—No te preocupes, conozco gente en la policía, no puede hacerme nada. Si no, ¿por qué crees que me atrevería a hacer mi jugada? —señaló Hao Jian, indicando que no estaba en problemas.
Qin Bing asintió, medio convencida, medio dudosa.
En ese momento, sin embargo, el dueño regordete se acercó con cara larga, entregándole a Hao Jian ochocientos yuanes:
—Hermano, te lo suplico, por favor no vengas más a mi restaurante. De verdad que me das miedo.
Después de comer tanto de su comida e incluso lesionar a sus clientes, el dueño estaba realmente desesperado.
—Oye, también hay buenos tratos, comer gratis y además recibir un bono —Hao Jian rió felizmente.
Qin Bing se sujetó la frente y suspiró. ¿Qué tan caradura podía ser este tipo, para no darse cuenta del desprecio en las palabras del otro?
Hao Jian y Qin Bing salieron del restaurante, luego compraron una gran bolsa de aperitivos, alquilaron algunos discos y se prepararon para ir a casa a ver películas.