Chapter 29 - Augurio

Tureli fue el primero en atacar. Elevándose sobre el Hinox, intentó dispararle desde el aire, pero la bestia, con una velocidad aterradora para su tamaño, lanzó un manotazo brutal. El Orni apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de estrellarse contra la pared con un impacto seco que reverberó en la oscuridad.

—¡Tureli, intenta salir fuera de su alcance! —rugió Link, esquivando por poco el garrote del Hinox, que cayó con un estruendo ensordecedor, haciendo temblar las paredes y desprendiendo fragmentos de roca. 

El Orni se incorporó con dificultad, sacudiéndose el aturdimiento, mientras Sidon avanzaba con su tridente alzado, cortando el aire con destreza.

—¿Cómo vamos a detener esto? —gritó Sidon, mientras esquivaba ágilmente un nuevo embate del monstruo—. ¡No hay espacio suficiente para maniobrar!

—¡Distraedlo! —ordenó Link con urgencia—. Sidon, hazlo girar, necesitamos exponer su punto débil. ¡Mineru, dale un blanco claro! ¡Riju, prepárate para soltar una descarga cuando tengas oportunidad!

—¡Voy, no te preocupes! —Mineru no dudó. Su brazo metálico se transformó en un cañón y disparó una ráfaga de energía luminosa que impactó en el costado del Hinox, haciéndolo tambalearse. La bestia rugió con furia, girando sobre sí misma en busca de su atacante.

—¡Bien hecho! —exclamó Link, pero su triunfo fue efímero. El Hinox, en un movimiento titánico, saltó con un estrépito imposible para su tamaño y cerró la distancia con una rapidez devastadora. La sombra colosal se cernió sobre él antes de que pudiera reaccionar.

—¡Oh, no…!

—¡No te preocupes, Link, estoy contigo! —Riju, con la respiración agitada y la mirada afilada, alzó su brazo y convocó una tormenta de rayos. La descarga cayó sobre la criatura en un destello cegador, haciéndola rugir de dolor y tambalearse. Link aprovechó la apertura para zafarse y rodar fuera de su alcance.

Yunobo, que hasta entonces contenía su furia, vio su oportunidad. Su cuerpo se compactó en su forma de bola y, con un rugido de guerra, se lanzó con toda su fuerza contra el coloso. Su impacto resonó como un trueno, sacudiendo la caverna y haciendo temblar el suelo. La criatura cayó de rodillas con un estruendo, y en el caos, el orbe que colgaba de su cuello se soltó, rodando por la estancia con un tintineo metálico, proyectando un brillo siniestro sobre las paredes.

En la penumbra, Tureli recuperó el equilibrio, todavía aturdido, pero su instinto de guerrero lo empujó a reaccionar.

—¿Qué… qué está pasando? —murmuró, sacudiéndose la cabeza. Al ver el orbe rodando libremente, su mente se agudizó—. ¡El orbe! ¡Hay que cogerlo antes de que el Hinox se recupere!

Sidon ya se había percatado y se lanzó a por él, su figura ágil y veloz como una sombra en el agua. Tureli, aún algo tambaleante, tensó su arco y disparó una flecha, pero la flecha apenas se clavó en la gruesa piel de la bestia.

—¡No sirve! —bramó con frustración.

—¡Apunta a su ojo! —rugió Link—. ¡Es su único punto débil!

El Hinox rugió, más furioso que nunca. Su ojo brillante de ira se clavó en ellos mientras se levantaba de nuevo con un rugido ensordecedor. 

—¡Sidon, conmigo! —gritó Riju—. ¡Juntos lo detendremos!

—¡Entendido! —asintió Sidon, pero su distracción fue fatal. El Hinox lo alcanzó con un manotazo devastador, lanzándolo contra la pared. El crujido de huesos y un grito sofocado se ahogaron en el eco de la batalla.

—¡Sidon! —bramó Link, pero antes de poder reaccionar, el Hinox giró y lo golpeó con una fuerza brutal, arrojándolo al suelo como un muñeco de trapo.

Mineru, con reflejos de acero, activó un criocéfalo y disparó una ráfaga helada. El impacto ralentizó al Hinox, permitiendo que Yunobo ejecutara otra embestida feroz.

—¡Tureli, su ojo! —ordenó Link, incorporándose con dificultad.

El Orni tensó su arco y disparó con precisión letal. La flecha atravesó el ojo del Hinox, arrancándole un rugido de pura agonía. La criatura, ciega y desesperada, comenzó a golpear el suelo con violencia.

Riju y Sidon no dudaron. Sidon convocó una ola que empapó al monstruo, y Riju liberó un rayo fulminante que descendió sobre la bestia como la ira de los dioses.

El grito del Hinox se elevó como un lamento final, su cuerpo retorciéndose antes de disiparse en una espiral de humo púrpura, consumido por la magia que lo había engendrado.

Los guerreros cayeron de rodillas, jadeantes. La batalla había sido brutal, y el agotamiento les oprimía los pulmones.

Sidon, tambaleándose, recogió el orbe del suelo, pero estaba bastante malherido. Link se dio cuenta. Miró hacia el grupo y lo que vio le espantó. Todos estaban exhaustos, sin aliento, sus cuerpos marcados por el agotamiento extremo. El aire era denso, sofocante, como si el propio abismo los estuviera devorando.

Se acercó a Sidon, quien apenas podía sostener el orbe entre sus dedos temblorosos.

—Dámelo. Tú cúrate, tómate algo. No sabemos qué más hay adelante.

Sidon asintió con un gesto débil. Tureli, con el rostro desencajado, rebuscó en su mochila con dedos torpes.

—Yo también tomaré algo... no contaba con que fuera tan... —su voz se quebró, demasiado exhausto incluso para quejarse.

Nadie lo hizo. Solo quedaba avanzar. 

—Algo... está mal —susurró Tureli, su voz temblorosa—. ¿Por qué hay tantos monstruos aquí abajo?

Mineru alzó la vista, su expresión oscurecida por la certeza.

—La última luna carmesí... —susurró—. El Rey Demonio ha desatado hordas de monstruos por todo el abismo.

El silencio que siguió fue más aterrador que la batalla misma. Link sintió un escalofrío helado recorrerle la espalda.

Finalmente, con manos torpes, Link colocó el orbe en su pedestal y la puerta se abrió con un chirrido estremecedor. Todos salieron de esa habitación tambaleándose, y sudorosos.

No había respiro. No había escapatoria. Solo la certeza de que lo peor aún estaba por llegar. El Rey Demonio los esperaba, pero quizá no era lo único que acechaba en la oscuridad.

En la oscuridad, las presencias invisibles se sentían como un peso en el aire, un abrazo asfixiante que se cerraba lentamente sobre ellos. Espíritus errantes, sus formas difusas flotaban, arrastrando consigo un murmullo apenas audible que se convertía en un susurro hiriente. Los Poes, sin forma ni rostro, parecían estar siempre a su alrededor, invadiendo cada rincón de la mente con una melodía macabra, una canción tan antigua como la desesperación misma.

Sus voces, gélidas y vacías, serpenteaban en los oídos de los héroes, como agujas de hielo perforando el alma. Las notas de la canción eran disonantes, llenas de dolor, de promesas rotas y maldiciones nunca olvidadas. Cada acorde era una amenaza, cada suspiro un recordatorio de la muerte que acechaba.

Un escalofrío recorrió la espalda de Link y de los sabios. A pesar de sus esfuerzos por mantener la calma, sus pulsos se aceleraban cada vez más. Miraban a un lado y al otro, con una sensación de estar siendo observados todo el rato.

El grupo avanzó por los corredores de las profundidades hasta llegar a una estancia amplia, donde las paredes, cubiertas por gruesas capas de malicia, se alzaban como guardianas silenciosas de secretos antiguos. El aire era más pesado aquí, saturado por la energía oscura que emanaba de las sombras pegajosas en cada rincón.

—Esto parece un buen lugar para descansar —dijo Sidon, con una sonrisa cansada pero decidida—. Aunque no me gusta el ambiente.

Finalmente, decidieron hacer una breve parada para comer, pero, mientras revolvían sus mochilas, se dieron cuenta de que sus provisiones estaban menguando a un ritmo preocupante.

—No puede ser... —Riju frunció el ceño, esparciendo el contenido de su mochila frente a ella—. Apenas me queda agua... y la comida casi ha desaparecido. Mis vendas están casi todas usadas...

Los demás asintieron, compartiendo su inquietud. Sidon comprobó su equipo y descubrió que apenas le quedaban vendas limpias y agua fresca. Tureli suspiró con frustración.

—Estoy gastando demasiadas flechas. Apenas si me quedan dos o tres haces... No pensé que tendríamos que usarlas tan rápido.

Yunobo gruñó con el estómago vacío, recordando que su último rocodillo asado había desaparecido mucho antes de lo esperado. Habían calculado bien sus provisiones, empacando lo necesario para la batalla, pero no habían previsto la cantidad de obstáculos y combates en su camino.

El grupo guardó silencio mientras descansaban, sin ganas de bromear. Estaban demasiado doloridos, demasiado cansados.

Cuando recobraron algo sus fuerzas, decidieron explorar la sala en la que habían parado a descansar, la cual se encontraba adornada con una serie de murales ocultos por la oscuridad. Encendieron varias antorchas más, y su luz reveló algo inesperado: murales Zonnan esculpidos en las paredes. Algunos estaban semicubiertos por malicia, pero las formas y figuras eran inconfundibles. Riju se adelantó, con la tableta de Prunia en mano, y examinó el primero.

El primer mural mostraba a una figura femenina sosteniendo a otra mujer entre sus brazos. La primera parecía estar introduciendo a la segunda en una cavidad o receptáculo en forma de prisma, aunque los detalles de la estructura estaban parcialmente cubiertos por la malicia.

Link se acercó lentamente, observando la cavidad con el ceño fruncido. Algo en la forma le resultaba inquietantemente familiar.

—¿Dónde he visto yo algo así...? —murmuró, sin apartar la mirada del mural.

Mineru permaneció en silencio. Desde la tableta, sus ojos artificiales parecían escrutar el mural con precisión, pero no añadió nada. No quería interferir.

—¿Es un sacrificio? —preguntó Yunobo, rascándose la cabeza—. O tal vez... ¿la está ayudando?

—No lo sabemos —dijo Riju, mientras tomaba una foto del mural—. Cuando podamos, enviaré esto a Prunia. Seguro que ella podrá analizarlo.

Link extendió una mano hacia el mural, y durante un breve instante sintió un calor reconfortante, como una caricia invisible que le recorría la piel. La Espada Maestra en su espalda emitió un brillo tenue, como si respondiera al contacto.

—Hay algo aquí... algo importante —dijo Link en voz baja, pero no pudo precisar más.

El segundo mural exhibía una imagen enigmática: una vasta sala dominada por un reloj de arena colosal, con un puente trazado desde una vista cenital. La estructura se dividía en dos secciones: la primera, amplia y uniforme, estaba marcada con símbolos indescifrables que parecían ocultar un significado perdido. La segunda parte del puente, en cambio, era un caos de fragmentos dispersos, como si el tiempo hubiera quebrado su estabilidad.

Cada tramo del puente se representaba por una pareja de cuadrados, pero en ellos se alternaban dos símbolos: un círculo y un triángulo. Sin embargo, su disposición no seguía ningún patrón aparente, sino que parecían colocados al azar, sin lógica ni sentido. No había una simetría clara, ni una progresión evidente.

Se quedaron perplejos, observando la imagen sin comprender su propósito. ¿Era una prueba? ¿Un acertijo? ¿O acaso un juego infantil de una civilización antigua?

—No tiene sentido... —murmuró Sidon, recorriendo la imagen con la vista—. Parece una estructura lógica, pero el patrón no sigue ningún orden.

—No es solo un puente —añadió Riju, frunciendo el ceño—. Es un sendero, pero no todos los caminos llevan al otro lado.

Mineru se quedó en silencio, con la mirada fija en los símbolos. Sus ojos artificiales parpadearon como si intentara analizar algo que su mente ya comprendía, pero que no quería admitir en voz alta.

—¡Esto es... extraño! —exclamó Riju, mientras tomaba una fotografía con rapidez—. Parece una especie de sendero, pero las marcas... no consigo descifrarlas. ¿Es un camino seguro o una advertencia?

—Ni la más remota idea —admitió Link, cruzándose de brazos con frustración—. Ojalá pudiéramos contactar con Prunia... Mineru, ¿te resulta familiar? ¿Es un mural Zonnan?

Mineru negó con la cabeza, evitando siquiera pronunciar palabra. Si hablaba, su tono podría traicionarla. Lentamente, se apartó de los murales, fingiendo indiferencia. Pero, en su interior, su mente grababa cada detalle con una precisión inquietante. Sabía exactamente lo que representaba, y su silencio era su única defensa.

Siguieron examinando los murales con creciente inquietud. El tercer mural les dejó aún más perplejos. Una vez más, el reloj de arena aparecía, pero esta vez se erguía en lo alto de un pilar imponente. A sus pies, una pila de escombros se esparcía como si alguna estructura hubiese colapsado. Mirando más detenidamente, notaron que a lo largo del pilar había huecos, como si algo encajara perfectamente en ellos.

Riju observó en silencio, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda. No valía la pena preguntar; ninguna respuesta vendría fácilmente. Con manos firmes, alzó la cámara de Prunia y capturó la imagen.

—Prunia va a estar encantada con todo este material Zonnan —murmuró para sí misma, aunque su voz tenía un matiz de duda—. Espero que se alegre... aunque tengo la sensación de que esto no es solo historia perdida.

El siguiente mural era aún más impresionante. Mostraba a un hombre y una mujer en posiciones opuestas: el hombre en la parte inferior y la mujer en la parte superior, conectados por un laberinto intrincado que serpenteaba entre ellos. Sin embargo, al observarlo con más atención, Riju notó algo en el diseño.

—Eso no es solo un laberinto —dijo, apuntando con la tableta—. Parece... un dragón.

Las curvas del laberinto formaban el contorno de un dragón con las fauces abiertas, cuyas líneas parecían conectar las dos figuras. En el centro del laberinto, dos siluetas de piedras secretas brillaban tenuemente, dispuestas de manera que su unión recordaba la forma de un corazón. Estas mismas piedras también aparecían al principio y al final del laberinto.

—Esto es diferente a todo lo que hemos visto antes —dijo Sidon, tocando la pared con cuidado—. Es como si sus destinos estuvieran entrelazados por el dragón.

Link colocó su mano sobre el mural, sobre el dibujo del dragón, y sintió un calor recorriéndole el cuerpo. No era la malicia; era algo distinto, algo que parecía resonar con la luz de la Espada Maestra, que brillaba más intensamente por un instante.

—¿Qué significa esto? —preguntó en voz baja.

Mineru observaba desde lejos, inmóvil. Sabía exactamente lo que el mural representaba, pero mantuvo el silencio. No era el momento para hablar de verdades enterradas.

Link siguió explorando las paredes de la sala. Sus ojos recorrieron la piedra ennegrecida hasta detenerse en una sección oculta por la malicia. Enfrente de la zona que habían investigado antes, se intuían otros dos paneles, aunque estaban completamente cubiertos por la corrupción.

Con un nudo en el estómago, acercó la Espada Maestra. Su hoja brilló con un destello azulado, iluminando la oscura superficie con una luz temblorosa. Deslizó la espada sobre la malicia, como si intentara apartarla con su simple presencia.

Entonces, la malicia se estremeció. Como si estuviera viva, se encogió y se deslizó lentamente, desprendiéndose de la piedra como un velo que oculta un secreto prohibido.

Lo que vio lo hizo contener el aliento.

El mural recién revelado era inquietante. En la parte inferior, se alzaba una estructura con forma de altar o cama ceremonial, solitaria en la escena. Sobre ella, una silueta femenina yacía inmóvil, envuelta en un resplandor dorado, como si estuviera dormida... o muerta.

Sobre su cuerpo, en el centro del mural, se representaba una llama fracturada en miles de fragmentos, flotando en el aire como un eco de algo que se había roto sin posibilidad de reparación.

En la parte superior del mural, un dragón con un fulgor etéreo la observaba desde las alturas. Lágrimas de impotencia descendían de sus ojos, surcando la piedra, como si estuviera llorando por lo que había sucedido. Su expresión no era de furia, sino de una pena inconmensurable, un dolor profundo dirigido a la figura sobre el altar.

Pero lo más perturbador no era solo la separación entre cuerpo y alma, sino lo que ocurrió ante sus propios ojos.

Las piedras secretas de los sabios, antes grabadas en la roca con nitidez, comenzaron a cambiar.

Algunos símbolos se desvanecieron, convertidos en un polvo brillante que flotaba en la imagen, como si el mural mismo estuviera borrando su existencia. En el centro del círculo de los sabios, una de las piedras no estaba en su lugar, dejando un vacío oscuro que Link no pudo ignorar.

Y en la parte inferior del mural, junto al altar, yacía una espada.

Su hoja estaba rota en dos, fragmentada sobre el suelo como un eco de un destino fallido.

Mineru palideció.

—Esto... esto no debería estar aquí —murmuró. Su expresión, endurecida, recorrió cada símbolo con una mezcla de desconcierto y temor, como si tratara de encontrar una explicación oculta en los trazos de la piedra.

Link permaneció inmóvil. Su mano tembló levemente cuando la Espada Maestra vibró débilmente en su espalda, como si intentara reaccionar ante lo que tenía enfrente. Pero él sabía que no podía hacer nada en ese momento.

A su lado, la malicia aún cubría otro mural.

Por primera vez, sintió que no quería saber lo que ocultaba.

Por primera vez, sintió que no quería saber lo que ocultaba. Su respiración se volvió errática, su estómago se encogió. Su mano temblaba sobre la empuñadura de la Espada Maestra, pero no era miedo lo que lo retenía. Era certeza. Certeza de que lo que vería cambiaría todo. Algo en su interior le advertía.

"No lo mires."

Pero lo hizo.

La malicia comenzó a desvanecerse lentamente, mostrando la última imagen.

Y esta vez, no había ambigüedad.

Era Hyrule. O lo que quedaba de él.

El castillo, antaño imponente, estaba reducido a ruinas, envuelto en llamas negras que no parecían extinguirse. El cielo sobre él estaba roto, como si el mundo mismo hubiera colapsado.

En el centro del mural, una figura colosal se alzaba sobre los restos del reino.

El Rey Demonio, su silueta envuelta en una aurora carmesí, con su presencia eclipsando todo lo que lo rodeaba. A sus pies, los cuerpos de los héroes yacían inertes, esparcidos por el suelo como si fueran meros peones de una partida ya perdida.

Link sintió un escalofrío que le recorrió la espina dorsal. Nadie habló. Era una advertencia, una posibilidad futura que no debían permitir que se hiciera realidad.

—Pero... no puede ser... imposible, esto no puede haber pasado todavía, son murales antiguos. Seguramente nos estén mostrando una imagen pasada de alguna guerra.

Todos se miraron, y sus ojos se posaron en el mural una vez más. No había duda: allí estaba la figura de Tureli, de Sidon, de Riju, Yunobo...e incluso se veía perfectamente la representación del golem de Mineru.

Y en otra esquina estaba Link, el tallado mostraba perfectamente las líneas que formaban el bordado de su túnica. Y a su lado, hecha pedazos, se hallaba la Espada Maestra. Link sintió el pulso en sus oídos. Su propia imagen, grabada en la roca, y a su lado, la Espada Maestra... destruida. La garganta se le secó. No era una advertencia. Era una sentencia.

—Esto no es solo historia —murmuró Riju, su voz apenas un susurro—. Es lo que ocurrirá si fallamos.

Mineru desvió la mirada, su expresión tensa. Link sintió que su puño se cerraba con fuerza. No podían fallar.

Y entonces lo vio.

Vio como una de las esquinas del mural, presentaba partes inconclusas, como si la persona encargada no hubiera terminado el mural a tiempo.

Algo en la piedra brilló por un instante, un detalle minúsculo, pero suficiente para que su corazón latiera con fuerza.

El mural no estaba completo.

Algo faltaba... o estaba a punto de escribirse.

Link sintió un nudo en la garganta.

Era su derrota.

No era una advertencia.

Era una sentencia.

Instintivamente, miró a los sabios, que se habían vuelto a sentar, derrotados por el cansancio.

Sidon intentaba disimular el dolor, pero su mano temblorosa se aferraba a su costado, donde una mancha oscura se extendía por su piel. Riju respiraba con dificultad, y Link notó un halo negro recorriendo su brazo, extendiéndose como una sombra hambrienta.

El pensamiento lo golpeó con fuerza. Estaban al borde de sus fuerzas.

Mientras observaba a sus amigos, la frustración creció en su pecho hasta convertirse en un nudo de furia. Su botín de pociones curativas y defensivas, sustraído en el momento en que más lo necesitaban. Sus dientes rechinaron. Sabía quién había sido. Esa alimaña Yiga. Ese bufón del Rey Demonio. El maestro Kogg. La sangre le palpitaba en las sienes. Podía verlos en su mente, los Yiga revolviendo su mochila, robándole lo que necesitaban para sobrevivir, riéndose con su mueca burlona. Malditos. Si alguna vez los encontraba de nuevo, no habría clemencia.

Pero no había tiempo para venganza. No aún. Primero, debían sobrevivir. Luego, cuando el Rey Demonio cayera, él se encargaría de asegurarse de que los Yiga pagaran.

"Primero tengo que ver cómo ayudarles a ellos. Tenemos que superar esta prueba juntos"

Pero cómo.

Sopesó su mochila con un suspiro. Compartiría sus raciones con ellos. Pero mientras entregaba la última porción, una sombra de duda cruzó su mente. ¿Y si no era suficiente? ¿Y si no resistía? Apretó el pomo de la Espada Maestra. Confiaría en que sus habilidades junto con la fortaleza de la Espada fueran suficientes en el momento final.

Con un gesto mecánico abrió su mochila y sacó sus provisiones más potentes. Las únicas que tenían el mayor poder curativo.

—Comed esto, son las provisiones más potentes que tengo, de hecho, casi las últimas. Algo me queda pero... por favor tomadlas y recuperaros, aún nos queda camino.

Riju y Sidon asintieron con gratitud, tomando las raciones que Link les ofrecía. Comieron con rapidez, sintiendo cómo el calor de los alimentos traía un atisbo de alivio a sus cuerpos agotados. Link apartó la vista hacia Yunobo y Tureli; su resistencia era admirable, pero las ojeras marcaban sus rostros y sus posturas delataban el peso del cansancio.

Sopesó su mochila una vez más, con la esperanza de encontrar algo más útil. Rebuscó entre los bolsillos, sus dedos rozando telas gastadas y pequeños frascos vacíos. Finalmente, sintió la textura rugosa de unos cuantos ingredientes olvidados de una de sus excursiones anteriores. "No es mucho, pero servirá", pensó, con un atisbo de esperanza.

Si lograban encontrar un momento de descanso adicional, podría preparar algo más sustancioso. Pero primero, debían seguir avanzando. La guarida del Rey Demonio los esperaba, y cada minuto perdido les acercaba más al borde de sus fuerzas.

Cuando Riju y Sidon terminaron su comida, Link se levantó e indicó a los demás que se le unieran.

—Sigamos adelante —dijo finalmente, con el peso de la visión aún oprimiendo su pecho—. No dejaremos que esto suceda.

El grupo continuó su descenso, dejando atrás la estancia de los murales y las preguntas sin respuesta. Sin embargo, la sensación de que el pasado aún tenía secretos que revelar los acompañó mientras avanzaban hacia las profundidades.

Mientras los aventureros salían de la sala y se internaban de nuevo en el pasillo, algo ocurrió en silencio, sin que nadie lo notara.

El primer panel, aún cubierto por restos de malicia, comenzó a emitir un leve resplandor. Apenas un parpadeo de luz, sutil y efímero, como un susurro de la piedra misma. Entonces, sin previo aviso, la superficie se agitó, como si algo despertara dentro de ella.

La piedra se movió, las líneas grabadas en su estructura se desplazaron y reconfiguraron, formando un nuevo dibujo.

Sin embargo, el último mural permaneció inmutable.

Las grietas que lo cruzaban seguían en el mismo lugar, la imagen del Rey Demonio sobre un Hyrule devastado no cambió ni un ápice.

Pero entonces, algo más sucedió.

Una nueva línea surgió en su superficie. Frágil, incompleta, como si algo intentara finalizar el diseño.

El mural no había terminado de escribirse. El destino aún no estaba decidido.

Cuando el sonido de los pasos de Link y los sabios se extinguió en la distancia, en la estancia, que se había quedado en completo silencio, empezó a soplar una brisa cálida, mientras dos figuras se materializaban de entre las sombras.

La primera era una mujer de piel azulada, envuelta en una capa que reflejaba destellos de azul y púrpura, como si contuviera fragmentos de un cielo estrellado. La capa se sujetaba al pecho mediante un diamante. A su lado, un Stalfos de porte majestuoso emergió de la penumbra, su cuerpo esquelético cubierto por una armadura antigua que relucía tenuemente en la oscuridad.

Con movimientos meticulosos, deslizó su mano dentro de su desgastada túnica y sacó una pequeña ocarina de cerámica, cuya superficie reflejaba la pálida luz que los envolvía. La sostuvo por un instante, girándola entre sus dedos huesudos.

—Ya falta poco.

Observó la ocarina en silencio, con la mirada vacía de un no-muerto, pero con la tensión de alguien que aún cargaba con el peso del tiempo.

—Espero que lleguen a salvo a la barrera que separa el Reino Sagrado… Menos mal que le advertí a Link.

Su mandíbula se apretó con un leve crujido de huesos.

—Si uno de ellos falta... se acabó.

Fay se acercó a él, su mirada fría pero llena de curiosidad. Se detuvo a su lado, observando el instrumento con una mezcla de sorpresa y suspicacia.

—¿De dónde la has sacado? —preguntó, entrecerrando los ojos—. Creí que se la habías entregado a Zelda.

El Stalfos dejó escapar una risa grave, apenas un eco de lo que pudo haber sido su voz en el pasado.

—Sí —confirmó con tranquilidad—, para que Makkosh la guardara durante este tiempo.

Fay ladeó la cabeza.

—Entonces, ¿por qué la tienes ahora?

El Stalfos observó la ocarina unos segundos más antes de responder.

—Porque ahora la necesito para... bueno… para mis planes.

Fay frunció el ceño, pero no dijo nada.

El Stalfos volvió a guardar la ocarina dentro de su túnica con movimientos lentos y calculados.

—En cuanto todo esté listo, cruzaré la barrera para devolvérsela a Makkosh, y él se la entregará al chico.

Fay no apartó la vista de él.

El Stalfos bajó la mirada, y su voz se tornó apenas un murmullo.

—Tres horas... —susurró—. Es lo máximo que tendrán. Es su capacidad máxima… tienen que lograrlo… esta vez… la magia se agota…

Fay no respondió. Solo permaneció allí, junto al Stalfos. Ambos observando el flujo del tiempo como unos guardianes de lo inevitable.

Mientras tanto, en el pasillo, los murales seguían cambiando.

A cada paso que daba Link, una nueva línea surgía en la piedra.

A cada decisión que tomaban los sabios, una imagen se movía, desplazándose apenas unos centímetros, corrigiéndose, reescribiéndose.

Los murales no eran fijos.

Eran un reflejo de cada elección, de cada movimiento, de cada posibilidad que aún no había sido sellada.

Y así, mientras el grupo se adentraba más en la oscuridad, las figuras en la piedra seguían mutando, adaptándose a la historia que aún estaba por escribirse.

El destino seguía reconfigurándose.

Hasta el último segundo.

Hasta que la última decisión fuera tomada.

En la oscuridad del pasillo, mientras caminaban, Link apretó la empuñadura de la Espada Maestra con fuerza, esperando, rogando.

"No me falles ahora."

La hoja vibró en respuesta, y entonces, una voz resonó en su mente:

"Amo Link, debéis ser fuerte... ella os espera."

El aire se congeló en sus pulmones. Su piel se erizó con un escalofrío que no tenía nada que ver con el frío del subsuelo. Nadie más parecía haberlo oído, pero el susurro seguía vibrando en su mente como un eco de otra realidad.

—¿Link? —preguntó Sidon con cautela.

Link tragó saliva.

—Nada... solo el cansancio —mintió, pero la incertidumbre lo carcomía.

Pero el susurro no desapareció. Seguía ahí. Persistente. Como si algo—o alguien—lo estuviera esperando en la oscuridad.