Esa mañana, Hao Jian y Shu Ya se dirigían juntos a la oficina del grupo cuando se encontraron inesperadamente con un invitado no deseado en su camino.
Zhao Ziliang, aún vestido impecablemente, bloqueó su camino en medio de la carretera, cortándoles el paso.
Hao Jian sacó la cabeza y gritó a Zhao Ziliang:
—Los buenos perros no bloquean el camino, aparta rápido, ¡o te daré un hueso más tarde!
Shu Ya no esperaba que Zhao Ziliang apareciera allí; después de todo, ya todo había quedado claro, ¿entonces por qué Zhao Ziliang todavía la molestaba?
—¡Bastardo!
Zhao Ziliang se enojó inmediatamente cuando escuchó decir eso a Hao Jian.
Con alguien respaldándolo ahora, no tenía miedo de Hao Jian en absoluto y se lanzó hacia adelante, dando una patada sólida al coche de Hao Jian.
Con un fuerte estruendo, el faro del coche de Hao Jian se hizo añicos.
