—Te dije que no necesito tu ayuda —rugió obstinadamente Lin Sheng.
En ese momento, Hao Jian lanzó con despreocupación la cabeza cortada hacia Lin Sheng, burlándose —Él era mío, esta te la regalo a ti.
Lin Sheng apretó los dientes, sintiéndose humillado.
—Zumbido, zumbido, zumbido, zumbido.
Justo entonces, cuatro cuchillos lanzables dispararon simultáneamente hacia Hao Jian.
Hao Jian, sin siquiera mirar atrás, extendió sus manos, izquierda, derecha, arriba, abajo, golpe, golpe, golpe, golpe, y derribó los cuchillos al suelo.
Todos se quedaron atónitos. Hao Jian pudo detectar las posiciones de los cuchillos lanzables sin mirar y los derribó uno por uno; solo esta hazaña ya era suficiente para deslumbrar a todos los presentes.