Un joven robusto, de cabello castaño algo desordenado y anteojos enmarcando sus ojos atentos, caminaba tranquilamente por el camino que llevaba desde su escuela hacia su casa. Aunque apenas era media mañana, él ya estaba de regreso, algo que podría parecer extraño para cualquiera… excepto para él. Max, como lo llamaban, era conocido en la escuela como "el prodigio". Sus profesores mismos admitían que tenía un futuro brillante por delante y, a menudo, le permitían retirarse temprano. Quizás no fuera la práctica más justa, pero nadie cuestionaba a quien, a su corta edad, ya destacaba tanto académicamente.
Max avanzaba a paso tranquilo, con la mirada perdida entre sus pensamientos, cuando un niño pequeño en bicicleta apareció por el camino rodeado de grandes robles. Era su vecino, un niño inquieto que siempre parecía tener una misión en mente.
—¡Hola, Max! —saludó el niño con entusiasmo—. ¿Ya saliste de la escuela?
—Sí, pequeño. Ya salí —respondió Max con una sonrisa—. ¿Y tú? ¿A dónde vas?
—A la tienda. ¡Me mandaron a hacer una aventura!
—Pues mucha suerte con tu misión —le dijo Max, dándole una palmada en la cabeza.
El niño sonrió orgulloso y se despidió, alejándose en su bicicleta. Max continuó su camino hasta que un grito de angustia rompió el silencio. Se giró rápidamente y vio a lo lejos que unos chicos habían interceptado a su vecino. Tres adolescentes se habían acercado al niño, y parecían intentar arrebatarle el dinero de las compras.
Sin pensarlo, Max corrió hacia ellos. Su instinto era proteger al pequeño, pero en cuanto estuvo a pocos metros, dudó. Los tres chicos eran mucho más grandes y amenazantes de lo que había imaginado.
—¡Oigan, idiotas, suéltenlo! —gritó, su voz temblando ligeramente.
Los chicos se giraron hacia él, observándolo con miradas desafiantes.
—¿Qué dijiste, genio? —respondió uno de ellos, el líder, con una sonrisa burlona.
Max sintió un nudo en la garganta. No era un héroe, y mucho menos alguien valiente. Tragó saliva y, con una voz temblorosa, repitió:
—S-suéltalo… No queremos problemas.
El líder se acercó, agarrándolo de la camiseta y acercándolo a su cara.
—¿Y si no lo hacemos, genio? —escupió, mientras los otros dos reían y empujaban a Max hacia él.
Max miró al niño y le susurró:
—Corre, ahora.
El niño asintió y salió disparado en su bicicleta, dejando a Max solo frente a los tres chicos.
—Entonces, ¿te crees un héroe? —se burló el líder, antes de lanzarle un golpe.
El impacto hizo que los anteojos de Max cayeran al suelo, pero Max soportó el dolor y lo miró con determinación. Sin pensarlo dos veces, le devolvió el golpe al líder, poniendo toda su fuerza en ello. Sin embargo, el chico apenas se tambaleó, riendo mientras lo empujaba de nuevo.
—¡Eso es todo lo que tienes, "prodigio"? —dijo con una sonrisa maliciosa, colocándose en posición de pelea.
Max lo imitó torpemente, aunque no tenía idea de cómo pelear. En su mente, solo pensaba: Todo lo que hago por un niño…
La pelea fue breve. Con un solo golpe, el líder lo derribó, dejándolo en el suelo con sangre en los labios y la nariz. Max intentó limpiarse la sangre, pero esta seguía brotando. Se levantó como pudo, solo para recibir una patada que lo hizo tambalearse y caer hacia atrás.
Tropezó con un agujero oculto en un viejo árbol y, antes de poder reaccionar, cayó dentro de él. La caída parecía no tener fin. Se sentía como si hubiera caído en un vacío oscuro e infinito, sin luces ni sonidos, solo oscuridad absoluta.
De repente, una voz profunda y retumbante llenó el vacío.
—Parece que tenemos un héroe entre nosotros… —dijo la voz, terminando con una risa que resonó en ecos, como si el propio abismo se burlara de él.
Y así, la oscuridad lo envolvió por completo, mientras una extraña sensación recorría su cuerpo.