Laura siempre había sido una chica soñadora. Su madre, una mujer llena de vida, le había enseñado a apreciar cada pequeño momento, a encontrar la belleza en lo cotidiano. Sin embargo, la vida de Laura cambió drásticamente cuando su madre falleció de forma inesperada. La ausencia de su madre dejó un vacío en su corazón que parecía imposible de llenar. En un intento por aferrarse a sus recuerdos, Laura encontró un espejo antiguo en el ático de su casa, cubierto de polvo y telarañas. Cuando se miró en él, en lugar de su reflejo, vio imágenes de su infancia: días soleados en el parque, risas compartidas, y las suaves manos de su madre peinando su cabello.
Cada vez que se miraba, las lágrimas brotaban de sus ojos al recordar la calidez de los abrazos de su madre. Sin embargo, cada visión también traía consigo una profunda tristeza. Una noche, mientras lloraba frente al espejo, una suave brisa pareció recorrer la habitación. En ese instante, escuchó una voz que le decía que siempre estaría con ella, que nunca la había dejado. Laura sintió una paz que no había experimentado desde la muerte de su madre.
A partir de ese día, comenzó a hablar con su reflejo, compartiendo sus miedos, alegrías y frustraciones. Poco a poco, el espejo se convirtió en un lugar de sanación. Decidió escribir un diario donde plasmaría sus pensamientos y los momentos que vivía. Cada página estaba llena de historias sobre su madre y los recuerdos que atesoraba, y al escribirlas, sentía que su madre estaba allí con ella, guiándola.
Con el tiempo, Laura comprendió que aunque su madre ya no estaba físicamente, su amor la rodeaba. Comenzó a vivir su vida de nuevo, disfrutando de los pequeños momentos que su madre siempre había valorado. Al mirar en el espejo, ya no veía solo tristeza, sino también amor, fuerza y esperanza.