- ¡Corre Kate! ¡Llegaremos tarde! – Leslie Dawson corría apresurada mientras la seguía, mi amiga no tenía el don de la puntualidad y yo, no tenía el don de apresurarla, al contrario, siempre me quedaba esperándola.
Una lluvia torrencial estaba cayendo sobre mi cabello recién peinado y mi paraguas hoy no quiere funcionar. Ya departea haberme comprado uno nuevo, es casi como si no hubiese vivido en Londres más de la mitad de mi vida. Ya debería estar acostumbrada.
- ¡Leslie por amor de Dios! ¡Espera! – Genial, nuestro primer día de trabajo y llegaré tarde, empapada y con una crisis asmática.
- Jaja ¡Te falta condición amiga! – Gritaba mientras corría por Leicester Square, gracias a Dios ya estábamos cerca.
Me fijo en el reloj de mi muñeca, ¡No puede ser! 8:02 pm. ¡Genial! Ya es tarde y parezco salida una caricatura.
Cruzo la calle detrás de ella y el sonido de unos frenos me ponen en alerta; con el corazón en la garganta y sin color en el rostro a cinco centímetros de mis rodillas un lujoso auto negro con vidrios tintados y el motor rugiendo de manera intimidante se encuentra estacionado frente a mi. Trato de ser lo más precavida posible, sobre todo después de lo ocurrido hace quince años, no sé en qué estaba pensando…
Leslie se apresura a mí y espero a que el dueño del carro se baje a gritarme, pero nada ocurre solo veo a mi amiga corriendo tan pálida como yo en mi dirección.
- ¡Kate! ¿Te encuentras bien? – Me interroga mientras pasa sus manos por mi cuerpo. - ¡No puedes cruzar de esa forma!
- Lo sé – Dije a penas articulando las palabras – Lo siento, no me fije, estaba viendo el reloj. – Aunque he de admitir, que no vi que el semáforo estaba a punto de cambiar, si el conductor se baja a gritarme no tendría argumentos para responder a su justa acusación.
A pesar de todo, tenía una sensación extraña en mi cuerpo, era como si estuviese siendo observada. Aunque no debería sorprenderme, todos los transeúntes se quedaron viendo en mi dirección al escuchar los frenos del auto, pero esto era diferente, un escalofrío recorrió mi espalda y los vellos de mi brazo se erizaron. Peligro. Que extraño.
Dirigí mi miranda al vehículo el cuál seguía estacionado, nadie bajó de él, ni siquiera sonó la bocina.
- Vamos. – Leslie apresuró el paso hacia el otro lado de la calle, y yo la seguí más despacio.
Al llegar al otro lado, noté que el auto seguía estacionado, estuve a nada de dirigirme hacia él, no tenia idea si el conductor había salido herido luego de frenar tan bruscamente, se me hacía muy extraño que no se hubiese bajado cuando estuvo a punto de arrollarme por mi imprudencia, puse me atención en el parabrisas y di un paso hacia él, se escuchó el rugido del motor y arrancó como si fuese el único auto de Londres.
- Supongo que está bien. – Murmuré por lo bajo di media vuelta y seguí mi camino.
El miedo aún hacia que mi corazón latiera apresurado, por fin logro llegar a la puerta de servicio del hotel donde se daría la recepción.
- ¿Ekatherina? – La voz de un hombre resuena en la cocina. - Llegas tarde y estas empapada, espero que tengas un cambio de ropa en tu bolso, no puedes servir a esta gente en esta condición, - Dijo señalando mi desarreglado uniforme. – Y además, puedes enfermarte. – George Callaghan hermoso, con unos ojos color avellana y el cabello ondulado y rebelde, que no contrastaba para nada con el traje de gala que portaba esa noche, solía tener un carácter suave con sus amigos, pero estricto en el trabajo y esa noche era mi jefe, bueno, el jefe de Leslie, quien necesitaba una camarera para esa noche, ya que la chica que había contratado estaba en la clínica con el apéndice recién extraído y éste evento, donde la empresa Rossi celebraría su expansión hacia Estados Unidos y era su oportunidad de destacar en la elite de Londres de su servicio de catering, pero yo como no le temo al trabajo, me ofrecí y así fue cómo terminé empapada y a punto de morir.
- Buenas noches Sr. Callaghan, si, cargo otra camisa conmigo. - Por suerte, una que otra mancha en mi uniforme durante el trabajo, me habia hecho guardar una muda extra en caso de emergencia. - Ya me cambio.
- Rápido Ekatherina, - Me apresuró. - Ya va a iniciar.
Fuí por mi bolso y me apresuré al baño de empleadas, el olor a jazmín inundó mis fosas nasales. ¡Oh por supuesto! Mi día sólo podía empeorar.
Me miré al espejo, mi peinado impecable estaba casi desecho, los mechones castaños caían libres por el borde de mi cara y detrás de mi oreja, mis ojos grises un poco grandes para mi rostro en forma de corazón con manchas de delineador corrido por la lluvia mientras mis dientes mordían mi labio, una costumbre que tengo desde pequeña para ocultar mi labio inferior ligeramente más grande que el superior, siempre me ayudó en la escuela para así evitar las burlas de mis compañeros por tener el labio más prominente, hoy ya no me importa, podría decir que me ayuda a mejorar mi apariencia, pero no perdí nunca la costumbre.
La botella de perfume destapada y todo el contenido había manchado mi camisa y para colmo estaba húmeda, al parecer la lluvia no la detiene nada, ni siquiera el doble cierre, con suerte no lo notarían y mi bufanda podía cubrirla.
Me quito la camisa y me fijo en la cicatriz que recorre mi costado izquierdo, los bordes irregulares con puntos a los lados, evidencia de las suturas que unieron mi carne desgarrada. Sacudí mi cabeza cerré los botones e intenté borrar el recuerdo de ese día.
Me dirigí al pasillo dispuesta a atender a los comensales cuando un grito y un golpe me hizo ir en dirección opuesta, estaba oscuro, sólo había una puerta entreabierta que iba a estacionamiento del hotel.
Un hombre alto con traje azul oscuro casi negro estaba de espaldas, con la cara ladeada y su mano acariciando un lado de su rostro, su altura imponente a pesar de estar relajado, frente a una rubia de senos grandes, demasiado grandes para lo pequeño de la contextura su cuerpo, tanto que casi se salen por el escote.
- No puedes hacerme esto, ¡Cinco Años! Te di cinco años de mi vida para que de un momento a otro me digas que ya no quieres estar conmigo. – La mujer le gritaba al hombre mientras movía sus manos con ira retenida. - ¿Quién demonios te crees que eres? Tenemos una sociedad que no puedes deshacer. – Seguía gritando la rubia con ojos llenos de lágrimas y la voz rota, sentí compasión por ella.
- No me estoy deshaciendo de nuestra sociedad, sólo de ti. – Le dijo el hombre sin nada de delicadeza.
Una mano se alzó de repente y se detuvo a centímetros de la cara del extraño; no, la detuvo él. Una mano enorme se aferraba a delgada muñeca de la rubia mientras se inclinaba al frente, si ejercía un poco de presión, muy probablemente la pudiese romper como un palillo, le susurró algo al oído que dejó sin color su ya pálido rostro.
- No es justo. – Replicó la rubia. – No eres capaz de culparme de eso, no tienes pruebas.
Solo una palabra salió de la boca del hombre.
- Rétame.
Los ojos de la rubia se agrandaron, de repente una luz se encendió detrás de mí y los ojos de la mujer se posaron en mi rostro. El hombre comenzó a girar, pero yo ya estaba caminando en sentido opuesto al estacionamiento.