 28 años, había madurado enormemente, aunque las secuelas de su pasado seguían presentes. Había regresado al camino del heroísmo, esta vez acompañado por sus viejos amigos, Ivan, Misa y Sanbs. Juntos formaban un equipo sólido, con un objetivo común: proteger a los inocentes y enmendar los errores del pasado.

Mientras tanto, Nagatchi había encontrado algo de paz, o al menos eso parecía desde afuera. Había elegido mantenerse alejado de los conflictos y vivía en una región tranquila, cuidando de Katsuro y las dos niñas que había salvado años atrás. Katsuro, bajo su propia voluntad, se dedicó por completo a entrenar a las jóvenes en una habitación especial diseñada para potenciar sus habilidades. Ahora, con 18 años, ambas se habían convertido en jóvenes fuertes e independientes, capaces de defenderse por sí mismas, aunque Katsuro seguía vigilándolas de cerca.

Nagatchi pasaba sus días observando en silencio desde las sombras, siempre atento, aunque sin intervenir demasiado en la vida de Katsuro y las niñas. Era evidente que, aunque el tiempo había pasado, las maldiciones que Anubis les había impuesto seguían marcando sus vidas. Nagatchi, con sus características felinas aún presentes, se había acostumbrado a su nueva forma, pero la marca de su pasado seguía pesando en su alma.

Nerumi, por su parte, no podía evitar pensar en su antiguo amigo. Había noches en las que se quedaba despierto, mirando por la ventana de su oficina, preguntándose si Nagatchi había cambiado o si aún seguía con su mentalidad de justicia extrema. Aunque había tratado de dejarlo atrás, una parte de él seguía buscando respuestas. ¿Podría Nagatchi ser salvado de sí mismo? ¿O ya era demasiado tarde?

La tensión entre ambos mundos era evidente, aunque ninguno de los dos lo admitiera abiertamente. Por un lado, Nerumi y su equipo trabajaban incansablemente para reconstruir lo que se había perdido. Por el otro, Nagatchi vivía como un espectador de su propia vida, cargando con el peso de las decisiones que había tomado. Ambos sabían que sus caminos volverían a cruzarse eventualmente, pero por ahora, el tiempo seguía corriendo, dejando que las heridas cicatrizaran... o se profundizaran aún más.

Nagatchi, sentado en un cojín frente a un espejo, dejaba que Deyci y Mariana jugaran con su cabello mientras le hacían coletas desordenadas. Su rostro, usualmente serio y reservado, ahora mostraba una expresión cálida y relajada, algo que solo las dos jóvenes podían sacar de él. Mariana, con curiosidad en sus ojos, rompió el silencio:

—Padre, ¿por qué tú y Nerumi no se hablan?

Deyci, siempre más directa, agregó mientras ajustaba una coleta:

—Sí, ¿que no eran buenos amigos?

Nagatchi se quedó en silencio por un momento, su mirada reflejando un cúmulo de emociones. Sus ojos, con aquel brillo felino, parecían mirar más allá del presente, recordando aquellos días en los que él y Nerumi compartían un lazo tan fuerte como indestructible. Sin embargo, no dejó que esa melancolía invadiera el momento. Con una sonrisa cálida, aunque un poco melancólica, respondió:

—Sí, somos muy buenos amigos —dijo con tranquilidad, inclinando la cabeza un poco para que Mariana pudiera terminar la coleta—. Solo que estamos distanciados, eso es todo.

Mariana lo miró con una mezcla de escepticismo y preocupación. Aunque no entendía todos los detalles, sabía que había algo más detrás de esas palabras.

—¿Y por qué no lo visitas? —preguntó Mariana, inocentemente, mientras ajustaba la última coleta.

Nagatchi se levantó con calma, observando su reflejo en el espejo y dejando escapar una risa suave al ver su cabello lleno de coletas desiguales. Luego se giró hacia ellas, poniéndose de cuclillas para estar a su altura.

—Porque a veces los caminos de los amigos se separan —dijo, colocando suavemente una mano en la cabeza de cada una—. Pero eso no significa que dejen de ser importantes. Nerumi siempre será alguien especial para mí.

Deyci frunció el ceño, cruzando los brazos.

—Entonces deberías dejar de estar distanciado y hablar con él.

Nagatchi rió entre dientes, acariciando las cabezas de ambas.

—Tal vez algún día, cuando sea el momento adecuado.

A pesar de su sonrisa, las palabras de Nagatchi estaban cargadas de una verdad que no compartió con ellas. Sabía que las heridas entre él y Nerumi eran profundas, y que incluso si se reencontraban, sería difícil reparar lo que se había roto. Pero por ahora, decidió centrarse en el momento, disfrutando de la compañía de las dos personas más importantes en su vida, las niñas que le habían dado una razón para seguir adelante.

Nerumi se encontraba sentado en un amplio y elegante sofá de cuero negro en la sala principal de su mansión, observando con atención los monitores que mostraban información sobre diversos acontecimientos de su mundo. La habitación, decorada con lujo y precisión, reflejaba su nueva posición como uno de los hombres más ricos y temidos de su era. Sin embargo, su mirada no era de satisfacción, sino de una profunda introspección. A pesar de su éxito, algo dentro de él seguía sintiéndose vacío.

En el segundo piso, en una habitación que parecía más un palacio en miniatura, Samira, la hija de Viento Silencioso, estaba ocupada. Apenas tenía 12 años, pero su presencia era imponente. Los muros de la habitación estaban adornados con diseños dorados y plateados, y en el centro había un gran ventanal que ofrecía una vista de la ciudad. Samira practicaba con esferas de luz y oscuridad que flotaban a su alrededor, chocando entre sí con un destello de energía, creando pequeñas ondas en el aire.

Aunque aún no comprendía completamente su poder, Nerumi sabía que la niña tenía un potencial inimaginable. Había sido testigo de destellos de su capacidad: podía manipular tanto la luz como la oscuridad, absorberlas y moldearlas a su voluntad. Con ello, podía crear clones perfectos de sí misma, formar criaturas de energía y lanzar ataques devastadores. Pero, por ahora, Samira era solo una niña curiosa, aprendiendo lentamente a comprender la magnitud de sus habilidades.

Nerumi subió las escaleras y llegó al marco de la puerta de su habitación. Se apoyó en el umbral, cruzando los brazos, mientras la observaba.

—Samira, recuerda concentrarte. No es solo cuestión de poder, también de control —dijo con voz tranquila pero firme.

Samira giró hacia él, con una esfera de oscuridad en una mano y una de luz en la otra.

—¿Por qué necesito controlarlas? Es fácil. Mira. —Chocó ambas esferas, pero en lugar de desaparecer, una explosión leve sacudió la habitación, lanzando papeles y muebles pequeños al suelo.

Nerumi suspiró, acercándose. Con un movimiento de su mano, estabilizó la energía restante en el aire, disipándola antes de que causara más problemas. Luego se arrodilló frente a ella, poniéndole una mano en el hombro.

—Porque el poder sin control no es fuerza, Samira. Es solo destrucción. Y eso no es lo que quieres, ¿verdad?

Samira miró al suelo, sintiéndose un poco avergonzada.

—No… pero quiero ser fuerte como tú. Quiero que nadie pueda lastimarme.

Nerumi le levantó el rostro suavemente con una mano, obligándola a mirarlo a los ojos.

—Ser fuerte no significa ser invencible, significa proteger lo que es importante. Y para eso necesitas aprender a usar lo que tienes con sabiduría. Tienes un potencial que nadie más tiene, Samira. Pero si no lo controlas, ese potencial podría volverse en tu contra.

Ella asintió lentamente, comprendiendo la importancia de sus palabras.

—Entonces, ¿me ayudarás a ser fuerte?

Una leve sonrisa apareció en el rostro de Nerumi.

—Siempre.

En ese momento, mientras él la miraba, vio un reflejo de sí mismo en su juventud: ambición mezclada con incertidumbre, un deseo profundo de ser más de lo que el mundo esperaba. Sabía que tenía la responsabilidad no solo de cuidarla, sino de guiarla hacia un camino que no la consumiera como a él casi lo hizo en el pasado.

Mientras ambos regresaban a los entrenamientos, Nerumi no podía evitar pensar en el futuro, en lo que Samira podría llegar a ser. Pero también, en lo que él debía hacer para mantenerla a salvo en un mundo lleno de peligros y amenazas.

Mientras tanto Nagatchi se encontraba en lo alto de una montaña rocosa, observando el cielo nocturno con una expresión fría y calculadora. Las estrellas parecían temblar bajo su mirada, como si reconocieran el peligro que él representaba. Había pasado años acumulando poder, perfeccionando su control sobre la energía oscura que ahora dominaba su existencia. La absorción de Anubis había sido solo el comienzo de su ambicioso plan: eliminar a los dioses y despojar al universo de su falsa autoridad.

Sentado con las piernas cruzadas, Nagatchi cerró los ojos y extendió sus sentidos, buscando rastros de divinidad en el vasto cosmos. Las energías divinas eran como faros, demasiado brillantes para que pasaran desapercibidas. Una sonrisa torcida cruzó su rostro al detectar a su próximo objetivo: Horus, el dios del cielo y protector de la humanidad. Su luz brillaba intensamente, irradiando justicia y poder, pero Nagatchi no lo veía como un protector, sino como otro obstáculo en su misión.

"Uno menos, muchos más por venir", murmuró para sí mismo, poniéndose de pie mientras su cola de gato se balanceaba detrás de él. Sus orejas felinas captaron cada sonido a su alrededor, pero su atención estaba completamente fija en su objetivo. Con un movimiento de su mano, abrió un portal oscuro que conducía al templo celestial donde Horus residía.

Antes de entrar, miró el horizonte una última vez, recordando las palabras de las niñas que había salvado años atrás. Deyci y Mariana siempre intentaban arrancarle una sonrisa, siempre preocupadas por su bienestar, aunque él rara vez mostrara sus emociones. Aunque las amaba profundamente, sabía que su camino era solitario. Para protegerlas y asegurarse de que nunca sufrieran como él, debía eliminar a los dioses que permitían que el caos persistiera en el mundo.

Al cruzar el portal, Nagatchi se encontró en un vasto salón de mármol dorado, decorado con relieves que contaban las historias heroicas de Horus. Sin embargo, el dios del cielo ya estaba esperándolo, de pie en el centro del salón con su lanza de luz en mano y sus alas extendidas majestuosamente.

—Así que, finalmente, te atreves a desafiarme, Nagatchi —dijo Horus, su voz resonando como un trueno. Sus ojos brillaban con una intensidad divina mientras miraba al intruso—. Absorbiste a Anubis, y ahora vienes por mí. Pero no permitiré que tu ambición ponga en peligro el equilibrio del universo.

Nagatchi soltó una risa seca, su mirada gélida perforando la de Horus.

—¿Equilibrio? ¿Es eso lo que llamas mirar hacia otro lado mientras los humanos se destruyen entre sí? Ustedes, los dioses, no son más que parásitos, alimentándose de la fe y el sufrimiento de los mortales. No voy a detenerme hasta que cada uno de ustedes sea reducido a cenizas.

Sin más palabras, Nagatchi extendió ambas manos, invocando esferas de energía oscura que giraban a su alrededor. Horus reaccionó al instante, lanzándose hacia él con su lanza envuelta en luz cegadora. El choque de sus poderes sacudió los cimientos del templo, mientras la oscuridad y la luz luchaban por dominar el espacio.

La batalla fue feroz. Horus demostraba por qué era considerado uno de los dioses más poderosos, atacando con precisión y velocidad, mientras sus alas creaban ráfagas de viento cortante. Pero Nagatchi, con su destreza y experiencia, esquivaba cada golpe con una mezcla de fuerza bruta y astucia. Con cada intercambio, Horus comenzaba a notar algo preocupante: Nagatchi no solo resistía sus ataques, sino que parecía volverse más fuerte con cada impacto, absorbiendo parte de la energía divina que emanaba de él.

Finalmente, Nagatchi encontró su oportunidad. Con un movimiento veloz, atravesó las defensas de Horus y lo inmovilizó, colocando su mano derecha sobre el pecho del dios. Una esfera oscura comenzó a formarse, esta vez mucho más intensa que la que utilizó contra Anubis.

—Este es tu final, Horus. Tu luz será absorbida y convertida en una herramienta para mi causa.

Horus, con sus últimas fuerzas, intentó liberar un destello de energía para repelerlo, pero fue inútil. Nagatchi aplastó su voluntad, absorbiendo su alma y su poder en cuestión de segundos. La luz del dios del cielo se extinguió, y el salón quedó en completo silencio.

Nagatchi dio un paso atrás, sintiendo cómo la energía de Horus se mezclaba con la suya, aumentando su poder más allá de lo que había imaginado. Respiró profundamente, mirando sus manos mientras un brillo dorado y oscuro bailaba entre sus dedos.

"Dos menos," pensó mientras su sonrisa fría regresaba a su rostro. Luego, abrió un nuevo portal, decidido a continuar su cruzada.

Nagatchi, ahora imbuido con las energías de Anubis y Horus, sabía que su próxima misión sería su mayor desafío hasta ahora. Vishnu, el dios de la preservación y uno de los más poderosos de la mitología, representaba un nivel de poder y conocimiento que superaba incluso a los dioses que había enfrentado antes. Pero para Nagatchi, el riesgo era insignificante comparado con el premio. Vishnu tenía un dominio absoluto sobre la realidad, el alma, y la creación misma. Absorberlo le permitiría trascender a un nivel de existencia casi divino, capaz de moldear el cosmos a su voluntad.

De pie en la cima de una montaña cubierta de niebla, Nagatchi reflexionaba. Su cola de gato se movía de un lado a otro, una señal de que estaba profundamente concentrado. El aire alrededor de él estaba cargado con su energía oscura, que parecía inquietar a las criaturas cercanas.

—Vishnu… —murmuró Nagatchi mientras apretaba el puño—. Si logro absorberte, no habrá fuerza en este universo que pueda detenerme. Los dioses caerán, uno por uno, y este mundo será purgado de su hipocresía.

Decidido, Nagatchi extendió sus brazos, invocando un portal oscuro. Esta vez, el destino era el plano celestial donde Vishnu residía. A diferencia de los templos de los otros dioses, este lugar era un vasto océano infinito, donde el dios descansaba en la inmensa serpiente Shesha, mientras meditaba en medio de la creación.

Al cruzar el portal, Nagatchi quedó impresionado por la inmensidad y la tranquilidad del lugar. El océano infinito parecía estar hecho de estrellas líquidas, y cada ola resonaba con la energía de la creación misma. En el centro de todo, Vishnu yacía en su postura majestuosa, con sus múltiples brazos extendidos en calma, como si estuviera esperando a su visitante.

—Nagatchi —dijo Vishnu, abriendo los ojos y mirando directamente al intruso—. He sentido tu presencia desde el momento en que absorbiste el alma de Anubis. También vi cómo destruiste a Horus. ¿Es esto lo que deseas, sumergirte en la oscuridad sin retorno?

Nagatchi avanzó, su mirada fija y determinada.

—No me interesan tus sermones, Vishnu. Tú y los demás dioses han fallado. La humanidad sufre bajo su mirada indiferente, y yo tengo el poder de cambiar eso. Pero para hacerlo, necesito tu alma y tu poder.

Vishnu suspiró, como si entendiera el dolor detrás de las palabras de Nagatchi.

—La destrucción no trae justicia, Nagatchi. Lo que buscas no es equilibrio, es venganza. Pero si crees que puedes tomar mi poder tan fácilmente, estás subestimando la magnitud de lo que estás enfrentando.

Nagatchi no respondió. En cambio, extendió ambas manos y desató un torrente de energía oscura hacia Vishnu. El ataque fue tan potente que las olas del océano estelar se levantaron como tsunamis, pero Vishnu levantó una mano, creando un escudo de luz dorada que neutralizó la energía con facilidad.

—Si este es el camino que eliges, entonces tendrás que enfrentar el poder de la preservación misma —declaró Vishnu mientras se ponía de pie, su cuerpo irradiando un resplandor cegador.

La batalla comenzó. Vishnu, con su habilidad para manipular la realidad, desató ataques que desafiaban las leyes de la física. Fragmentos de luz se materializaban en forma de armas, mientras portales dimensionales aparecían para redirigir los ataques de Nagatchi hacia él mismo. Pero Nagatchi, con su astucia y su dominio de la energía oscura, encontraba formas de contrarrestar cada movimiento, absorbiendo parte de la energía de Vishnu en cada intercambio.

La pelea se intensificó cuando Vishnu invocó sus diez avatares, cada uno representando un aspecto diferente de su poder. Nagatchi tuvo que enfrentarse a la ferocidad de Narasimha, la valentía de Rama, y la sabiduría de Krishna, pero su determinación y su creciente poder lo mantuvieron firme.

Finalmente, tras una batalla que parecía interminable, Nagatchi logró inmovilizar a Vishnu, usando una combinación de su energía oscura y las habilidades que había absorbido de Anubis y Horus. Con su mano derecha, creó una esfera oscura y dorada, un equilibrio perfecto entre la destrucción y la creación.

—Tu tiempo ha terminado, Vishnu —dijo Nagatchi mientras presionaba la esfera contra el pecho del dios.

Vishnu, con su última mirada, no mostró odio ni miedo, sino compasión.

—El poder que buscas te cambiará, Nagatchi. Espero que algún día encuentres la paz que tanto necesitas.

Con esas palabras, Vishnu fue absorbido. Su luz y su esencia se unieron a la de Nagatchi, quien sintió un poder indescriptible inundar su ser. Su cuerpo brillaba con un aura que combinaba la oscuridad más profunda con la luz más pura. Ahora, no solo podía manipular la energía y las almas, sino también alterar la realidad misma.

De pie sobre el océano estelar, Nagatchi miró sus manos, sintiendo que estaba más cerca que nunca de su objetivo. Pero en el fondo de su mente, una pequeña voz cuestionaba si estaba perdiendo algo importante en el camino. Sin embargo, Nagatchi desechó ese pensamiento y abrió un portal de regreso a la Tierra. Había más dioses que cazar, y su cruzada estaba lejos de terminar.

Nagatchi, ahora imbuido con el poder de tres dioses, sintió algo diferente dentro de sí. Sus risas resonaban como un eco siniestro, llenando el aire con una energía que desbordaba poder. Las almas de Anubis, Horus y Vishnu no solo habían fortalecido su cuerpo y habilidades, sino que sus conciencias divinas comenzaban a mezclarse con las de él. Sus pensamientos eran como un torbellino de ideas y recuerdos entrelazados. Era como si sus neuronas estuvieran reconfigurándose para asimilar y dominar completamente su nuevo estado divino.

De pie en el centro del océano estelar donde había derrotado a Vishnu, Nagatchi levantó una mano, observando cómo la energía oscura y la luz se entrelazaban en sus dedos, obedeciendo su voluntad sin esfuerzo alguno. Ahora podía controlar ambos extremos de la existencia: la oscuridad que destruye y la luz que crea. Pero sabía que aún le faltaba un paso crucial.

El fruto del Jardín del Edén.

Una antigua leyenda que incluso los dioses respetaban. Decían que aquel que comiera de ese fruto obtendría el conocimiento absoluto y el poder para superar incluso a la existencia misma. Nagatchi entendía que, aunque su poder era inmenso, todavía había límites, y el fruto del Edén era la clave para romperlos.

—El fruto sagrado… —murmuró, sus ojos brillando con un resplandor que alternaba entre el dorado divino y el negro abismal—. Una vez que lo consuma, no habrá fuerza en este universo que pueda detenerme.

Con un movimiento de su mano, Nagatchi abrió un portal hacia la Tierra. Pero esta vez no era cualquier lugar. Se dirigía al Jardín del Edén, una ubicación secreta perdida en el tiempo, protegida por barreras divinas y entidades que nadie había osado desafiar.

Cuando atravesó el portal, se encontró en un lugar que parecía existir fuera de la realidad. Un vasto campo de luz y oscuridad coexistía en armonía, con árboles dorados y ríos de energía pura que fluían como si fueran corrientes de estrellas. En el centro, un árbol majestuoso se alzaba por encima de todo, con hojas que brillaban como joyas y frutos que emanaban una energía que hacía temblar incluso a Nagatchi.

El Jardín estaba protegido, pero Nagatchi, con su nuevo poder, podía sentir que las barreras que una vez habrían sido impenetrables para cualquier mortal o dios ahora eran débiles frente a él. Con un simple gesto, abrió un camino entre las defensas del Jardín. Cada paso que daba lo acercaba al árbol sagrado, pero también sentía la tensión del lugar.

De repente, una voz resonó en el aire, profunda y autoritaria.

—¿Quién osa entrar al Jardín del Edén?

Nagatchi levantó la mirada y vio a un ser resplandeciente, una entidad celestial que parecía ser el guardián del lugar. Su presencia era imponente, pero Nagatchi no mostró miedo. En su rostro solo había una sonrisa confiada.

—Soy Nagatchi —respondió, su voz resonando con una mezcla de oscuridad y poder divino—. Y he venido a tomar lo que me pertenece.

El guardián desenvainó una espada de luz pura, apuntándola hacia Nagatchi.

—El fruto no es para los indignos. Solo aquellos con un corazón puro pueden acercarse al árbol.

Nagatchi comenzó a reír de nuevo, su risa reverberando como un trueno en el Jardín.

—¿Un corazón puro? —dijo, mientras levantaba ambas manos y liberaba una explosión de energía oscura que se mezclaba con la luz—. Entonces este lugar está condenado. Porque yo soy la sombra y la luz. Soy la evolución de todo lo que los dioses temen. ¡Y no necesito permiso!

La batalla fue feroz. El guardián, con su espada y habilidades celestiales, desató ataques que habrían destruido a cualquier otro intruso. Pero Nagatchi, con su poder divino y su control absoluto de la luz y la oscuridad, superaba cada movimiento. Con cada golpe, se acercaba más al árbol sagrado, hasta que finalmente logró derribar al guardián con un ataque masivo que combinaba las habilidades de los dioses que había absorbido.

De pie frente al árbol, Nagatchi extendió una mano hacia uno de los frutos sagrados. Lo sostuvo entre sus dedos, sintiendo la inmensidad del poder que contenía. Sin dudarlo, lo llevó a su boca y lo mordió.

La explosión de energía fue instantánea. El Jardín entero tembló mientras Nagatchi absorbía el conocimiento y el poder del fruto. Su cuerpo se iluminó, y su mente se expandió más allá de los límites de la comprensión mortal o divina. Ahora no solo controlaba la luz y la oscuridad, sino que podía manipular el tiempo, el espacio y la existencia misma.

—Finalmente… —susurró, su voz resonando como un eco infinito—. Soy absoluto.

Nagatchi dio un paso fuera del Jardín, dejando atrás un lugar que nunca sería el mismo. El mundo estaba a punto de enfrentar una fuerza que trascendía cualquier cosa que hubiera existido antes. La era de los dioses estaba llegando a su fin, y Nagatchi estaba listo para gobernar sobre las ruinas de su antiguo orden.

Victor permanecía sellado en el interior del cubo, pero incluso desde su prisión, podía sentirlo. Una vibración recorrió el espacio que ocupaba, un eco de un poder tan inmenso que perforaba las capas que lo mantenían atrapado. Sus ojos, normalmente apagados en su encarcelamiento, se iluminaron con un brillo púrpura intenso. Aunque no podía moverse, su mente estaba en alerta. "Algo ha cambiado," pensó. Ese poder no era común, y definitivamente no era algo que pudiera ignorarse.

Nyx'Thoran, por su parte, estaba en el corazón de un abismo olvidado por el tiempo, rodeado por las almas y cuerpos que había consumido a lo largo de eras interminables. Cuando el nuevo poder surgió en el cosmos, sus ojos se abrieron de golpe. Un destello rojizo cubrió su rostro mientras una sonrisa malévola se dibujaba en sus labios.

—Interesante... —murmuró con un tono frío pero excitado—. Un poder tan puro y destructivo... Esto podría ser útil.

Se levantó de su trono de huesos, su figura masiva y monstruosa proyectando sombras imposibles en las paredes del abismo. Caminó hacia un portal que conducía a una región desconocida, sus pensamientos llenos de posibilidades. Si lograba tomar ese poder para sí, no habría fuerza en el universo que pudiera oponérsele.

Jehová, sentado en su trono celestial, observaba desde las alturas. Sus ojos brillaban con una luz infinita mientras analizaba el flujo del cosmos. Aunque su expresión era serena, en su interior estaba pensativo, casi preocupado. Había algo en ese poder que resonaba con los vestigios del Edén, algo que ni siquiera él había anticipado.

—Nagatchi... —susurró, como si el nombre en sí pesara sobre su lengua—. ¿Qué has hecho?

Jehová entrelazó sus dedos y apoyó el mentón sobre ellos. Aunque era un dios supremo, sabía que no podía actuar precipitadamente. Este nuevo poder no era algo que pudiera subestimarse, ni siquiera por alguien como él.

El destino de los tres convergía lentamente.

Victor, aún sellado, cerró los ojos mientras sentía el flujo del nuevo poder atravesar su conciencia. No podía ver ni entender del todo lo que ocurría, pero algo le decía que no estaba solo en percibirlo. Las cadenas que lo mantenían atrapado parecían más débiles, como si la energía que ahora recorría el cosmos afectara incluso su prisión.

Nyx'Thoran, mientras tanto, ya había comenzado a movilizarse. Con un movimiento de sus manos, invocó a sus servidores más leales.

—Encuéntrenlo —ordenó con una voz gélida—. Y tráiganlo ante mí. Si es lo que creo, este poder será mío, y con él, el universo entero.

Jehová, aunque permaneció en su trono, comenzó a actuar de manera diferente. Ordenó a sus arcángeles que se prepararan, no para atacar, sino para defender. Algo le decía que Nagatchi no se detendría ahí, que su ambición lo llevaría a desafiar incluso a las entidades más antiguas.

En distintos puntos del universo, estos tres seres, Victor, Nyx'Thoran y Jehová, se preparaban para el choque que se avecinaba. El poder de Nagatchi era un catalizador, una chispa que iba a cambiarlo todo. ¿Pero sería suficiente para romper las cadenas de Victor? ¿Sería un arma para Nyx'Thoran o un desafío para Jehová?

El equilibrio del cosmos se tambaleaba, y cada uno de ellos lo sabía. Era solo cuestión de tiempo antes de que sus caminos se cruzaran, arrastrando con ellos a todos los que los rodeaban.

Nagatchi, tras derrotar al guardián con facilidad, dejó el campo de batalla con una frialdad impresionante. Su silueta desapareció entre los destellos oscuros y blancos de su portal, dejando tras de sí un rastro de destrucción y una sensación de peligro inminente que resonaba a través de los universos. No se detuvo ni miró atrás, su mente estaba enfocada únicamente en regresar a su universo, donde cada movimiento era parte de su plan más grande.

Mientras tanto, Jehová, con una velocidad divina, se adelantó a Nagatchi y llegó al universo en el que éste residía. Su presencia no pasó desapercibida para las energías que vigilaban el cosmos, pero el dios supremo no buscaba llamar la atención. Usando su vasto conocimiento y poder, cambió su forma al de un anciano frágil, encorvado sobre un bastón de madera desgastada, con una barba larga y blanca que fluía como un río de sabiduría.

Jehová caminó lentamente por las calles del universo de Nagatchi, cada paso resonando con un eco celestial, aunque a los ojos de los mortales parecía un anciano más. Su mirada era penetrante, y los pocos que se cruzaban en su camino no podían evitar sentir un escalofrío inexplicable. Llegó finalmente a la casa de Nerumi, donde la tranquilidad reinaba, al menos en apariencia.

Nerumi estaba en el salón, leyendo un viejo libro mientras Samira practicaba su control de energías en una habitación cercana. Cuando sintió la presencia del anciano acercándose a su puerta, un ligero escalofrío recorrió su espalda. Era una sensación antigua, casi como si el tiempo mismo le susurrara que algo importante estaba por ocurrir.

Jehová tocó la puerta con tres golpes lentos y firmes, como si cada uno estuviera cargado con siglos de historia. Nerumi abrió, mirando al anciano con cierta desconfianza.

—¿Puedo ayudarle? —preguntó, con el ceño fruncido.

Jehová levantó la mirada, sus ojos brillando con una sabiduría insondable que desmentía su apariencia mortal.

—Joven... —dijo con una voz suave, casi temblorosa, pero con un tono que sugería una autoridad inquebrantable—. He viajado muy lejos para encontrarte.

Nerumi entrecerró los ojos, estudiando al anciano. Algo en él le resultaba inquietante, pero no podía identificar qué.

—¿Quién es usted? —preguntó con cautela.

Jehová sonrió débilmente y se apoyó más en su bastón.

—Soy un viajero... un guardián de historias y destinos. Y he venido a advertirte sobre una tormenta que se avecina. Una tormenta que podría consumirlo todo, incluso a ti y a los que amas.

Nerumi cruzó los brazos, sintiendo cómo la conversación tomaba un giro oscuro.

—¿De qué tormenta habla?

Jehová lo miró fijamente, sus ojos revelando un destello de verdad.

—De tu amigo... Nagatchi. Su ambición lo está llevando por un camino que podría destruir más que su propio universo. Él cree que puede manejar el poder de los dioses, pero no comprende el peso de lo que ha desatado.

Nerumi apretó los puños al escuchar esas palabras, sintiendo un conflicto interno.

—Nagatchi... —murmuró.

Jehová asintió lentamente.

—El tiempo es escaso, Nerumi. Tú y los que están a tu lado tienen un papel crucial que desempeñar en lo que viene. Pero para ello, debes estar preparado, porque el poder que Nagatchi ha reunido es solo el comienzo.

La tensión en el aire era palpable mientras las palabras de Jehová se hundían en la mente de Nerumi. Samira, curiosa por la conversación, se asomó desde la esquina de la habitación, observando al anciano con una mirada analítica, como si también sintiera que había algo más en él de lo que parecía.

Jehová dio un paso hacia Nerumi y puso una mano temblorosa sobre su hombro.

—Piensa bien tus decisiones, joven. Porque el destino del universo podría depender de ellas.

Con esas palabras, Jehová dio media vuelta y se alejó lentamente, dejando a Nerumi con más preguntas que respuestas. La puerta se cerró tras él, pero su presencia seguía sintiéndose como una sombra en la habitación. Nerumi miró a Samira, quien ahora lo observaba con curiosidad y algo de preocupación.

—¿Quién era él? —preguntó Samira con un tono suave.

Nerumi negó con la cabeza, sintiéndose más perdido que nunca.

—No lo sé... pero siento que no será la última vez que lo veamos.

Jehová, mientras tanto, caminaba hacia la distancia, su forma anciana temblando ligeramente, pero su mente trabajando a toda velocidad. Había plantado la semilla del pensamiento en Nerumi, pero sabía que eso no sería suficiente. Nagatchi era una fuerza que incluso él debía tomar en serio, y el tiempo para actuar se estaba agotando.

Jehová, con su apariencia de anciano, se detuvo al borde del camino mientras la brisa fresca del anochecer acariciaba las calles de la ciudad. Nerumi estaba de pie frente a él, con los brazos cruzados y la mirada fija, tratando de descifrar qué podía querer ese extraño anciano que irradiaba una sensación tan abrumadora de poder.

Jehová golpeó suavemente el suelo con su bastón, y un leve resplandor dorado iluminó la escena. A su alrededor, los sonidos del mundo parecieron desvanecerse, dejando solo el susurro de la brisa.

—Nerumi, hay una tormenta acercándose —dijo Jehová, su voz profunda resonando en el aire como un eco eterno—. No puedes enfrentarla solo con las herramientas que tienes ahora.

Nerumi frunció el ceño, dando un paso adelante.

—¿De qué estás hablando? Si estás aquí para sermonearme, no tengo tiempo.

El anciano levantó su bastón con una precisión solemne, apuntando directamente al cuerpo de Nerumi.

—Veo que ya llevas un escudo a tu alrededor, uno que has forjado con el tiempo y la voluntad —dijo Jehová con voz grave—. Sin embargo, no es suficiente. Para lo que enfrentarás, este campo de energía debe ser bendecido, fortalecido más allá de lo que la lógica humana puede concebir.

Jehová golpeó el suelo con su bastón, y una ráfaga de energía divina fluyó desde él hacia el escudo invisible que rodeaba a Nerumi. En ese instante, el aire alrededor de Nerumi brilló con un resplandor dorado, como si miles de hilos de luz reforzaran la barrera que lo protegía.

—Bendigo este campo con la energía de la lógica infinita —dijo Jehová, sus palabras resonando como un eco en el vacío—. Ahora, ningún poder, por grande que sea, podrá atravesarlo. Cada ataque, cada intento de dañar tu cuerpo, será desviado. Incluso si el universo mismo intentara tocarte, este escudo lo rechazaría.

Nerumi sintió cómo el campo alrededor de su cuerpo pulsaba, como si se hubiera convertido en una extensión de su propia esencia. Era ligero como el aire pero tan sólido como un muro impenetrable.

Jehová lo miró con severidad, pero también con un destello de orgullo en sus ojos.

—Eres un guerrero, Nerumi, y este escudo será tu mayor defensa. Pero recuerda: ningún poder es absoluto sin una mente clara y un corazón firme. Usa este don sabiamente.

Jehová giró, comenzando a alejarse una vez más. Antes de desaparecer en la distancia, dejó una última advertencia:

—El camino que te espera está lleno de oscuridad y dilemas, pero no olvides quién eres. El equilibrio depende de ti.

Nerumi respiró profundamente, sintiendo cómo su escudo recién bendecido se integraba completamente en él. No era solo una protección física, sino una declaración de su propósito. A su lado, Samira lo miró con admiración, pero también con una chispa de inquietud.

—¿Qué sigue ahora, Nerumi? —preguntó ella con suavidad.

Él miró hacia el horizonte, donde el caos se gestaba lentamente. Con una voz firme y decidida, respondió:

—Lo que siempre sigue, Samira: proteger lo que importa, sin importar el costo.

Nerumi, tras recibir la bendición de Jehová, decidió enfocarse en sus deberes y partió al trabajo, preparado para cumplir las misiones que los altos mandos le habían asignado. Mientras tanto, en casa, Samira se dedicaba a sus experimentos, explorando opciones para crear criaturas monstruosas que podrían ser útiles en el futuro.

Horas después, un sonido inesperado la sacó de sus pensamientos: alguien estaba tocando la puerta. Intrigada y algo cautelosa, Samira dejó sus notas y se dirigió a abrir.

Al hacerlo, se encontró frente a una figura que, aunque extrañamente diferente, le resultaba familiar. Allí estaba Nagatchi, pero no como lo recordaba. Su cuerpo había cambiado por completo, transformándose en el de una mujer. Con una postura algo incómoda, Nagatchi miraba a Samira con una mezcla de vergüenza y resignación.

Nagatchi dejó escapar un suspiro antes de hablar:

—Sí, soy yo... Y antes de que preguntes, esto es otra parte de la maldición de Anubis.

Hasta para él —o ahora ella—, la situación resultaba extraña. Era evidente que, aunque conservaba su esencia y poder, andar como mujer le resultaba, como mínimo, incómodo y peculiar.

Nagatchi, o lo que parecía ser él, ahora tenía un porte completamente diferente. Su postura se volvió más elegante, sus movimientos gráciles, y su voz resonó con claridad, llena de una confianza que no era característica de Nagatchi.

—Al fin tomé el control —dijo con una sonrisa que irradiaba determinación—. Hermano, siempre me has mantenido atrapada, pero de vez en cuando me dejas salir.

Samira la miró con confusión, intentando entender lo que estaba ocurriendo. Fue entonces cuando la figura frente a ella continuó:

—Déjame presentarme como es debido. Soy Nagata, la hermana de Nagatchi. He estado con él desde antes de nacer, absorbida por su alma cuando estábamos en el vientre de nuestra madre.

Samira dio un paso atrás, impactada por lo que escuchaba, pero Nagata siguió hablando con serenidad, como si esta revelación fuera algo que llevaba siglos esperando compartir.

—La maldición de Anubis, aunque cruel, me liberó de las ataduras que mi hermano me había impuesto. Por primera vez en mucho tiempo, soy libre.

Se inclinó levemente hacia Samira, observándola con atención antes de decir:

—Tú debes ser Samira, ¿no es así?

Samira asintió lentamente, aún intentando procesar la situación. Nagata sonrió con un aire cálido pero misterioso, como si supiera más de lo que decía.

—He oído hablar de ti. Quizás podamos llevarnos bien... o tal vez tú me ayudarás a lograr lo que mi hermano nunca pudo.

Nagata levantó sus manos, observándolas con calma mientras su sonrisa se ampliaba. Con el poder que obtuvo de Nagatchi, formó un cuerpo idéntico al de su hermano, pero en una versión femenina. Su precisión era impecable, como si hubiera planeado este momento durante siglos.

—Es hora de mi verdadera libertad, hermano —dijo con una voz firme.

Abrió un portal de almas frente a ella, una brecha brillante y vibrante que parecía conectar dimensiones. Con un movimiento decidido, envió su alma al nuevo cuerpo. Su cuerpo original cayó al suelo, inerte por un instante, mientras el cuerpo recién creado parpadeaba y cobraba vida.

Cuando Nagata abrió los ojos en su nuevo cuerpo, observó sus manos, girándolas con fascinación. Miró hacia un espejo cercano, estudiando su reflejo con satisfacción.

—Perfecto —susurró para sí misma con una sonrisa triunfante.

Nagatchi, ahora recuperado en su forma original, observaba todo con una mezcla de alivio y resignación. Giró su mirada hacia Samira, quien permanecía inmóvil, desconcertada por lo que acababa de presenciar.

—Veo que mi hermana finalmente logró liberarse —dijo Nagatchi con un tono neutral, como si esto fuera algo que siempre había sabido que ocurriría tarde o temprano.

Nagata se giró hacia él, su mirada llena de determinación y orgullo.

—Así es, hermano. Y ahora que estoy completa, nuestras historias ya no estarán entrelazadas. Mi camino es mío, y haré de este cuerpo una fuerza que nadie podrá ignorar.

Nagatchi asintió lentamente, sin palabras, mientras el ambiente se llenaba de una tensión palpable entre los dos hermanos finalmente separados.

Aunque Nagata y Nagatchi ahora eran entidades separadas, el vínculo entre ellos seguía siendo irrompible. Su poder, aunque manifestado en dos cuerpos distintos, estaba intrínsecamente conectado. Si uno sufría, el otro lo sentiría, no solo como un reflejo físico, sino como un eco amplificado mil veces más intenso.

Nagatchi lo sabía. Miró a su hermana con una mezcla de preocupación y aceptación, sabiendo que, aunque sus caminos ahora se dividieran, nunca estarían completamente libres el uno del otro.

—Por mucho que te hayas liberado, Nagata, todavía estamos unidos. Nuestra esencia... nuestro poder... es un hilo que no se puede cortar —dijo Nagatchi con un tono serio, pero con un matiz de advertencia.

Nagata sonrió, no de burla, sino con un aire de confianza.

—Lo sé, hermano. Y lo acepto. Tal vez ese vínculo sea lo único que nos mantenga en equilibrio, aunque estemos destinados a seguir caminos diferentes. Pero eso no me detendrá. No voy a vivir bajo tu sombra más.

Nagatchi cruzó los brazos, evaluando las palabras de su hermana.

—Solo recuerda, Nagata, si uno de nosotros cae, el otro sufrirá las consecuencias. Eso nos hace más fuertes, pero también nos vuelve vulnerables.

Nagata se acercó a él, su postura decidida y desafiante.

—Y por eso debemos ser imparables, hermano. Si ambos caemos, al menos será porque enfrentamos lo que ningún otro se atrevería. Pero hasta entonces, quiero que sepas algo: no planeo caer.

Nagatchi la observó en silencio, un atisbo de respeto brillando en su mirada. Aunque sus caminos se habían separado, la conexión entre ellos no podía ser ignorada. Ambos sabían que su destino estaba enredado en un delicado equilibrio entre poder, responsabilidad y el precio que pagaban por su unión.

Nagata observó a su hermano con una sonrisa astuta y le dio un leve puñetazo en el brazo, suficiente para captar su atención sin dejar de ser juguetona.

—Te ayudaré a derrotar a los dioses, Nagatchi, pero antes... —dijo mientras cruzaba los brazos y lo miraba de arriba abajo con una ceja levantada—. ¿Qué tal si hablamos de tu estilo? Te ves bien con esa ropa y el cabello largo. Aunque, siendo honesta, ¿no vas a intentar cambiar esa forma de mujer? ¿O acaso no puedes?

Nagatchi suspiró profundamente y miró hacia otro lado, claramente incómodo con el tema.

—No puedo, Nagata. La maldición de Anubis no es algo que pueda romper así como así. Esta forma femenina es parte de ese castigo. Aunque puedo pelear y cumplir mis objetivos, estoy atrapado en este cuerpo hasta que encuentre una forma de revertirlo... si es que existe alguna.

Nagata inclinó la cabeza, evaluando su respuesta, antes de soltar una carcajada ligera.

—Bueno, hermano, míralo de esta forma: ahora puedes experimentar lo que significa ser una mujer poderosa. Además, admítelo, luces bastante bien. Tal vez este cuerpo sea un recordatorio de que no importa la forma que tengas, siempre serás Nagatchi, el terco que se enfrenta a dioses.

Nagatchi negó con la cabeza, pero no pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa, apreciando el intento de su hermana de aliviar la tensión.

—Lo que digas, Nagata. Pero no creas que me estoy acostumbrando a esto. Ahora, si terminaste con tus comentarios, tenemos un trabajo que hacer. Los dioses no van a caer solos.

Nagata asintió, su sonrisa ahora más seria y determinada.

—Tienes razón. No importa la forma que tengas, hermano. Juntos vamos a acabar con esos dioses y mostrarles el verdadero poder que llevamos dentro.

Ambos se prepararon para su siguiente movimiento, sabiendo que, con su vínculo y determinación, estaban más cerca que nunca de cambiar el curso de los cielos.

Nagata, con su voz cálida y convincente, logró acercarse a Samira, ganándose su confianza rápidamente.

—Mira, Samira —dijo con una sonrisa calculadora—, puedo sentir un potencial inmenso dentro de ti. Si me permites, puedo entrenarte, ayudarte a desbloquear ese poder y convertirte en alguien realmente imparable.

Samira, aún desconfiada pero intrigada por la propuesta, asintió lentamente. Algo en la presencia de Nagata era magnético, casi imposible de resistir.

—¿De verdad crees que puedo ser más fuerte? —preguntó Samira, sus ojos brillando con una mezcla de esperanza y curiosidad.

—No solo más fuerte —respondió Nagata con seguridad—. Serás una fuerza que incluso los dioses temerán. Pero para eso, necesitas confiar en mí.

Sin embargo, mientras Nagata manipulaba a Samira para absorber sus poderes y alma, algo en el ambiente cambió. Un viento helado recorrió el lugar, y de repente, una figura familiar apareció en la entrada: era Nerumi, acompañado de Iván, Sanbs y Misa.

—¡Nagata! —exclamó Nerumi, su voz cargada de furia y desconfianza—. Aléjate de ella ahora mismo.

Nagata giró lentamente, sus ojos brillando con un destello de irritación.

—Vaya, Nerumi. Siempre tan inoportuno. ¿No puedes dejar que me divierta un poco?

Iván dio un paso adelante, su mirada fija en Nagata.

—¿Divertirte? Sabemos lo que estás haciendo. No vamos a dejar que le robes sus poderes ni su alma.

Misa y Sanbs adoptaron posturas defensivas, listos para atacar si era necesario. Nagata, por otro lado, sonrió con calma, como si todo estuviera bajo su control.

—¿Robar? Oh, por favor. Solo estoy ayudando a esta niña a alcanzar su máximo potencial. Pero, claro, siempre tienes que arruinarlo, Nerumi.

Nerumi apretó los puños, la ira acumulándose en su interior.

—No te atrevas a tocarla, Nagata. Te lo advierto.

Nagata suspiró y retrocedió unos pasos, levantando las manos en un gesto de aparente rendición.

—Está bien, está bien. Si tanto te importa, no la tocaré. Pero recuerda, Nerumi... no siempre podrás estar allí para salvar a todos.

Con esas palabras, Nagata abrió un portal detrás de ella y se desvaneció en la oscuridad, dejando tras de sí una tensión palpable.

Nerumi se volvió hacia Samira, claramente preocupado.

—¿Estás bien? ¿Te hizo algo?

Samira negó con la cabeza, aunque su mente estaba llena de preguntas.

—No, estoy bien... pero esa mujer... había algo extraño en ella.

Nerumi, todavía con la mirada fija en el lugar donde Nagata había desaparecido, apretó los dientes.

—Nagatchi o Nagata, quien sea... no voy a permitir que lastimen a las personas que me importan.

Cuando el portal de Nagata se cerró, un segundo vórtice se abrió en el aire. Nagatchi emergió lentamente de él, su presencia imponente haciendo que todos se tensaran. Su figura se veía más sombría, y su mirada, llena de determinación, atravesó a Nerumi y a sus compañeros como cuchillas.

—Nerumi... —dijo Nagatchi, su voz resonando con frialdad—. Siempre interfiriendo en mis planes.

Nerumi dio un paso adelante, su postura firme.

—Nagatchi, no sé qué planeas, pero esto ha ido demasiado lejos. No tienes por qué seguir este camino.

Nagatchi soltó una risa seca, su tono burlón y cargado de desprecio.

—¿Seguir este camino? Este camino es el único que queda. No entiendes nada, Nerumi. Mi causa está más allá de lo que tu pequeña mente puede comprender.

Iván apretó los puños, dando un paso hacia adelante.

—¿Y cuál es tu causa, Nagatchi? ¿Destruirlo todo? ¿Absorber a los dioses para convertirte en algo que nadie pueda detener?

Nagatchi ignoró la provocación y dirigió su mirada directamente a Nerumi.

—No estoy aquí para pelear contigo hoy, Nerumi. Estoy aquí para declarar algo importante.

Se cruzó de brazos, su voz tomando un tono solemne pero desafiante.

—Declaro la guerra. No solo a ti, Nerumi, sino a todos los héroes que se atrevan a desafiarme. Nos enfrentaremos en la ciudad Sahara. Ahí decidiré tu destino y el de todos los que se interpongan en mi camino.

El aire pareció volverse más pesado con sus palabras, como si el mismo mundo reaccionara al desafío de Nagatchi. Misa intentó dar un paso, pero el peso de la atmósfera la hizo detenerse.

—Nagatchi... —murmuró Nerumi, su voz contenida por una mezcla de ira y decepción.

—Prepárate —continuó Nagatchi, con un destello peligroso en sus ojos—. Porque cuando llegue ese momento, no habrá marcha atrás.

Y con esas palabras, Nagatchi se desvaneció en el aire, dejando tras de sí una sensación de inminente catástrofe.

Nerumi, con el rostro tenso, miró el lugar donde había estado su amigo. El silencio se apoderó del grupo hasta que finalmente Samira habló.

—¿Realmente va a hacer esto? ¿Va a enfrentarse a todos ustedes?

Nerumi apretó los puños, la decisión clara en sus ojos.

—Si eso es lo que quiere, entonces no tenemos otra opción. Nos prepararemos para lo que venga... porque no voy a dejar que destruya todo lo que hemos protegido.

Después de varias horas de calma, Nerumi recibió un llamado urgente desde la base. Aunque ya había anticipado este momento, el comunicador vibró con intensidad, confirmando sus sospechas.

—¡Nerumi! Tienes que venir inmediatamente a la base. Sahara está siendo atacada —dijo una voz al otro lado, con urgencia.

Nerumi ya sabía quién estaba detrás de esto: Nagatchi y su hermana Nagata. Habían dejado clara su intención de declarar la guerra, y Sahara era el escenario que habían elegido. Sin perder tiempo, reunió a Samira, Iván, Misa y Sanbs para dirigirse a la base.

Al llegar, fueron recibidos por el caos habitual en situaciones de emergencia. Agentes corriendo de un lado a otro, pantallas mostrando imágenes en tiempo real de la devastación en Sahara, y un constante intercambio de órdenes llenaban la sala.

El comandante, con una expresión tensa, los esperaba en la sala de reuniones. Apenas los vio entrar, apuntó hacia la pantalla más grande, donde se proyectaban imágenes de criaturas monstruosas arrasando las calles, mientras edificios se desmoronaban bajo sus ataques.

—Tal como temíamos, Nagatchi y su hermana Nagata han comenzado su ataque en Sahara. Las criaturas que lideran están causando una destrucción masiva, y las fuerzas locales no pueden contenerlos —informó el comandante con tono grave.

Nerumi miró las imágenes sin inmutarse, su expresión seria.

—Sabía que lo haría. Me lo dijo directamente. Esta guerra no se trata solo de poder, es personal.

El comandante asintió.

—Sus objetivos aún no están claros, pero sus movimientos son precisos. Parecen estar buscando algo, o tal vez quieren provocar un enfrentamiento directo contigo.

—Es exactamente lo que quieren —respondió Nerumi, mientras cruzaba los brazos—. Nagatchi no solo busca destrucción, quiere que lo enfrentemos.

Samira, de pie a su lado, lo miró con determinación.

—Entonces vayamos. Si quiere un enfrentamiento, nosotros se lo daremos.

Iván, apoyado contra una pared, dejó escapar un suspiro.

—Esto tiene "trampa" escrito por todos lados. Sabemos que no será un simple combate.

—Lo sé —respondió Nerumi con seriedad—. Pero no podemos ignorarlo. No podemos permitir que esa ciudad sea destruida.

Misa intervino, con la mirada fija en la pantalla.

—Entonces, ¿cuál es el plan?

Nerumi apretó los puños, mirando a su equipo con confianza.

—Nos dirigiremos a Sahara y haremos lo que mejor sabemos hacer: proteger a los inocentes y detener a Nagatchi.

El comandante se acercó un paso más, con expresión preocupada.

—Nagatchi y Nagata han alcanzado un nivel de poder que desconocemos. Este no será un enfrentamiento fácil.

—Nunca lo son —respondió Nerumi con firmeza—. Pero no estaremos solos.

Con esas palabras, el grupo se dirigió al hangar para equiparse. Nerumi estaba completamente consciente del peligro, pero también sabía que no podía permitir que Nagatchi y Nagata continuaran con su plan. Sahara los esperaba, y con ella, un enfrentamiento que podría cambiarlo todo.

En la ciudad de Sahara, el caos reinaba mientras Nagata y Nagatchi desplegaban sus fuerzas. Las dos hermanas adoptivas, Deyci y Mariana, trabajaban junto a ellos, usando sus habilidades recién entrenadas para causar estragos y proteger a los aliados en el campo de batalla. Katsuro, siempre leal a Nagatchi, coordinaba las acciones desde las sombras, asegurándose de que el plan avanzara sin contratiempos.

Nagatchi, sabiendo que necesitaba distraer a Nerumi y su equipo, había contratado a dos asesinos de renombre. Uno era un sicario venezolano conocido como "El Espectro", experto en emboscadas y con una reputación por eliminar a sus objetivos con precisión quirúrgica. El otro era un mercenario africano llamado "Chacal de Ébano", famoso por su fuerza sobrehumana y su brutalidad en combate.

Mientras las criaturas monstruosas sembraban el terror en Sahara, Nagatchi abrió un portal con un movimiento elegante de sus manos. Antes de cruzarlo, observó el caos que había creado, una sonrisa satisfecha en su rostro.

—Nagata, asegúrate de que todo esté bajo control aquí. Katsuro, mantén la comunicación abierta con nuestros aliados. Este es solo el primer paso —ordenó Nagatchi con su habitual tono autoritario.

Nagata asintió, con una sonrisa confiada.

—No te preocupes, hermano. Todo saldrá según lo planeado.

La noticia del ataque a la ciudad de Sahara movilizó a una gran cantidad de héroes y fuerzas especiales. Entre ellos, Nerumi lideraba el grupo principal, acompañado por sus fieles amigos Ivan, Misa y Sanbs. Esta vez, incluso el Comandante Superior, una figura rara vez vista en el campo de batalla, decidió unirse a la misión para garantizar que el ataque enemigo fuera contenido.

La base central donde operaban los héroes estaba en un frenesí. Los informes llegaban constantemente, y la magnitud del ataque confirmaba que esta no era una simple operación aislada; era una declaración de guerra de Nagatchi, una amenaza que no podía ser ignorada.

—Escuchen bien —dijo el Comandante Superior con una voz firme y autoritaria—. Esto no es solo otro enfrentamiento. Nagatchi ha reunido fuerzas que jamás habíamos enfrentado. Este es un combate que definirá el futuro de nuestras tierras. No habrá margen de error.

Nerumi, con su hija Samira observando desde la retaguardia, estaba más decidido que nunca. Miró a su equipo y asintió.

—Nagatchi sabe lo que hace. No es solo fuerza, es estrategia. Pero no voy a dejar que esto avance. No importa lo que tenga que hacer, lo detendré.

Ivan, con su actitud despreocupada pero siempre confiable, apoyó una mano en el hombro de Nerumi.

—No estás solo en esto, hermano. Vamos a darle una lección a ese traidor.

Misa, revisando su arsenal, intervino con calma:

—Nosotros cubriremos tus flancos. Tú concéntrate en enfrentarlo directamente si se da la oportunidad.

Sanbs, siempre el más analítico, añadió:

—La clave está en evitar que use esos portales para desaparecer. Si logramos inmovilizarlo, podemos inclinar la balanza a nuestro favor.

Con los héroes listos y motivados, las tropas se movilizaron hacia Sahara. El panorama era desolador: edificios destruidos, columnas de humo negro elevándose al cielo, y la desesperación en los rostros de los pocos civiles que intentaban huir. Las fuerzas de Nagatchi ya habían tomado varias partes de la ciudad, lideradas por sus aliados: Nagata, Katsuro, Deyci, Mariana y los temidos sicarios "El Espectro" y el "Chacal de Ébano".

En medio de todo, Nagatchi observaba desde un punto elevado, con una sonrisa fría en su rostro. Había dejado instrucciones precisas para que los héroes fueran enfrentados de manera táctica, separándolos y debilitándolos antes de que pudieran reagruparse.

—Que vengan —murmuró, cruzando los brazos mientras Nagata, a su lado, sonreía con confianza.

El enfrentamiento estaba a punto de comenzar, y las fuerzas del bien y el mal chocaban en lo que prometía ser una batalla épica que cambiaría el destino no solo de Sahara, sino de todo el mundo.

Nerumi se detuvo en seco mientras caminaba entre los escombros de la ciudad de Sahara. Algo no estaba bien. Miró a su alrededor con preocupación creciente y luego a sus amigos, quienes lo seguían de cerca.

—Samira… —susurró. Una sensación de vacío lo invadió al darse cuenta de que su hija adoptiva no estaba a su lado. Su mente inmediatamente pensó en Nagatchi. Solo alguien con sus habilidades podría haberla tomado sin que nadie lo notara.

La desesperación dio paso a una determinación helada. Con un tono autoritario, Nerumi declaró:

—Tengo algo importante que hacer. Por favor, quítense de mi camino. No tengo tiempo para juegos.

Pero justo cuando intentaba avanzar, dos figuras emergieron de entre las sombras. Eran el Espectro y el Chacal de Ébano, los sicarios contratados por Nagatchi. Sus presencias eran intimidantes: el Espectro era un hombre esbelto y vestido de negro, con un aura casi fantasmal que parecía desdibujar su figura; el Chacal de Ébano, por otro lado, era un hombre musculoso de piel oscura, con cicatrices que contaban historias de innumerables batallas y una mirada que irradiaba peligro.

—¿Crees que puedes irte tan fácilmente, héroe? —dijo el Espectro con una sonrisa burlona—. Nosotros somos tus oponentes ahora.

—No te dejaremos dar un paso más, Nerumi —añadió el Chacal de Ébano, cruzando los brazos mientras su voz resonaba como un trueno—. Si quieres pasar, tendrás que derrotarnos.

Nerumi apretó los puños, sus ojos llenos de furia y preocupación. No podía permitir que lo retrasaran, no mientras Samira estuviera en peligro. Pero sabía que estos dos no eran enemigos comunes. Eran letales y estarían dispuestos a todo para cumplir con su misión.

Ivan, Misa, y Sanbs se acercaron rápidamente a Nerumi, listos para enfrentarlos.

—Ve tras Samira —dijo Ivan, sacando su arma—. Nosotros nos encargaremos de estos dos.

—No pueden ser más fuertes que los enemigos que hemos enfrentado antes —dijo Misa, con una sonrisa confiada mientras cargaba su equipo.

—Nosotros los distraeremos, Nerumi. Encuentra a tu hija —añadió Sanbs con seriedad.

Nerumi dudó por un momento, mirando a sus amigos. Finalmente asintió con un gesto de agradecimiento.

—Gracias. No pierdan el tiempo con ellos. Acaben esto rápido y encuéntrenme cuando puedan.

Con eso, Nerumi activó su escudo energético, generando una brecha que lo impulsó hacia adelante, evitando el primer intento del Chacal de detenerlo. Mientras desaparecía entre las calles de Sahara, los sicarios volvieron su atención a los tres héroes restantes.

—Bueno, parece que tendremos que conformarnos con ustedes —dijo el Espectro, materializando cuchillas en sus manos.

—Espero que no sean tan débiles como parecen —añadió el Chacal con una sonrisa feroz mientras se preparaba para la batalla.

La lucha estaba a punto de comenzar, pero para Nerumi, solo había una cosa en su mente: rescatar a Samira antes de que fuera demasiado tarde.

El Chacal de Ébano no permitió que Nerumi escapara fácilmente. Con su látigo oscuro, comenzó a balancearse ágilmente por los edificios de la ciudad en ruinas, acercándose rápidamente a su objetivo. Cada movimiento era preciso y calculado, mientras su voz resonaba detrás de Nerumi:

—¡No creas que puedes huir de mí tan fácilmente, héroe! ¡Tu destino está sellado!

Mientras tanto, el Espectro luchaba ferozmente contra Ivan y Sanbs. Su habilidad para desvanecerse y reaparecer confundía a los dos héroes, quienes intentaban coordinar sus ataques. Cada vez que Ivan intentaba disparar, el Espectro desaparecía, y Sanbs apenas lograba esquivar los ataques rápidos y letales de sus cuchillas etéreas. La pelea era intensa, y los héroes sabían que enfrentaban a un enemigo que no era solo un sicario, sino una amenaza bien entrenada.

Por otro lado, Misa, que había decidido buscar sobrevivientes entre los escombros, se encontró con un monstruo oscuro. Este ser, una amalgama de sombras y rabia, avanzó hacia ella con intenciones asesinas. Misa, sin dudarlo, concentró su energía y lanzó un ataque explosivo que desintegró al monstruo en un instante. Sin embargo, su alivio fue breve. Apenas tuvo tiempo de recuperar el aliento cuando dos figuras emergieron entre las sombras: Deyci y Mariana, las hijas adoptivas de Nagatchi.

Las jóvenes se movían con un aire de superioridad, sus pasos eran firmes y su confianza, inquebrantable. Ambas llevaban trajes oscuros con detalles que parecían reflejar su personalidad y poder. Mariana fue la primera en hablar, señalando a Misa con un dedo.

—No te muevas —ordenó con una voz fría y autoritaria. De inmediato, Misa sintió su cuerpo paralizarse por completo. No podía mover ni un músculo, como si una fuerza invisible la hubiera atrapado en el lugar.

Deyci, con una mirada de desdén, añadió mientras cruzaba los brazos:

—Silencio.

Al instante, Misa sintió que su voz desaparecía. Intentó gritar o siquiera emitir algún sonido, pero fue en vano. Sus palabras estaban completamente apagadas, como si nunca hubieran existido.

Las hermanas se miraron entre sí, satisfechas con la efectividad de sus habilidades. Mariana sonrió con malicia y dijo:

—Esto será fácil. Los héroes no son más que peones insignificantes en el plan de nuestro padre.

Deyci asintió y añadió con un tono burlón:

—¿De verdad creen que pueden detener lo inevitable? Somos invencibles.

Misa luchaba internamente contra la inmovilidad, su mente trabajando frenéticamente para encontrar una manera de liberarse. Sabía que debía actuar rápido si quería sobrevivir y proteger a los demás. Mientras tanto, Deyci y Mariana comenzaron a acercarse lentamente, disfrutando de su aparente victoria.

Nagata, desde una posición estratégica en las alturas de un edificio medio destruido, observaba todo el caos desatado en la ciudad. Cerró su ojo izquierdo y, de inmediato, el ojo derecho comenzó a brillar tenuemente con una luz dorada. A través de este, podía ver con claridad todo lo que ocurría en el terreno. Los movimientos de los héroes, las batallas, los sicarios contratados, las intervenciones de sus hermanas adoptivas... nada escapaba de su visión.

Pero lo más importante era la conexión que compartía con Nagatchi. Su ojo derecho estaba directamente vinculado al ojo izquierdo de su hermano, formando un lazo que les permitía compartir sus perspectivas. Nagata observaba las escenas a su alrededor mientras sentía cómo su hermano activaba la conexión para mostrarle algo crucial.

En ese momento, Nagatchi, con una sonrisa oscura en su rostro, cerró su ojo izquierdo y proyectó su vista directamente a Nagata. Ella pudo verlo: Nagatchi estaba en un lugar apartado, a salvo del caos de la ciudad. Y junto a él, en un campo de energía oscura, estaba Samira, completamente inconsciente. Nagatchi había logrado su objetivo.

Nagatchi habló a través de la conexión con un tono burlón y confiado:

—Mira, hermana, ya tengo lo que vine a buscar. Mientras los héroes están ocupados jugando a ser salvadores, yo ya estoy un paso adelante.

Nagata asintió levemente, sin apartar su atención de los combates. Su voz resonó en la mente de Nagatchi a través del vínculo:

—¿Y qué planeas hacer con ella? Esa niña tiene un potencial inmenso. ¿La absorberás? ¿O la convertirás en nuestra aliada?

Nagatchi se rió suavemente, observando a la joven atrapada en su esfera de energía.

—Primero despertaré todo su poder. Después decidiré. Una pieza tan valiosa como esta no debe desperdiciarse.

Nagata miró de reojo el combate entre los héroes y sus aliados.

—Será mejor que termines rápido. Los héroes no son tan ingenuos como para no darse cuenta de lo que realmente está pasando. Nerumi es persistente.

Nagatchi, confiado, respondió:

—Déjalos venir. Cuanto más intenten detenerme, más demostrarán su desesperación. Ahora, sigue vigilando, hermana. Tenemos un juego que ganar.

Con esas palabras, Nagata desvió nuevamente su atención al campo de batalla, mientras Nagatchi desaparecía en las sombras con Samira, preparándose para ejecutar el siguiente paso de su siniestro plan.

Rigor, relajado y disfrutando de un pequeño descanso en la Academia Historia, se encontraba comiendo tranquilamente un plato que él mismo había preparado. Mientras saboreaba cada bocado, recordó algo importante: debía comprar los mejores vegetales para la comida especial que le había prometido a su esposa, Dariel. Con una sonrisa tranquila, se levantó y se preparó para salir.

—No quiero hacerla esperar —murmuró para sí mismo mientras trazaba un portal.

El portal brilló intensamente, y Rigor lo cruzó esperando llegar al mercado interdimensional donde solía encontrar productos de la mejor calidad. Sin embargo, lo que lo recibió fue algo completamente inesperado: el caos absoluto. Había llegado a la ciudad de Sahara, ahora en ruinas, con edificios destrozados, el cielo cubierto de humo y los ecos de combate resonando por todas partes.

Rigor detuvo sus pasos y observó con detenimiento. Su expresión cambió de relajada a seria en un instante. Avanzó con cautela, intentando descifrar qué estaba sucediendo. Al llegar a una calle abierta, divisó a un grupo que reconoció inmediatamente: Nerumi, Iván, Misa y Sanbs, enfrentando lo que parecían ser enemigos oscuros y criaturas monstruosas.

Frunció el ceño, todavía sin comprender del todo la magnitud del conflicto, pero algo en su interior le dijo que esto no era un simple ataque. Sabía que había oído hablar de Nagatchi en el pasado, un nombre que siempre estaba ligado al caos y la destrucción, y no pudo evitar pensar que esto podría estar relacionado con él.

—Esto no tiene buena pinta... —murmuró mientras se escondía entre las sombras para analizar mejor la situación.

Los vegetales que planeaba llevar a Dariel pasarían a un segundo plano. Ahora, lo primordial era entender lo que estaba ocurriendo y asegurarse de que las cosas no empeoraran más de lo que ya estaban.

Rigor, siempre guiado por su instinto heroico, observó a lo lejos a un joven que parecía estar inmovilizado en medio del caos. Sin saber quién era, decidió intervenir de inmediato. No importaba quién fuera esa persona, lo que importaba era ayudar.

Con una velocidad impresionante, Rigor se impulsó hacia adelante, saltando entre los escombros y aterrizando justo detrás del chico, que resultó ser Misa. Rápidamente analizó la situación y detectó a las dos responsables: Deyci y Mariana, las hijas adoptivas de Nagatchi, que lo observaban con una mezcla de sorpresa y desdén.

Sin perder tiempo, Rigor trazó su plan en una fracción de segundo. Sabía que cada movimiento debía ser preciso y rápido para evitar que las chicas reaccionaran.

En un nanosegundo, Rigor desapareció de la vista de las dos jóvenes, reapareciendo frente a ellas con un golpe rápido y contundente al pecho de cada una, utilizando la fuerza justa para dejarlas fuera de combate sin causarles daño grave. Antes de que sus cuerpos pudieran reaccionar, lanzó un segundo golpe certero a sus nucas, dejándolas inconscientes en el acto.

Las chicas cayeron al suelo suavemente mientras Rigor volvía a la posición inicial, asegurándose de que Misa estuviera bien. Al instante, el efecto inmovilizador que le habían hecho comenzó a desvanecerse, permitiéndole moverse de nuevo.

—¿Estás bien? —preguntó Rigor con seriedad mientras ayudaba a Misa a incorporarse.

Misa lo miró con una mezcla de confusión y gratitud, sin saber quién era aquel hombre que lo había salvado.

—Sí, gracias... ¿quién eres tú?

Rigor sonrió ligeramente mientras miraba a su alrededor, evaluando el estado de la batalla.

—Alguien que solo pasaba por aquí. Ahora vámonos, no parece seguro quedarnos mucho tiempo.

Sin esperar respuesta, Rigor levantó a Misa y lo ayudó a ponerse en pie, listo para enfrentarse a cualquier otro obstáculo que se presentara. Había llegado al caos sin buscarlo, pero ahora que estaba aquí, sabía que debía hacer lo correcto.

Rigor, decidido a no dejar a nadie atrás, sacó a Misa del lugar con rapidez y lo dejó en una zona segura antes de dirigirse hacia donde Iván y Sanbs combatían contra el espectro. Su experiencia y agilidad le permitieron llegar justo a tiempo para intervenir.

Al ver la complicada situación de Iván y Sanbs, Rigor no dudó ni un segundo. Se colocó rápidamente detrás del espectro, que no había detectado su presencia, y lanzó un golpe devastador en un punto crítico de su espalda. El impacto no solo hizo tambalear al espectro, sino que también abrió una vulnerabilidad en su defensa, creando una apertura perfecta para que Iván y Sanbs pudieran ejecutar un ataque conjunto.

—¡Es ahora! —gritó Rigor antes de retroceder, dejando que sus compañeros aprovecharan la oportunidad.

Iván y Sanbs, sincronizados, desataron un poderoso ataque combinado que impactó directamente al espectro, derrotándolo de manera contundente. Rigor, satisfecho de haber ayudado, no esperó para recibir agradecimientos. Con la misma rapidez con la que había llegado, desapareció del lugar, sabiendo que aún tenía un objetivo importante: buscar los vegetales frescos para Dariel.

Mientras los demás héroes continuaban luchando, Rigor abrió un nuevo portal y se dirigió a otro universo donde sabía que podría encontrar lo que buscaba. Aunque accidentalmente había quedado envuelto en una batalla, su prioridad seguía siendo su familia. En su mente, pensaba en la sonrisa de Dariel al ver el esfuerzo que hacía por ella.

Iván y Sanbs observaron cómo el espectro, debilitado por la apertura que Rigor había creado, cayó al suelo con un estruendo tras recibir el ataque combinado de ambos.

—¡Buen trabajo, Sanbs! —exclamó Iván, respirando profundamente después de la intensa batalla.

Sanbs, con una leve sonrisa, respondió:

—Sí, pero esto no termina aquí. Hay más amenazas por enfrentar.

Ambos se miraron, asintiendo con determinación. Aunque sabían que la victoria contra el espectro era un paso importante, el conflicto en la ciudad aún estaba lejos de terminar. Las calles resonaban con los sonidos de combate, y las vidas de muchas personas aún estaban en peligro.

Con rapidez, Iván revisó la zona para asegurarse de que el espectro no volvería a levantarse, mientras Sanbs comenzaba a preparar su siguiente movimiento. Ambos estaban listos para seguir luchando, sabiendo que cada segundo contaba.

El espectro, jadeando por sus heridas, llegó tambaleándose a la estación de trenes subterráneo. Cada paso resonaba en el silencio sombrío del lugar. Encontró un rincón oscuro y, con dificultad, comenzó a concentrarse en su regeneración, utilizando la energía residual que le quedaba para sanar sus heridas.

De pronto, un ruido inquietante resonó en el túnel. Giró la cabeza y, a lo lejos, sus ojos se encontraron con los de un monstruo oscuro, una criatura grotesca hecha de sombras líquidas que destilaban pura maldad.

El monstruo dejó escapar un gruñido gutural y comenzó a correr hacia él a una velocidad aterradora. El espectro, aunque malherido, apretó los dientes y levantó su brazo derecho con determinación.

—No eres más que otro insecto —murmuró con una voz ronca.

Cuando el monstruo saltó para atacarlo, el espectro cargó toda la fuerza que le quedaba en un único golpe devastador. Su puño, envuelto en una energía oscura y chispeante, impactó directamente en el núcleo brillante que brillaba en el pecho de la criatura.

Con un crujido ensordecedor, el núcleo se destrozó en mil pedazos, y el monstruo dejó escapar un grito desgarrador antes de desintegrarse en una nube de sombras que se desvanecieron en el aire.

El espectro cayó de rodillas, exhausto pero victorioso, observando cómo los restos del monstruo desaparecían. Respiró profundamente y murmuró para sí mismo:

—Necesito más tiempo... y más poder.

Se apoyó en una pared, intentando recuperarse lo suficiente para continuar. Sabía que este era solo el principio de un conflicto mucho mayor.

Nerumi se preparó para enfrentar al chacal de ébano, quien, sin perder tiempo, agitó su látigo con ferocidad, lanzando un pedazo de escombro directo hacia él. El impacto parecía inevitable, pero el escudo invisible que rodeaba a Nerumi, imbuido con el poder del infinito, lo protegió como si el ataque jamás hubiera existido. El látigo oscuro del chacal tampoco pudo romper la barrera, deslizándose inútilmente contra la energía divina que envolvía al héroe.

Con una mirada fría y calculada, Nerumi comenzó a moverse en perfecta sincronización con los movimientos de su oponente. Cada paso y cada giro parecían coreografiados en un baile mortal. Con una precisión impecable, lanzó un golpe directo a las costillas izquierdas del chacal, enviándolo hacia atrás con una fuerza que resonó en el aire.

El chacal de ébano cayó de rodillas por un breve momento, jadeando y sosteniéndose el costado, pero sus ojos ardían con una determinación inquebrantable. "No creas que me derrotarás tan fácilmente, héroe", gruñó con una mezcla de rabia y dolor mientras se levantaba lentamente. Agitando nuevamente su látigo, cargó hacia Nerumi, dispuesto a no rendirse hasta su último aliento.

Nerumi, con la tensión del combate en su punto más alto, observó cómo el chacal de ébano invocaba una criatura oscura, una bestia gigantesca y aterradora que parecía surgir de las mismas profundidades de la sombra. El chacal, ahora montado en el lomo de esa criatura, miró a Nerumi con una sonrisa burlona. Ambos, jinete y montura, parecían unificados por la misma negrura, como si fueran dos partes de un único ser.

Nerumi, sin pensar, soltó con sarcasmo: "¿No se si son el mismo ser o si ambos son demasiado negros para diferenciarlos?"

El chacal de ébano se detuvo por un segundo, clavando una mirada fría e intensa en Nerumi, sus ojos brillando con una furia aún más ardiente. "Cuidado con tus palabras, héroe. Podrías desear tragarte ese comentario antes de que termine contigo", rugió, mientras su látigo crepitaba con una energía aún más oscura y mortal que antes.

Nerumi mantuvo su postura firme, sin dejar que el peso de la situación o sus propias palabras lo desviaran del objetivo. La tensión en el campo de batalla se palpaba, mientras ambos se preparaban para lo que prometía ser un enfrentamiento aún más intenso y personal.

Nerumi observó al chacal de ébano invocar a la criatura oscura, la cual avanzó hacia él con una velocidad y ferocidad sorprendentes. Sin embargo, en un instante de cálculo preciso, Nerumi desapareció de la vista, dejando que la criatura cayera directamente en un agujero de construcción en el suelo. Desde lo alto, aprovechando la confusión, apareció nuevamente, lanzándose con una fuerza demoledora. Su golpe fue tan devastador que destruyó a la criatura en un solo impacto, haciendo que su cuerpo oscuro explotara en pedazos. Órganos y fragmentos salieron disparados en todas direcciones, pero el chacal de ébano, con reflejos impecables, logró esquivar el caos, saltando fuera de la construcción para reposicionarse a una distancia segura.

Nerumi emergió del agujero, sus movimientos fluidos y llenos de convicción. Su mirada se clavó en el chacal, quien, al ver que no podía confiar solo en su fuerza, utilizó su látigo para atraer un tendido eléctrico cercano y lo lanzó con precisión hacia Nerumi. Sin embargo, el impacto fue inútil: el campo de fuerza infinito que rodeaba a Nerumi repelió el ataque sin dificultad. Sin darle tiempo a reaccionar, Nerumi aumentó su velocidad, convirtiéndose en un borrón imparable, y lanzó una patada directa al pecho del chacal, enviándolo volando hacia un puente cercano. La estructura tembló y comenzó a colapsar bajo el impacto del cuerpo del chacal.

Mientras el puente cedía, Nerumi no perdió tiempo y se lanzó tras su enemigo. Su velocidad, aumentada exponencialmente por el campo infinito que rompía las leyes de la física, lo hizo aparecer en un abrir y cerrar de ojos. Nerumi comenzó una andanada de golpes rápidos y precisos, utilizando técnicas de boxeo mixto, golpeando con tanta velocidad y fuerza que el chacal apenas podía reaccionar. Uno de los golpes finales lanzó un destello naranja que mandó al chacal volando una vez más.

A pesar del dolor, el chacal de ébano no se rendía. Con su látigo, se sujetó a un objeto cercano, intentando escapar. Pero su intento fue inútil. Nerumi, anticipándose a su movimiento, apareció en el aire, bloqueándole el camino. El chacal, al darse cuenta demasiado tarde, chocó directamente contra el campo de fuerza infinito, quedando aturdido. Nerumi lo tomó por la camisa y lo estrelló contra el suelo con una fuerza devastadora.

El chacal, aunque malherido, se levantó con dificultad y trató de huir una vez más. Nerumi no permitió que escapara. En un movimiento relampagueante, lo alcanzó y le asestó un golpe directo en la mandíbula, que lo derribó con violencia. Sin embargo, antes de que pudiera terminar el combate, varias criaturas oscuras se interpusieron, protegiendo al chacal con sus cuerpos retorcidos.

Nerumi, sin perder la calma, liberó una onda de energía pura que se extendió con rapidez. La energía, cargada con fragmentos de escombros y fuerza destructiva, atrajo a las criaturas hacia ella, aplastándolas y lanzándolas por los aires junto con los restos del entorno. En medio del caos, el chacal salió volando también, perdiéndose en la distancia. Nerumi, firme y decidido, se preparaba para lo que vendría después, mientras la batalla aún rugía a su alrededor.

Nerumi estaba de pie entre las ruinas, rodeado de un paisaje que parecía gritar desesperación. Los gritos de las personas atrapadas, el rugir de las criaturas oscuras y el estruendo de los edificios cayendo lo empujaban en dos direcciones opuestas. Su mente estaba dividida: su instinto como héroe lo obligaba a salvar a todos, pero su corazón, lleno de angustia, le recordaba que cada segundo perdido alejaba más a su hija adoptiva, Samira, quien estaba en manos de Nagatchi.

Con el rostro tenso y los puños apretados, susurró para sí mismo:

—Samira... aguanta. Estoy yendo por ti.

Sin embargo, justo cuando estaba por avanzar, un desgarrador grito de ayuda lo detuvo. Giró la cabeza, viendo a una madre atrapada bajo los escombros, sosteniendo con fuerza a un bebé que apenas respiraba. Nerumi cerró los ojos con frustración, sintiendo cómo el tiempo le escurría entre los dedos como arena. Pero no podía ignorar aquello. Su alma de héroe no se lo permitiría.

—¡Maldita sea! —gruñó entre dientes, corriendo hacia ellos.

Con movimientos precisos, levantó los escombros como si no tuvieran peso, protegiendo a la madre y al niño con su campo infinito mientras una criatura oscura los acechaba. Un destello de energía pura salió de sus manos, destruyendo al monstruo en un instante. Los ojos de la madre se llenaron de lágrimas de gratitud, pero Nerumi no esperó agradecimientos.

—Corran —dijo en un tono firme, lanzándose de nuevo a la carrera.

A medida que avanzaba, los monstruos aparecían por doquier, como si fueran sombras interminables de la desesperanza. Golpeaba con precisión quirúrgica, destruyendo a cada uno de ellos, sus movimientos eran rápidos como relámpagos. Cada vez que liberaba a alguien, sentía el peso del tiempo perdido.

Su voz rompió el aire con rabia y determinación:

—¡Nagatchi! ¡Voy a encontrarte!

Pero la ciudad misma parecía ser su enemigo. En cada rincón, había vidas que salvar: una familia atrapada bajo un edificio en llamas, niños llorando rodeados de monstruos, ancianos que apenas podían moverse. Nerumi luchaba, no solo contra las criaturas, sino contra la culpa que lo carcomía. Sabía que cada vida salvada era tiempo perdido para Samira, pero no podía dar la espalda.

Cuando finalmente despejó un área de la ciudad, sus manos estaban ensangrentadas y su respiración agitada. Miró alrededor, viendo a las personas correr hacia la seguridad. Su cuerpo estaba cansado, pero su determinación ardía como nunca. Miró hacia el horizonte, donde sentía la oscura presencia de Nagatchi, y una chispa de furia brilló en sus ojos.

—No dejaré que te quedes con ella... —dijo, su voz baja pero cargada de promesas.

Entonces, Nerumi hizo lo impensable. Con un grito que rompió el aire, liberó una fracción del verdadero poder que habitaba en él. El suelo tembló, las criaturas cercanas se desintegraron, y en un instante, Nerumi desapareció de la vista. Su velocidad superó cualquier límite humano, rasgando el espacio a su paso, dejando atrás un rastro de luz brillante.

Cada latido de su corazón era un recordatorio de lo que estaba en juego. No había más distracciones. Samira era lo único que importaba ahora.

El aire en la ciudad se espesaba con una tensión palpable. Mientras Nerumi luchaba ferozmente para liberar cada rincón de la ciudad de la oscuridad, un movimiento silencioso y poderoso se manifestaba. En lo más alto de una de las estructuras caídas, apareció un hombre, imponente como una figura de leyenda. Comandante Sheep, el hombre cuya presencia podía hacer que la gravedad misma se doblegara a su voluntad.

Con una calma sobrenatural, observó la escena desolada que se desplegaba ante él. Su mirada, fría y calculadora, se detuvo en un punto lejano: Samira, la hija adoptiva de Nerumi, estaba atrapada y rodeada por los tentáculos oscuros de Nagatchi. Su rostro, sereno y seguro, mostró la sabiduría de años de servicio. Desde niño, Sheep había sido criado bajo la creencia de que la grandeza no se medía solo por el poder, sino por la capacidad de salvar vidas, de proteger a los inocentes a cualquier costo.

Sin perder tiempo, extendió las manos hacia el cielo, sus dedos flexionándose con la precisión de un maestro. La gravedad a su alrededor comenzó a distorsionarse, como si el mismo espacio que lo rodeaba respondiera a su llamada. A medida que su poder se activaba, el suelo bajo sus pies tembló, y una intensa presión en el aire hizo que los monstruos cercanos se tambalearan, incapaces de mantener su equilibrio ante el control absoluto que Sheep tenía sobre las fuerzas naturales.

El caos se calmó por un segundo, mientras la figura del comandante descendía lentamente hacia Samira. Con un solo gesto, el poder de la gravedad hizo que la oscuridad que la rodeaba se disipara, como si fuera papel arrancado por un viento fuerte. En un parpadeo, las criaturas que antes la acechaban fueron arrastradas a la distancia, aplastadas por una fuerza invisible.

Sheep se acercó a Samira, su presencia imponente asegurando que nada podría alcanzarla mientras él estuviera allí. Su voz resonó con autoridad, pero también con una paz que solo los verdaderos héroes logran transmitir.

—No te preocupes, pequeña. Estoy aquí para protegerte. Nadie te hará daño mientras yo esté a tu lado.

La gravedad a su alrededor cambió nuevamente, creando una esfera de protección impenetrable, un campo que reflejaba cualquier intento de ataque hacia Samira. Los monstruos, impotentes ante el poder del comandante, cayeron lejos, derrotados sin que él siquiera los mirara.

El aire se calmó, la ciudad parecía suspenderse en un equilibrio momentáneo. Comandante Sheep no solo protegía, sino que representaba lo que Nerumi había soñado al convertirse en héroe: la perfección en salvar vidas, el poder para garantizar la seguridad de aquellos que más lo necesitaban.

Con un último vistazo hacia el horizonte, donde Nerumi luchaba con ferocidad, Sheep se preparó para lo que fuera necesario. Sabía que el enfrentamiento estaba lejos de terminar, pero mientras él estuviera allí, Samira estaría a salvo.

Y cuando Nerumi llegara, encontraría un camino despejado, con la seguridad de que su hija adoptiva no estaba sola. La grandeza de su ser siempre estaría al servicio de la humanidad.

El suelo tembló violentamente mientras Nagatchi observaba a Comandante Sheep con una mirada llena de furia. La gran figura del héroe, que acababa de liberar a Samira, había sido un obstáculo inesperado en sus planes, y no iba a dejarlo ir tan fácilmente.

Con un movimiento fluido, como si su voluntad misma fuera un vórtice, Nagatchi extendió su mano y, con el poder oscuro combinado con destellos de luz abrasadora, atrajo a Samira de vuelta hacia él. El control sobre ella era absoluto. La energía oscura y luminosa se fusionaron como dos fuerzas antagónicas, uniendo la oscuridad y la luz en un siniestro lazo que aprisionó a la joven. Samira intentó resistirse, pero su cuerpo fue arrastrado hacia el enemigo, como si el aire mismo estuviera contra ella.

El Comandante Sheep, que había estado a su lado, no pudo reaccionar con suficiente rapidez. En un parpadeo, Nagatchi desató una explosión de poder que lanzó al comandante hacia el suelo. El impacto fue tan feroz que el edificio crujió, y el Comandante fue lanzado varios pisos hacia abajo, su cuerpo atravesando las estructuras con una fuerza que parecía inhumana. El impacto destruyó las columnas de soporte, y el edificio comenzó a desplomarse a su alrededor.

Pero Nagatchi no se detuvo allí. Mientras Sheep caía, él se adelantó con una velocidad aterradora. En cuestión de segundos, se presentó frente al Comandante, su expresión completamente desprovista de emociones.

— Eres solo un insecto más, murmuró Nagatchi. Con un simple gesto, levantó su mano y golpeó el suelo, creando una onda de choque que extendió las grietas por todo el edificio, casi partiéndolo en dos.

El Comandante, aún bajo el impacto de la caída, intentó levantarse, pero Nagatchi no le dio oportunidad. Con una ráfaga de oscuridad pura, lo rodeó, atrapando a Sheep en una prisión etérea, donde la gravedad dejó de existir y el peso de la existencia misma parecía ser absorbido por el vacío.

Mientras el comandante luchaba por respirar en la nada, Nagatchi se volvió hacia Samira, cuya figura aún flotaba en el aire, atrapada por el poder oscuro.

— Lo siento, dijo Nagatchi, pero no puedes escapar. Ningún héroe puede salvarte ahora.

Los ecos de su risa resonaron por los pasillos del edificio, mientras la estructura seguía desmoronándose. Samira estaba rodeada por la oscuridad, su cuerpo ahora congelado en el aire, incapaz de moverse, mientras el Comandante Sheep luchaba por liberarse de la prisión creada por Nagatchi.

Todo parecía perdido.

Nagatchi lo observó con un aire de satisfacción, como si estuviera disfrutando de un espectáculo personal. Samira, aún suspendida en el aire, había quedado completamente a su merced, sin capacidad para moverse o gritar. Todo había sucedido con una rapidez que ni siquiera el Comandante Sheep había podido anticipar. La ciudad se desmoronaba a su alrededor, y el caos ya se había apoderado de todo, pero para él, todo era simplemente parte de su plan.

"Espléndido," murmuró con voz sibilante, observando cómo el Comandante y los demás héroes caían bajo el peso de su poder. "Espléndido," repitió, como si fuera un himno de victoria, su tono lleno de orgullo y satisfacción. "Héroe sacrificándose por su compañero héroe, el mundo que tanto anhelé se muestra ante mis ojos."

Las palabras resonaron en el aire como una sentencia. Nagatchi había hablado de un mundo que deseaba crear, uno donde los héroes se convirtieran en nada más que figuras obsoletas, donde la oscuridad finalmente dominara sin oposición. Los héroes, como el Comandante Sheep, habían dado su vida por una causa que Nagatchi consideraba inútil. El sacrificio, en su mente, no tenía ningún valor. Lo único que importaba era el poder absoluto, y ahora, él estaba a un paso de alcanzarlo.

Samira, aunque atrapada, parecía luchar contra el peso de la oscuridad que la envolvía. Pero sus esfuerzos eran en vano, pues la energía que la aprisionaba no solo la mantenía inmóvil, sino que también drenaba su fuerza vital.

Nagatchi caminó lentamente hacia ella, la energía oscura rodeándolo como una capa, su poder creciendo a medida que absorbía la desesperación y el miedo que se habían acumulado a su alrededor.

"Y ahora, hija de los héroes," dijo con voz llena de burla, "serás el último sacrificio para dar paso a la verdadera oscuridad. No te preocupes, serás parte de algo mucho más grande que tu pequeño mundo."

El Comandante Sheep había caído, y la ciudad estaba al borde de la destrucción. En su mente, Nagatchi había ganado. Ya no había ningún héroe que pudiera detenerlo. El futuro que había imaginado estaba a su alcance, y él era la pieza central, el nuevo gobernante de un mundo en el que la luz nunca volvería a prevalecer.

El aire estaba cargado de tensión, y la lucha parecía estar al borde de lo inevitable. Samira, atrapada en el oscuro abrazo de Nagatchi, sentía que la rabia la consumía. Pero algo en su interior comenzó a despertar, una energía que jamás había conocido. Nagatchi había destruido todo a su alrededor, había arrancado la vida de sus amigos y compañeros, pero no contaba con que la energía que él mismo había creado, la que había transmitido con su poder, podría ser absorbida por alguien con el potencial suficiente para manipularla.

En un destello de furia, Samira comenzó a absorber la oscuridad que la rodeaba. Pero no solo eso: ella también absorbió la luz que Nagatchi había entrelazado, una mezcla de ambos poderes que la hizo transformarse en algo más. Cada ráfaga de energía oscura que tocaba su cuerpo se convertía en un nuevo poder, un nuevo talento. El ADN, al igual que la energía, se transmitía de una forma que Samira jamás imaginó, dándole acceso a las habilidades de sus enemigos, en especial a Nagatchi.

Por primera vez, Samira entendió que la ira no era solo un sentimiento, sino una fuerza tangible que podía ser moldeada y usada. Cada golpe de furia se traducía en energía pura. Los recuerdos de sus amigos caídos, de aquellos que habían sufrido por la oscuridad de Nagatchi, la impulsaron. Con cada célula de su cuerpo vibrando con el poder de sus seres queridos, Samira gritó:

"Mis amigos, todos ellos están mal... Y yo no voy a escapar."

El aire vibró con la intensidad de su declaración, mientras su poder se desbordaba. El Comandante Sheep, Misa, Rigor, Iván, Sanbs, todos los héroes caídos se sintieron reflejados en su ser. No era solo una lucha por su supervivencia, sino una batalla por la memoria de aquellos que habían perdido la vida.

Nagatchi, viendo cómo el poder de Samira crecía, frunció el ceño, sorprendido. En su mente, había perdido a una posible aliada, pero ahora veía que había creado a un enemigo aún más formidable. Él sonrió con una mezcla de desprecio y sorpresa.

"Me hubiera gustado que vivieras, Samira. Hubieras sido útil."

Pero Samira, ahora empoderada y enojada, no se detuvo. Con una invocación rápida y precisa, gritó:

"¡Sal, Krak!"

En ese momento, una entidad ancestral, un ser de pura energía y voluntad, emergió de su ser. Krak, una fuerza que residía en el alma misma de Samira, apareció, envolviéndola en un aura de poder indescriptible. La entidad se fusionó con ella, dándole acceso no solo a sus propios poderes, sino también a la esencia de los héroes caídos, de aquellos que habían dado todo por un mundo en el que Nagatchi había destruido la esperanza.

Con una velocidad imposible de seguir, Samira golpeó a Nagatchi, su energía multiplicada por la furia y la justicia. El golpe fue tan fuerte que Nagatchi fue lanzado hacia atrás, atravesando varios edificios y creando un caos absoluto en su caída. Samira, con una precisión quirúrgica, aterrizó en un poste de metal vacío, sin electricidad, pero lleno de una energía que desbordaba de su cuerpo.

Mientras Nagatchi caía al suelo, sus ojos brillaron con un brillo maligno. A pesar de su aparente derrota, su habilidad no cesaba. De sus manos, surgieron múltiples criaturas oscuras, deformes y envenenadas, cada una más feroz que la anterior.

"Cantidad contra calidad," murmuró Nagatchi mientras sus criaturas se acercaban a Samira. "Por más que no me guste admitirlo, gana tu calidad."

Samira, respirando con dificultad pero con una determinación inquebrantable, miró a las criaturas y luego a Nagatchi. No había vuelta atrás. Su poder ahora era inigualable, una fusión de todo lo que había absorbido y de todo lo que había aprendido. Y en ese momento, la batalla no solo era por su vida, sino por el futuro que había decidido proteger.

Con la fuerza de un huracán, Samira lanzó otro golpe, este aún más devastador que el anterior. La oscuridad, la luz, y el alma misma de los héroes caídos se fusionaron en su ataque, apuntando directamente a Nagatchi y su ejército de monstruos. La energía envolvió todo a su alrededor, y el destino de la ciudad, de sus amigos y del mundo, estaba por decidirse en este último enfrentamiento.

Continuará...