Regresaste.
Me giré, buscando desesperadamente de dónde venía esa voz, pero solo me encontré con un destello que me cegó.
Parpadeé, tratando de enfocar, mientras aquella luz iba cediendo, dejando entrever figuras borrosas. Formas difusas empezaron a emerger.
—Waaa… waaa…
Un llanto, tan claro y agudo llenó el espacio. La escena se iba aclarando, deslizándose ante mí como en un sueño: un cuarto cálido, una luz suave filtrándose, y una cuna en el centro.
—Shh, tranquilo… ya estoy aquí… —una voz suave, susurró desde algún rincón del lugar.
Entre las sombras, una figura se fue materializando, acunando a un bebé con ternura, como si ese simple acto lo fuera todo.
—Mi pequeño… ¿ya despertaste? —murmuró la mujer con una sonrisa—. Amor, ven, nuestro pequeño está inquieto.
Desde otro lado de la habitación, una voz masculina respondió, cálida y calmada.
—Voy, mi vida, en un segundo.
No podía moverme. Algo dentro de mí se tensaba con cada segundo que pasaba.
El hombre entró. Alto y robusto, con una mirada suave mientras se acercaba. Con un gesto fácil y acostumbrado, alzó al bebé, mirándolo con una mezcla de orgullo y ternura.
—Mira qué fuerte está —comentó, dejando escapar una sonrisa—. Seguro que será tan fuerte como su padre.
La mujer soltó una risa baja y le lanzó una mirada cargada de cariño. Todo en ellos irradiaba una paz inexplicable, como si en ese momento no existiera nada más.
—¿Crees que algún día entenderá todo lo que significa para nosotros? —preguntó ella, sin apartar la vista del bebé.
—Lo descubrirá a su tiempo —contestó él, acariciando la pequeña cabeza del niño—. Por ahora, que sea solo un niño.
Sentí un peso creciente en el pecho, como si algo se atorara en mi garganta, impidiéndome respirar. Aquella escena… ¿por qué me resultaba tan… triste?
Cerré los ojos, intentando apagar la confusión que golpeaba mi mente. Pero el murmullo persistía, las voces, las risas, sus gestos… y esa paz, una paz que parecía fuera de mi alcance.
Sentí un impulso inexplicable de acercarme. Alargué la mano hacia el pequeño, pero mi brazo atravesó el aire como si no existiera. Intenté gritar, pero mi voz se ahogó en el silencio.
—No pueden verte ni oírte.
El susurro se deslizó detrás de mí, helándome la sangre, como una sombra que acecha desde el borde de mi visión.
Gire lentamente. Allí estaba, una figura blanca, apenas un contorno difuso, observándome en silencio.