Invocado a otro mundo sin experiencia

Seamus_Rose
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Synopsis

Prólogo

El joven salió tambaleándose del callejón, donde la tenue luz de una farola apenas alcanzaba a iluminar la entrada del bar de mala muerte que acababa de dejar atrás. Su aliento olía a alcohol barato y su estómago le ardía como si hubiese tragado fuego. Dio unos pasos, tambaleándose mientras un sudor frío le recorría la frente. Tenía una sensación extraña, un presentimiento de que algo malo iba a suceder, como si la noche misma lo estuviera observando.

Las calles del gran reino de Calonia estaban desiertas y en silencio. El joven caminaba en zigzag, incapaz de enfocar su vista en nada más que el suelo bajo sus pies. De repente, sus ojos encontraron una figura conocida: la estatua del rey, inmóvil y severa en medio de la plaza.

—Hola, rey… —balbuceó, tratando de sostenerse en pie frente a la imponente estatua—. Supongo que… usted está bien.

Sus palabras se desvanecieron en el aire y, sin poder resistirse, se dejó caer al pie de la estatua. Tan pronto como se sentó, un retortijón le hizo llevarse las manos al estómago, y sin previo aviso, vomitó. Una mueca de disgusto cruzó su rostro mientras intentaba recobrar el aliento.

—Ugh… me… me arde el estómago… —murmuró, apenas consciente de lo que decía.

Pero algo más comenzaba a cambiar. Su visión se tornaba borrosa, y el mundo a su alrededor parecía desmoronarse en sombras y figuras vagas. Sintió sus fuerzas desaparecer lentamente, como si su cuerpo se estuviera apagando.

—No… no… no puedo… —murmuró, tratando de aferrarse a la consciencia, de mantener los ojos abiertos, aunque fuera lo último que hiciera—. ¡No te rindas! ¡Vamos…!

Sin embargo, su cuerpo ya no le respondía. En un último suspiro, el ardor en su estómago se desvaneció, y junto con él, cualquier otro dolor o sufrimiento. Los ojos del joven se cerraron, su respiración cesó, y la noche lo cubrió con su manto, mientras el gran reino de —– continuaba en calma, sin percibir la partida de una vida más en sus calles frías y solitarias.PRÓLOGO

El joven salió tambaleándose del callejón, donde la tenue luz de una farola apenas alcanzaba a iluminar la entrada del bar de mala muerte que acababa de dejar atrás. Su aliento olía a alcohol barato y su estómago le ardía como si hubiese tragado fuego. Dio unos pasos, tambaleándose mientras un sudor frío le recorría la frente. Tenía una sensación extraña, un presentimiento de que algo malo iba a suceder, como si la noche misma lo estuviera observando.

Las calles del gran reino de —– estaban desiertas y en silencio. El joven caminaba en zigzag, incapaz de enfocar su vista en nada más que el suelo bajo sus pies. De repente, sus ojos encontraron una figura conocida: la estatua del rey, inmóvil y severa en medio de la plaza.

—Hola, rey… —balbuceó, tratando de sostenerse en pie frente a la imponente estatua—. Supongo que… usted está bien.

Sus palabras se desvanecieron en el aire y, sin poder resistirse, se dejó caer al pie de la estatua. Tan pronto como se sentó, un retortijón le hizo llevarse las manos al estómago, y sin previo aviso, vomitó. Una mueca de disgusto cruzó su rostro mientras intentaba recobrar el aliento.

—Ugh… me… me arde el estómago… —murmuró, apenas consciente de lo que decía.

Pero algo más comenzaba a cambiar. Su visión se tornaba borrosa, y el mundo a su alrededor parecía desmoronarse en sombras y figuras vagas. Sintió sus fuerzas desaparecer lentamente, como si su cuerpo se estuviera apagando.

—No… no… no puedo… —murmuró, tratando de aferrarse a la consciencia, de mantener los ojos abiertos, aunque fuera lo último que hiciera—. ¡No te rindas! ¡Vamos…!

Sin embargo, su cuerpo ya no le respondía. En un último suspiro, el ardor en su estómago se desvaneció, y junto con él, cualquier otro dolor o sufrimiento. Los ojos del joven se cerraron, su respiración cesó, y la noche lo cubrió con su manto, mientras el gran reino de Calonia continuaba en calma, sin percibir la partida de una vida más en sus calles frías y solitarias.