Corrí sin mirar atrás; el eco de mis pasos se extendía sobre el suelo. Algo se movía en las sombras; apenas alcanzaba a ver qué era. No estaba solo, y aunque no entendía qué acababa de ver, no tenía alternativa.
El aire se volvía más denso conforme corría, impregnado por un aroma a incienso. Las sombras parecían cobrar vida a mi alrededor, y los hilos rojos bloqueaban cada puerta y pasillo, tensos, como si intentaran cerrarme el paso.
Me acerqué a uno de los hilos, observándolo más de cerca. ¿Qué protegían estos hilos?
—¿Qué rayos…? —murmuré, extendiendo la mano—. ¿Solo debo saltarlo o romperlo, no?
—Eso es lo último que deberías hacer.
Una voz grave y sedosa rompió el silencio, haciendo que mi corazón se detuviera por un segundo. Me giré lentamente.
Frente a mí, un hombre mayor, impecablemente vestido, me observaba con una calma que no parecía acorde al lugar.
—¿Eh…? —murmuré—. ¿Quién… eres? ¿Eres… la voz?
El hombre esbozó una ligera sonrisa.
—¿La voz? —repitió, como si la idea lo divirtiera—. No, no soy ninguna de esas voces. Solo soy el cuidador de este lugar. —Su tono era sereno—. No esperaba tu visita tan pronto. Aún… no era tiempo.
—¿No era tiempo?
El cuidador sonrió apenas.
—Tenía que encender el generador —dijo, como si fuera la explicación más obvia del mundo.
—¿Quién demonios anda por aquí sin luz? —resoplé, pero el cuidador ignoró mi pregunta y desvió su mirada hacia el hilo que estaba por tocar.
—No puedes simplemente cortar o saltar estos hilos —dijo, con voz tranquila—. Son un camino, no una barrera. Debes seguirlos en el orden correcto.
—¿En orden para qué?
En lugar de responder, me hizo un gesto para que lo siguiera. Lo miré con desconfianza, pero al final no tenía otra opción.
Subimos en silencio por las escaleras; el eco de nuestros pasos rompía el silencio opresivo de la mansión. Conforme avanzábamos, el lugar se volvía más extraño, y las puertas alrededor parecían de épocas y materiales diferentes: algunas de madera pulida, otras decoradas con detalles dorados, y otras, secas y agrietadas, parecían hechas de corteza antigua.
Cada puerta estaba bloqueada por un hilo rojo, tenso y brillante, que cruzaba el umbral como una barrera.
Finalmente, después de subir el último tramo de escaleras, llegamos a un pasillo más estrecho. El aire aquí era más pesado. Frente a mí se alzaba una puerta de madera clara y pulida, diferente a todas las anteriores: sin hilos rojos que la sellaran, y colocada en el centro de un espacio amplio, como un ático que presidía sobre toda la mansión. A mi alrededor, la penumbra parecía hacerse más profunda, y un frío leve impregnaba el aire.
El cuidador se volvió hacia mí, evaluándome.
—Dime, ¿recuerdas cómo llegaste aquí? —preguntó en un tono neutral.
—Yo… no recuerdo —murmuré, sintiendo un vacío extraño al admitirlo.
Él asintió.
—Este es solo el primer paso —dijo, alejándose—. Puedes buscarme cuando termines aquí.
—¿Terminar de qué? —intenté preguntar, pero él ya se estaba marchando de vuelta al pasillo.
Me quedé frente a la puerta, observándola con desconfianza. ¿"Terminar"? ¿Terminar qué? La duda me oprimía el pecho, pero tampoco tenía otra opción. Di un paso adelante y, justo cuando extendía la mano hacia la manilla, una voz baja y suave surgió detrás de mí, erizándome la piel.
—No tienes mucho tiempo. Recuerda…
Mi respiración se aceleró. Me giré de golpe, pero no había nadie. Solo el silencio, denso y pesado. Volví a mirar la puerta y me di cuenta de que, sobre el marco, colgaba un letrero: "GENESIS". Mi mano temblaba mientras rodeaba la fría manilla. No había vuelta atrás.
Giré la manilla y empujé la puerta; se abrió con un ligero crujido. Al asomarme, me encontré con una habitación vacía y oscura. Ningún mueble, ni siquiera una sombra, solo el silencio y el frío de las paredes desnudas.
Parpadeé, confundido, esperando que algo sucediera… pero nada.
Avancé un paso, y un leve zumbido me hizo notar el parpadeo de una luz en el rincón más alejado.
Sin dudar, cerré la puerta detrás de mí y avancé hacia el interruptor. Justo cuando mi mano lo tocaba, una voz helada rompió el silencio.
—Regresaste.