Mientras los sabios recuperaban fuerzas, Link, con la mirada distante y el rostro marcado por el cansancio, activó una cápsula zonnan con una cacerola portátil. Pronto, el aroma de una receta extraña comenzó a llenar el aire. Su rostro reflejaba más que fatiga; había algo más en su mirada: una carga invisible, una sensación de culpa y dudas sobre lo que su relación con Zelda significaba. Sin embargo, no era el momento para enfrentar esos pensamientos. Su misión era clara: derrotar al Rey Demonio. El resto tendría que esperar.
Suspiró profundamente, dejando que su mirada se deslizara sobre las botellas vacías que había dejado a su lado, como si esperara que la simple acción de cocinar, de preparar algo con sus propias manos, pudiera calmar su mente. Mientras esperaba que el contenido de la cacerola estuviera listo, se forzó a concentrarse en el ahora. Había algo en el acto de cocinar, incluso en medio de la desesperación, que le daba una sensación de control, una sensación de normalidad en un mundo que, en ese momento, parecía estar desmoronándose a su alrededor.
Mientras cocinaba, una melodía surcaba su mente, haciendo que la cantara casi automáticamente mientras removía la sopa. Solía tararear varias, nunca usaba la misma. Cerró los ojos un momento, respirando hondo. La paz le empezó a embargar de nuevo, la cancioncilla que sonaba en su cabeza le enviaba imágenes de un bosque tranquilo, rodeado de hadas, donde una niña con el pelo verde tocaba la ocarina para un chico de pelo dorado y ojos azules a su lado, el cual mostraba una sonrisa pura y sincera.
Respiró hondo y abrió los ojos, concentrándose en la cocina. El reflejo de la luz del fuego sobre la cacerola evocó otro recuerdo en su mente. Recordó noches similares en el pasado, acampando junto a Zelda bajo un cielo estrellado. Ella hablaba con emoción de antiguas historias de Hyrule, de héroes y sabios, y él la escuchaba en silencio, sin comprender completamente la profundidad de sus palabras. Ahora, esas historias cobraban un nuevo significado. ¿Cuánto había pasado sin ver lo que realmente necesitaba? No solo su protección, sino alguien que la entendiera, alguien que compartiera el peso de su destino sin intentar cargarlo por ella.
Entonces, de repente, la melodía que tarareaba cambió por otra. Esta melodía era más suave, más melancólica. Su mente recordó con todo detalle cómo Zelda cantaba esa canción mientras se cambiaba dentro de la tienda, y él hacía guardia en la puerta. Aquel momento se sintió suspendido en el tiempo, su voz filtrándose a través del lienzo de la tienda, envolviéndolo con una calidez inesperada. Sintió un escalofrío al recordar lo cerca y, a la vez, tan lejos que estaban, como si una barrera invisible los separara incluso cuando el espacio entre ellos era apenas de unos pasos. La nana de Zelda.
Recordó la sensación de seguridad que aquella melodía transmitía, como si en cada nota se tejiera un vínculo invisible entre ellos. Era la misma canción que, sin saber por qué, le resultaba inquietantemente familiar, como si siempre hubiera estado con él, escondida en lo más profundo de su memoria. Un eco lejano que no lograba descifrar del todo, pero que lo reconfortaba en los momentos de mayor incertidumbre. Comprendió que no era solo una canción; era un eco de algo mucho más grande, de una promesa no dicha, de una presencia que siempre lo había acompañado.
Miró las llamas y, por un instante, la imagen de Zelda se superpuso en su mente. Su risa suave cuando encontraba algo nuevo en un mural olvidado, la melancolía en su mirada cuando pensaba en lo que debía hacer por el reino. Siempre había estado tan enfocado en protegerla físicamente que nunca había pensado en lo que ella realmente necesitaba: un compañero, alguien que la apoyara más allá de la espada y el escudo. Sin darse cuenta, metió las manos en su bolsillo buscando el clip de Zelda que había encontrado momentos antes. Cuando lo tocó sintió un estremecimiento al notar el frío del metal y el elaborado repujado de la flor. Intentando reprimir una lágrima, lo apretó hasta clavárselo en la palma de la mano, buscando sentir de nuevo su calor, una respuesta, algo que le dijera que no estaba todo perdido, que la volvería a ver, que quizás pudiera confesarle...
El sonido de la sopa al hervir lo trajo de nuevo al presente. Sacudió la cabeza, y se centró en el ahora. Vio a los sabios sentados casi en círculo, sus rostros iluminados por el suave resplandor del fuego que crepitaba bajo la cacerola. El aroma de las hierbas y especias se mezclaba con el silencio, creando un ambiente íntimo pero cargado de tensión. Cada uno parecía inmerso en sus propios pensamientos, como si el peso de la próxima batalla los hubiera hecho más conscientes de su papel en el destino de Hyrule.
Sidon fue el primero en hablar, su voz profunda rompiendo el silencio.
—Es curioso... —dijo, mirando al fuego—. Siempre imaginé que nuestra generación sería recordada por reconstruir Hyrule, ... No imaginé que acabaría descendiendo a las entrañas de Hyrule, luchando contra el mismísimo Rey Demonio.
Riju, sentada frente a él, jugueteaba con un pequeño cuchillo ceremonial, girándolo entre sus dedos.
—La reconstrucción y la batalla siempre han ido de la mano en nuestra historia —respondió con un tono sombrío—. A veces pienso en mi madre y me pregunto si habría podido guiarme mejor para enfrentar todo esto. Pero aquí estoy, intentando estar a la altura de un legado que parece interminable.
Tureli, quien había estado en silencio hasta entonces, levantó la vista, sus ojos reflejando la luz del fuego.
—No creo que podamos prepararnos del todo para algo así —dijo, su voz más suave de lo habitual—. Mi padre me habló de las batallas que enfrentó junto a Link, pero siempre pensé que serían historias del pasado, no advertencias para el futuro. Y sin embargo, aquí estamos, siguiendo los mismos pasos.
Yunobo, que había permanecido con la mirada fija en el suelo, levantó finalmente la cabeza, su expresión seria.
—Es fácil sentirnos abrumados —dijo, frotándose las manos—. Pero si algo aprendí de Daruk es que no importa lo difícil que sea el camino, siempre hay una manera de avanzar. Aunque... —hizo una pausa, su voz cargada de duda—, a veces no puedo evitar preguntarme si somos suficientes.
La declaración dejó un eco en el aire, y todos parecieron detenerse un momento, reflexionando sobre aquellas palabras.
Mineru, con su calma habitual, fue la siguiente en hablar.
—No se trata de ser suficientes o no —dijo, su tono sereno pero firme—. Cada uno de nosotros lleva consigo un fragmento del poder que se necesita para enfrentar esta oscuridad. No somos individuos aislados en esta lucha; somos un conjunto, una unidad. Pero es cierto que, para triunfar, debemos confiar plenamente no solo en Link, sino en nosotros mismos y en los demás.
Sus palabras parecieron calar hondo en el grupo. El sonido del fuego y el suave tintineo de los utensilios de cocina de Link llenaron el silencio que siguió.
—Aun así... —dijo Riju tras un momento, su voz más suave—. ¿Qué pasará después? Incluso si vencemos, ¿cuánto tiempo tendremos antes de que otra amenaza se alce? Parece que nunca hay descanso para Hyrule.
Link, que había estado silencioso mientras removía la cacerola, finalmente alzó la vista. Su expresión era tranquila, pero en sus ojos brillaba una mezcla de determinación y algo más profundo, como si las palabras de Riju hubieran despertado algo en su interior.
—El descanso no es el objetivo —dijo al fin, su voz baja pero cargada de significado—. Lo importante es proteger una y otra vez lo que amamos.
Dejó de remover la cacerola, su mirada perdida en el fuego. Sus propias palabras resonaban en su mente, arrastrándolo a momentos que había tratado de enterrar bajo el peso de su deber.
"Aquella vez..." Se vio a sí mismo, firme en su postura, insistiendo en mantener su guardia cuando Zelda, agotada, solo quería un momento de consuelo. Su rostro, marcado por el cansancio, apenas escondía su decepción. "¿Por qué no la abracé? ¿Por qué no dejé la espada a un lado, aunque fuera por un instante?"
El fuego chisporroteó, y su mente lo llevó a otro momento, una noche junto a Zelda bajo un cielo estrellado. Ella hablaba con emoción de antiguas historias de Hyrule, de héroes y sabios, y él la escuchaba en silencio, sin comprender completamente la profundidad de sus palabras. Ahora, esas historias cobraban un nuevo significado. ¿Cuánto había pasado sin ver lo que realmente necesitaba? No solo su protección, sino alguien que la entendiera, alguien que compartiera el peso de su destino sin intentar cargarlo por ella.
Cerró los ojos un instante. "Estaba con ella, pero no con ella."
El fuego crepitó de nuevo, devolviéndolo al presente. Su mandíbula se tensó mientras miraba el contenido de la cacerola, pero su mente seguía atrapada en el eco de sus propias palabras. "¿Protegerla... también era amarla? ¿O me estoy equivocando otra vez? ¿He comprendido qué es lo que ella realmente necesita de mí?"
Levantó la vista hacia la inmensidad del abismo, guiado por una sensación inexplicable, como si una voz invisible susurrara su nombre desde las alturas. Pero el techo invisible, engullido por la insondable oscuridad del subsuelo, parecía burlarse de sus intentos de encontrar respuestas. Esa negrura, infinita y pesada, reflejaba el caos que aún habitaba en su mente.
Bajó de nuevo la vista, mirando a los sabios que lo observaban en silencio, como si hubieran sentido el cambio en su expresión.
—Proteger lo que amamos... —repitió, esta vez con más claridad—. Creo que eso es lo que realmente nos define.
Los sabios asintieron en silencio, cada uno reflexionando sobre esas palabras. Link volvió la mirada al fuego, su expresión calmada pero con una sombra de duda asomando en sus ojos.
"Quizás he estado equivocado todo este tiempo... Pero si eso es cierto, ¿qué me queda por aprender?"
El aroma del guiso llenó el aire, pero en la mente de Link, otra pregunta seguía ardiendo como el fuego que tenía delante.
Mientras, una lágrima solitaria, hecha de luz pura, cayó detrás de Link sin que él se diera cuenta. No era una simple lágrima, sino un fragmento de los recuerdos atrapados en el tiempo. Al tocar la roca, su resplandor se expandió por un instante, como si susurrara un secreto inaudible. Su esencia se deslizó hasta la tableta de Prunia, que vibró con un brillo tenue, absorbiendo el recuerdo en su interior. La pantalla parpadeó levemente antes de volver al silencio, guardando su mensaje para un momento que aún no había llegado.
La cacerola silbó suavemente, anunciando que lo que fuera que Link cocinara, estaba casi a punto. Yunobo, impaciente, se frotaba el estómago pensando en lo bien que le vendría algo de comida caliente, se acercó con cautela. Pero al asomarse al contenido espeso y negro de la cacerola, su estómago dio un vuelco inmediato. Retrocedió, su expresión cambiando del hambre al absoluto rechazo.
—No, gracias... Creo que ya no tengo tanta hambre. —murmuró, alejándose con disimulo mientras los destellos azules parpadeaban inquietantemente en el líquido.
Link, sin inmutarse, levantó la vista, y su mirada recorrió a sus compañeros uno a uno con una seriedad poco habitual, su tono firme como la hoja de su espada.
—Una vez que esté lista la sopa continuaremos. —anunció Link, mucho más tranquilo, mirando a cada uno de sus compañeros con una intensidad inusitada, mientras la cacerola terminaba de hacer su trabajo. —¿Alguna herida que tengamos que tratar antes de seguir? Tengo raciones de arroz con setas vivaces, puedo hacer más si es necesario antes de irnos.
Su ofrecimiento práctico contrastaba con la ominosa preparación que se cocinaba a su lado, lista para cumplir un propósito mucho más urgente que saciar el hambre.
Un breve silencio se extendió entre ellos, mientras cada uno se incorporaba y evaluaba su estado. Por fin, todos asintieron, aunque con la mirada fija en el suelo, evitando mirar a los otros demasiado.
Link observó de reojo a Sidon mientras este se apartaba ligeramente del grupo, llevándose una mano al costado con una mueca de dolor que intentaba disimular. Un leve jadeo escapó de sus labios, apenas perceptible sobre el crepitar del fuego, pero suficiente para hacer que Link se tensara. El hematoma parecía empeorar con cada minuto que pasaba, tiñendo su piel de un color cada vez más preocupante. Pero lo que realmente hizo que a Link se le helara la sangre fue algo que vio, o creyó ver al fijar su vista en la zona donde se extendía la herida.
No era el típico tono púrpura oscuro de un golpe común. Por un instante, la piel de Sidon pareció moverse de manera antinatural, pulsando con un brillo enfermizo. Un escalofrío helado recorrió la columna de Link al verlo. No era solo una herida: era algo vivo, algo que se aferraba a él desde dentro. Link entrecerró los ojos, parpadeando rápidamente para intentar asegurarse de lo que había visto. Sin embargo, el extraño brillo había desaparecido, como si nunca hubiera estado allí.
Un escalofrío recorrió su espalda mientras tragaba saliva, intentando apartar las peores ideas de su mente. Sidon, siempre tan fuerte y sereno, no era el tipo de persona que se quejaba fácilmente. Pero esto... esto no parecía normal.
La inquietud de Link se intensificó. Sin decir nada más, se inclinó hacia su mochila, hurgando en su interior con movimientos rápidos y metódicos. "¿Dónde está...? Lo guardé aquí... esencia de solirio..." pensó, rebuscando más profundamente mientras Sidon evaluaba su propia herida. Link frunció el ceño. "No puede ser, estoy seguro de que guardé varios viales... además, ¿dónde están el resto de pociones curativas? Tampoco las consigo encontrar."
La búsqueda continuó, pero en vez de encontrar los pequeños frascos, su mano se topó con algo inesperado. Sintió una sensación viscosa y pegajosa bajo sus dedos. Un escalofrío recorrió su espalda antes de sacar lentamente el objeto y verlo a la luz de la antorcha. Frunció el ceño y sacó el objeto con cautela: una cáscara de plátano recio, visiblemente colocada con intenciones burlonas.
Link cerró los ojos un instante, la frustración hervía bajo la superficie. "¡Voy a matar a esa maldita rata Yiga!", pensó, apretando la mandíbula para no gritar. En un movimiento brusco, cerró la mochila de golpe, atrayendo la atención de los demás.
—Link, ¿ocurre algo? —preguntó Riju, sus ojos verdes llenos de preocupación, mientras se cruzaba de brazos.
Link asintió lentamente, aunque su mente seguía buscando soluciones. Sin las provisiones medicinales, cualquier herida podía convertirse en un problema mayor. No podía arriesgarse a que Sidon empeorara, pero tampoco quería alarmar al grupo. Decidió mantener la situación bajo control, al menos por el momento, mientras pensaba en una forma de reponer lo perdido.
—No... nada. —Link forzó una sonrisa mientras arrojaba la cáscara a un lado con discreción—. Solo... se me resbaló la mochila y la cerré demasiado rápido. Nada de qué preocuparse.
Riju frunció el ceño, claramente dudando, pero decidió no insistir. Link, por su parte, miró a Sidon con renovada preocupación, intentando desviar la atención.
—Sidon, has tenido una mala caída antes. ¿Estás seguro de que te encuentras bien? —preguntó Link, la preocupación claramente reflejada en su voz mientras se acercaba. Intentaba mantener la calma, pero la imagen del destello seguía grabada en su mente, pulsando como una advertencia que no podía ignorar.
Sidon asintió ligeramente, su sonrisa habitual temblando en los bordes.
—Sí, Link, tranquilo, amigo —respondió Sidon forzando una sonrisa y dándole un golpecito en el hombro — Hizo una pausa, y continuó desviando la conversación—. Me preocupa más cómo vamos a salir de aquí. Supongo que podremos contactar con Prunia para que nos active un teletransporte —preguntó, intentando transmitir algo de esperanza, aunque su voz sonó vacía, como si ni él mismo estuviera convencido.
Tanto Yunobo como Tureli se miraron con inquietud, compartiendo la preocupación que ya habían discutido con Link en ocasiones anteriores. Link frunció el ceño, reflexionando sobre sus palabras. Normalmente, la señal de las tabletas fluía sin problemas, pero aquí, en esta parte del subsuelo, algo la bloqueaba. Ni los amplificadores naturales ni las tecnologías Zonnan lograban traspasar esa densa capa de interferencias.
El grupo guardó silencio, el aire pesado de la incertidumbre. Unos segundos después, por puro instinto, todos miraron su tableta, dando un grito casi a la vez. En la pantalla del mapa solo se veía estática y el sistema de mensajería no funcionaba.
Estaban completamente aislados, como si algo en el entorno bloquease deliberadamente cualquier tipo de comunicación. El aire, cargado de tensión y misterio, parecía reforzar la idea de que esa anomalía no era accidental. Algo o alguien estaba manipulando el lugar. Y aquello no auguraba nada bueno.
Un escalofrío helado recorrió sus cuerpos, dejando una sensación de pesadez en el aire. Por primera vez desde que descendieron, el silencio no era solo una ausencia de sonido, sino una presencia en sí misma. El miedo creció en sus corazones, un peso que se asentaba en sus pechos. La caverna se sentía más estrecha, más fría. Como si los estuviera observando.
—¿Qué significa esto? —preguntó Riju, su voz temblorosa, apenas un susurro.
Nadie respondió. Todos sabían la verdad, aunque ninguno quería admitirla.
—Estamos atrapados —dijo Mineru, con una gravedad que hizo eco en las paredes del pozo.
El miedo se apoderó de todos ellos. Estaban demasiado lejos para recibir ayuda, demasiado hundidos en las entrañas de la tierra para contactar con el mundo exterior. No había salida. No había forma de volver. La fría y oscura caverna se había cerrado sobre ellos, como un ataúd sellado.
Un grito ahogado quedó atrapado en la garganta de Yunobo, incapaz de salir. El silencio sepulcral que los rodeaba era casi tangible, roto solo por el burbujeo inquietante de la cacerola.
—Ya pensaremos en algo —dijo Link, intentando infundir calma mientras removía la sopa con mirada fija. Al ver que estaba lista, sacó unas botellas de su mochila y continuó—: Tenemos que seguir adelante. No podemos quedarnos aquí lamentándonos; la batalla final nos espera.
—¡Eso! —continuó Tureli, su voz temblorosa pero decidida. A pesar de estar igual de aterrado que los demás, intentaba infundir algo de coraje. —Tenemos que estar listos para darle una paliza al Rey Demonio y liberar a Hyrule.
Empezaron a recoger sus pertenencias de manera mecánica, como si el miedo los estuviera paralizando. Link llenó las botellas con el contenido oscuro y burbujeante procedente de la cacerola. Las fue repartiendo entre los sabios, mientras les comentaba con tono grave.
—Tomad, es sopa embrujada. Lo más probable es que la cantidad de malicia se multiplique según avancemos. Si la tomamos ahora, estaremos protegidos durante unas horas del contacto con la malicia, pudiendo evitar algo sus efectos al andar sobre ella. No os garantizo que os proteja al cien por cien, pero...
—Es suficiente —dijeron los demás, sin dudarlo. —Gracias, Link, por estar pendiente de todo.
Link se enrojeció.
—Solo hago lo que debo. —dijo. Los demás le miraron. Un destello de la antorcha le iluminó la cara. La tensión le recorría cada músculo del mismo. Su mandíbula se tensaba y su cara se demudaba ante la inmensidad de lo que les esperaba.
Sin más dilación, los sabios y Link bebieron de sus botellas. El sabor amargo y viscoso les arrancó muecas de puro asco. Yunobo frunció el ceño con fuerza, sus ojos casi al borde de las lágrimas.
—¿Está hecha con malicia o con pies de Moblin fermentados? —farfulló, estremeciéndose.
Tureli tosió varias veces, con el rostro torcido por la repulsión.
—Esto no es sopa... ¡Es un experimento fallido del Rey Demonio!
Las risas nerviosas brotaron entre el grupo, aliviando un poco la pesadez del momento y minimizando el propio asco que cada uno sentía.
A pesar de los comentarios, todos apuraron sus botellas con resignación. Sabían que, como una medicina amarga, era un sacrificio necesario para protegerse de los vapores de malicia que infestaban aquella ominosa parte de las catacumbas.
Ante ellos, el vasto pasillo que se abría hacia la guarida del Rey Demonio estaba envuelto en una atmósfera aún más tensa, opresiva. El terreno era rocoso y resbaladizo, y la oscuridad era casi tangible. El silencio era absoluto, como si todo estuviera esperando. Algo se movía en la penumbra, algo que no podían ver, pero que sabían que estaba ahí. La sensación de que no estaban solos era inconfundible.
Mientras avanzaban notaron la forma de dos figuras inmersas en las tinieblas con los trajes típicos de los viajeros de Hyrule. Estaban sentados y con cara de abatimiento, como si necesitaran ayuda. Riju y Link se miraron con una mezcla de conocimiento y horror, sabían quiénes eran. Pero en su inocencia, Tureli, extrañado, se adelantó al grupo para preguntarles qué necesitaban, mientras Link y Riju gritaban a la vez tratando de pararlo.
—¡Tureli, no! ¡Es una trampa! ¡Son del clan Yiga!
Demasiado tarde. Los dos viajeros se levantaron al unísono y, en un instante, una nube de humo rojo los envolvió con un sonoro "Poff". Cuando el humo se disipó, los viajeros habían desaparecido y en su lugar se encontraban dos soldados Yiga. Tras sus uniformes rojos y ajustados que les caracterizaban y las máscaras blancas que ocultaban tras sus rostros, marcadas con el ominoso ojo Sheikah invertido, parecían observarlos con una fijación inquietante.
Una risa ominosa y característica salió de sus bocas mientras se elevaban ágilmente sobre el grupo, tensando sus arcos.
Riju sintió un nudo en el estómago, el miedo atenazándole mientras sus ojos se posaban en los miembros del clan Yiga: un grupo de renegados Sheikah, fieles al Rey Demonio, cuya existencia se había convertido en una sombra constante de horror sobre Hyrule. Estos espías, altamente capacitados, se habían convertido en expertos en el arte del disfraz y el engaño, sembrando el caos y el terror a lo largo de todo el reino. Su base, oculta en las traicioneras montañas de Gerudo, había sido el origen de innumerables ataques y robos de reliquias valiosas para las Gerudo. Incluso ahora, el recuerdo de las pérdidas y la devastación que causaron seguía fresco en la memoria de su pueblo.
A pesar de que estaba tratando de controlar su respiración, su mente la traicionaba con imágenes de las infames hazañas de los Yiga. En el pasado, habían llegado al extremo de suplantar a Urbosa, la legendaria campeona Gerudo, para sabotear una alianza crucial entre Zelda y las guerreras del desierto en la lucha contra el Cataclismo. No se detenían ante nada: se habían hecho pasar por toda clase de objetos, animales o personas, como árboles, cucos y, en una burla descarada, incluso intentaron hacerse pasar por la propia princesa Zelda.
Sin embargo, su odio más visceral estaba reservado para Link. El héroe los había enfrentado en repetidas ocasiones, frustrando sus planes y recuperando las reliquias que habían saqueado. Para el Clan Yiga, Link no era solo un enemigo; era una espina constante que amenazaba su oscuro propósito.
Riju tragó saliva mientras apretaba sus cimitarras con manos sudorosas, sintiendo como su poder del rayo hacía chisporrotear sus armas. La velocidad y precisión de los Yiga eran legendarias. Eran maestros arqueros y combatientes ágiles, capaces de moverse como sombras. Ella sabía que no podían permitirse ni el más mínimo error. Miró de reojo a Link, esperando encontrar en él el temple que necesitaba para no ceder al pánico. Pero el aire a su alrededor parecía vibrar con la amenaza inminente.
De pronto, un siseo cortó el aire.
—¡Al suelo! —gritó Sidon, lanzándose hacia adelante para bloquear una flecha que venía de las sombras. El impacto rebotó contra su escudo de agua, pero el ataque reveló la presencia de dos figuras que emergían de la penumbra con movimientos fluidos, casi inhumanos.
Tureli fue el primero en reaccionar. Con un giro ágil, lanzó una flecha que se clavó en el pecho de uno de los Yiga. El enemigo soltó un grito gutural antes de desmaterializarse en una nube de humo rojo, pero no sin antes lanzar una daga que pasó rozando la mejilla de Tureli.
—¡Malditos! —gruñó el Orni, ya preparando otra flecha en su arco.
El segundo Yiga se movió como un relámpago, esquivando el intento de Link por cortarlo con la Espada Maestra. El sonido de su risa burlona resonó en el corredor mientras se desmaterializaba en el aire, solo para reaparecer detrás de Link en un parpadeo. Con un movimiento preciso, disparó una flecha que impactó en el hombro del héroe.
Link soltó un jadeo ahogado mientras caía al suelo, el golpe lo dejó sin aliento. La armadura había absorbido gran parte del impacto, pero el dolor era real, punzante, y por un instante, sus dedos se aflojaron en la empuñadura de la espada.
—¡Link! —exclamó Riju, dando un paso hacia él. Pero Sidon ya estaba en movimiento, rodeándose en una esfera acuática que lanzó contra el enemigo con una fuerza devastadora. El Yiga fue arrojado contra la pared, aturdido por el impacto.
—¡Ahora! —gritó Sidon, manteniendo la esfera de agua en movimiento para inmovilizar al enemigo.
Riju no vaciló. La furia rugió en sus venas, una tormenta contenida que encontró su cauce cuando alzó sus cimitarras. Canalizó todo su poder en un rayo abrasador, una descarga cegadora que iluminó el corredor como si el sol hubiese descendido a las catacumbas. El rayo impactó al Yiga con un estruendo ensordecedor, arrancándole un grito ahogado mientras su figura se convulsionaba bajo la energía devastadora. Herido de gravedad y con el rostro crispado por el dolor, el Yiga reunió sus últimas fuerzas, cruzando las manos en un gesto rápido y desesperado. Su figura, temblorosa y debilitada, comenzó a desvanecerse mientras se desmaterializaba en una nube de humo rojo que se alzó en espirales, llevándose con ella el eco de su sufrimiento.
Mientras desaparecía, el soldado lanzó una risa seca, casi histérica.
—¿Creéis que esto ha terminado? —Su voz resonó como un eco en el pasillo—. Esto no ha sido más que una distracción... Nuestro maestro ya ha puesto en marcha su trampa.
Riju frunció el ceño, el corazón latiendo desbocado en su pecho.
—¿Qué estás diciendo? —demandó, pero el enemigo ya comenzaba a desvanecerse completamente.
—¡Gloria al maestro Kogg! —fue lo último que se escuchó antes de que la risa ominosa desapareciera por completo.
El silencio cayó como un manto, pero no era un vacío inofensivo. Era un peso tangible, un zumbido sordo que se adhería a la piel, como si algo invisible estuviera aguardando. Riju bajó lentamente sus armas, mirando el lugar donde el enemigo había estado momentos antes.
—¿Qué trampa...? —susurró, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda.
Link se levantó con esfuerzo, apoyándose en Sidon, su respiración pesada y su mandíbula apretada. Sus músculos aún temblaban por el impacto, pero la urgencia de la situación no le permitía detenerse.
—Sea lo que sea, no podemos quedarnos aquí. —Su voz sonó ronca, pero firme—. Debemos movernos.
Link y los sabios se miraron con tensión contenida. ¿Qué habría querido decir el soldado? ¿De qué trampas hablaba? La sensación de ser observados se intensificó, como si la caverna misma hubiera cobrado conciencia de su presencia. Un rugido atronador desgarró la quietud, retumbando como el grito de algo antiguo y colosal, algo que había esperado pacientemente en las sombras para reclamar su dominio. El suelo vibró bajo sus pies con una fuerza casi viviente, amenazando con tragarlos. El suelo retumbó bajo sus pies, mientras que en el aire empezó a flotar una corriente de malicia que parecía tener peso. En medio del caos, una explosión de oscuridad sacudió el pasillo, separando al grupo en un instante.
Riju, que había quedado un paso atrás, sintió el aire vibrar antes del impacto. Un murmullo grave y sordo precedió la embestida de la roca, como si la misma caverna estuviera advirtiéndole demasiado tarde. Pero no fue solo una sensación. Una gran piedra se desprendió con un zumbido aterrador y voló hacia ella, alcanzándola antes de que pudiera reaccionar. La estrechez del pasillo le impidió esquivarla, y una andanada de rocas pequeñas, pero muy afiladas la golpeó de lleno. Derrapó por el suelo, arrastrada por la fuerza del impacto, y cayó pesadamente contra las piedras cubiertas de una capa espesa de malicia. Los bordes afilados de las rocas más pequeñas le rozaron, abriendo una herida limpia en su brazo, dejando que la malicia que cubría el suelo penetrara en su torrente sanguíneo.
Un grito ahogado escapó de sus labios al sentir el dolor, pero se obligó a mantenerse consciente. La sangre resbalaba por su herida, pero su mirada seguía siendo de pura determinación. Sin poder moverse, quedó tumbada entre las rocas, su respiración agitada y la piel empapada de sudor frío.
—¡Riju! —gritó Sidon, su voz rota por el pánico mientras corría hacia ella. Pero antes de que pudiera alcanzarla, una nueva oleada de energía oscura cayó sobre ellos, levantando un muro de rocas y sombras, separando al grupo.
Link, furioso y temblando de ira, dio un paso atrás, listo para atacar, pero antes de que pudiera decidir qué hacer, Yunobo lo detuvo con un grito urgente:
—¡Yo me encargo!
Sin dudarlo, Yunobo se transformó en una bola de fuerza y, con un rugido ensordecedor, embistió las rocas. El impacto hizo que las piedras cayeran a un lado, abriendo un pasaje lo suficientemente grande como para que el grupo pudiera avanzar.
Mientras tanto, Riju, con el rostro pálido por el dolor, comenzó a vendarse las heridas con manos temblorosas. La respiración entrecortada le dificultaba la tarea, pero con los dientes apretados y un esfuerzo sobrehumano, aseguró la tela alrededor de su brazo, tratando de frenar el sangrado.
—¡Vamos, Riju, te ayudamos! —exclamó Link, mientras Sidon le cogía la mano, levantándola con suavidad.
—¿Cómo te encuentras? —gritó Link, preocupado. —Podemos detenernos si lo necesitas.
Riju negó con la cabeza, forzando una sonrisa a pesar del dolor.
—No te preocupes, Link —dijo, su tono desafiante a pesar de la palidez que marcaba su rostro—. Las Gerudo estamos acostumbradas a sobrevivir a la dureza del desierto. Un simple rasguño no me va a detener Sigamos. Nuestros amigos nos están esperando.
Sin embargo, mientras se levantaba, sintió que algo empezaba a ir mal. Muy mal. El contacto directo con la malicia ya estaba dejando su marca. El ardor en su brazo se transformó en un latido opresivo, como si algo vivo se arrastrara por sus venas, enredándose en su carne y susurrando promesas envenenadas. Sabía que la protección que le había brindado el plato de sopa no sería suficiente, aunque esperaba que le diera al menos algo de tiempo. La malicia estaba penetrando en su cuerpo, trayendo consigo un dolor terrible y la sensación de que la oscuridad la iba invadiendo poco a poco. Pero no podía permitirse caer. No aún.
Link asintió, con la mandíbula tensa y la mirada fija al frente. Los pasillos de las catacumbas exhalaban un aire viciado, pesado, cargado de un eco tembloroso que parecía provenir de más allá de las sombras. Cada pared se curvaba sutilmente a su alrededor, como si la caverna estuviera viva, observándolos con paciencia oscura. Sus propios pasos resonaban con un eco distorsionado, como si no estuvieran solos en la oscuridad. Lideraba al grupo con cautela, su mano aferrada con fuerza al pomo de la Espada Maestra. El aire allí era pesado, viciado, cargado de un olor a humedad rancia y descomposición que se colaba en los pulmones como una advertencia muda. Aunque no podían ver nada, todos sentían que algo les acechaba desde las sombras, un peligro que parecía a punto de revelarse.
Los sabios se reagruparon instintivamente alrededor de Mineru, cuyos ojos de gólem emitían un tenue resplandor, iluminando ligeramente el camino mientras permanecían fijos en las tinieblas que se extendían ante ellos.
—Está aquí —murmuró con voz grave, sus palabras teñidas de una certeza inquietante—. Nos está observando.
El aire se tornó gélido de inmediato. Una niebla carmesí emergió lentamente de las grietas de las paredes, como un aliento malsano exhalado desde las profundidades mismas de las catacumbas. Link sintió un escalofrío recorrerle la columna, un instinto que le decía que aquella malicia no era un residuo inerte, sino una presencia viva, consciente, que se alimentaba de su miedo.
A medida que avanzaban, las paredes, antes inertes, comenzaron a rezumar un líquido oscuro que goteaba con lentitud al suelo, formando charcos que parecían retorcerse con vida propia. Las grietas en la piedra se ensanchaban, y de su interior surgían gemidos bajos, como si las catacumbas mismas se quejasen de su presencia.
Link tragó saliva, obligándose a mantener la calma. Sabía que no podía permitirse vacilar. Recordó los rostros de los sabios, las palabras de Zelda y el sacrificio que había hecho. Con un movimiento decidido, desenvainó la Espada Maestra. La luz azulada de la hoja rompió la oscuridad, proyectando sombras que danzaban en las paredes. Por un instante, la malicia retrocedió, pero pronto volvió a avanzar, reptando como una criatura insaciable.
Un estruendo metálico irrumpió en la penumbra, su eco reverberando en las paredes de piedra con un tono amenazante y hueco. Algo se había movido, algo que no estaba lejos. Los sabios se detuvieron, sus rostros crispados por la tensión.
—¡Cuidado! —exclamó Yunobo, girándose hacia un pasillo lateral. Allí, en la penumbra, algo se desplazaba con rapidez, esquivo, como una sombra que se deslizase entre los pilares.
Un gruñido bajo y gutural llenó el aire, un sonido antinatural que heló la sangre de todos. Link alzó la espada, sus ojos buscando en la oscuridad. Era evidente que el enemigo no era solo el Rey Demonio, sino las criaturas deformadas que su malicia había engendrado, horrores que se movían entre ellos con una intención letal.
De las paredes comenzaron a abrirse ojos, enormes y espectrales, que los observaban con una mirada fría y calculadora. Cada uno de ellos reflejaba una crueldad antigua y despiadada. La niebla carmesí se espesaba, envolviéndolos como una trampa que no dejaba escapatoria.
—No os detengáis —ordenó Link con firmeza, su voz baja pero clara, mientras alzaba la espada con más fuerza.
El grupo continuó avanzando, pero las catacumbas parecían conspirar en su contra, distorsionando los pasillos y extendiendo sombras que desdibujaban cualquier referencia. Las sombras se alargaban y los pasillos se retorcían en espirales imposibles, como si tuviesen vida propia, abriéndose y cerrándose en un laberinto que desafiaba toda lógica.
Finalmente, Link se detuvo y giró hacia sus compañeros, su expresión grave.
—Tenemos que acabar con esto —dijo, su voz impregnada de una mezcla de urgencia y determinación.
De repente, una sombra se alzó sobre ellos.
—¿Qué... es eso? —Todos miraron hacia arriba, y el terror se apoderó de sus cuerpos al ver una mano gigantesca que se movía al ritmo de sus pasos. Cuando se detuvieron, la mano también se detuvo justo encima de ellos y comenzó a temblar.
—¡Apartaos, nos va a aplastar! —gritó Riju.
Efectivamente, después de unos segundos de convulsión, la mano se lanzó hacia abajo. Los guerreros, haciendo gala de sus reflejos, lograron esquivarla a tiempo. Aprovechando que la criatura parecía aturdida por el golpe, decidieron atacar.
Pero, de repente, la mano se elevó de nuevo con rapidez, y el ciclo comenzó de nuevo. Desgraciadamente, en una de sus embestidas, alcanzó parcialmente a Tureli.
—¡Nooo! —rugió Link, lanzándose con furia contra la monstruosa extremidad—. ¡Mineru, Yunobo, no dejéis que suba otra vez! ¡Atrapadla!
Mineru y Yunobo reaccionaron al instante. Con un esfuerzo conjunto, consiguieron mantener a la mano bajo control, y en cuestión de segundos lograron destruirla.
Sin embargo, cuando pensaban que el peligro había pasado, un rugido lejano cortó el silencio, helándoles la sangre. El sonido resonó en las catacumbas, reverberando por las paredes de piedra como un eco interminable que parecía provenir de todas partes y de ninguna. El grupo se detuvo en seco, el sonido erizándoles la piel. Link entrecerró los ojos, tratando de identificar la dirección del aterrador estruendo.
—¿Qué demonios ha sido eso? —preguntó Yunobo, su voz apenas un susurro mientras sus ojos recorrían nerviosos los pasillos oscuros.
Riju, aún recuperándose del susto, desenfundó su arma.
—Sea lo que sea, no vamos a dejar que nos pille por sorpresa. Manteneos alerta.
Link, sin apartar la vista del pasillo que se extendía ante ellos, asintió.
—No podemos retroceder ahora. Lo que sea que nos espere al final de estas catacumbas... no nos dará una segunda oportunidad si flaqueamos.
Mineru, siempre la más serena del grupo, dio un par de pasos hacia adelante, inclinándose ligeramente para estudiar el suelo.
—El sonido vino de más adelante. Y parece que no estamos lejos... Mirad estas marcas. —Señaló unas profundas grietas en el suelo, como si algo colosal hubiera pasado por allí arrastrando sus garras.
Tureli, aún dolorido por el golpe de la mano, apoyó una rodilla en el suelo mientras intentaba recomponerse.
—Sea lo que sea, debemos enfrentarlo juntos. Ya hemos superado demasiadas pruebas como para que esto nos frene ahora.
De repente, el rugido volvió a sonar, más cercano esta vez. Y junto a él, el retumbar rítmico de algo pesado, acercándose. Las paredes parecieron vibrar con cada paso.
—¡Preparados! —ordenó Link, ajustando su agarre en la empuñadura de la espada. Su voz denotaba una calma tensa, que ocultaba la creciente presión en su interior—. Lo que sea que venga, no dejemos que nos tome ventaja.
Riju, incapaz de evitar el escalofrío que le recorrió la espalda, se aferró instintivamente a Tureli, quien, con un leve batir de alas, le ofreció su presencia reconfortante. Sin embargo, ni siquiera el suave arrullo del Orni podía disipar la creciente tensión que se cernía sobre ellos.
El recuerdo del Griok Real que habían enfrentado antes aún pesaba en sus mentes, y cada uno, en su interior, se preguntaba qué clase de criatura podría acecharles más adelante.
Entraron en una sala completamente sumida en la penumbra. El aire denso parecía pescar sobre ellos, y al instante, el sonido de las puertas cerrándose detrás y delante de ellos resonó en sus oídos como un eco ominoso. Link, sin poder evitarlo, giró la cabeza a izquierda y derecha, buscando cualquier indicio de peligro. Pero lo que descubrió no fue una amenaza inmediata. La verdad era mucho peor: estaban atrapados.
De repente, una enorme sombra se deslizó pesadamente desde la otra esquina de la sala. Aunque su movimiento era lento, el peso de su cuerpo hacía que las paredes crujieran con cada paso, como si la misma oscuridad se estremeciera ante su presencia.
Desde la negrura más absoluta, un ojo gigantesco y rojo centelleó con un brillo malévolo, como un faro de pura malevolencia en medio de la oscuridad. El resto de la criatura permanecía sumido en la oscuridad, casi invisible, pero la mirada vacilante y aterradora de la bestia fijó su atención en ellos, como si ya hubiera decidido cuál sería su siguiente víctima.
Mineru, con un rápido movimiento, intensificó la luz de su brazo, y en un parpadeo, una piedra luminosa apareció en su otra mano. La luz iluminó brevemente la sala, pero lo que reveló hizo que todos se quedaran helados.
La gigantesca figura del Hinox se alzaba ante ellos, envuelta en una espesa maldad. Con un rugido gutural, la criatura se detuvo, su mirada bobalicona fija en el grupo. Parecía estudiar la velocidad con la que podían escapar, antes de decidir aplastarlos bajo su imparable peso.
—¡CORRED! —gritó Yunobo, su voz quebrada por el pánico, mientras retrocedía, sus ojos reflejando terror.
—No podemos huir, Yunobo. Las puertas están cerradas —dijo Mineru, con una gravedad en su voz que heló el aire a su alrededor.
Mineru alzó el brazo con rapidez, intentando iluminar más la sala. Fue entonces cuando notaron algo que no habían visto antes: un orbe oscuro, con una línea de runas brillando con luz anaranjada en el centro y otro círculo de runas en las bases, colgaba del cuello de la criatura.
—Debemos enfrentarlo —dijo Link, sus ojos fijos en el orbe, comprendiendo al instante. —Solo si conseguimos su orbe podremos salir de aquí.
El Hinox rugió con una furia devastadora, su bramido reverberando por las catacumbas hasta hacer temblar el suelo, como si toda la estructura estuviera a punto de desmoronarse bajo su colosal presencia. Las piedras crujieron con un sonido escalofriante, y el suelo comenzó a fragmentarse, amenazando con tragarlos.
Con un gesto lento pero letal, la criatura levantó su gigantesco garrote de piedra, preparándose para descargarlo con una fuerza tal que el aire parecía romperse a su paso. El estruendo de su ataque reverberó en las catacumbas, como un presagio de destrucción inminente.
La huida ya no era una opción. Solo quedaba enfrentarse a esa monstruosidad, o ser aplastados bajo su furia descomunal.