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Chapter 5 - La Revelación de la Carta Morada

En la mansión de los Von Frostheart

 

El señor estaba reflexionando sobre lo que su hija le había dicho.

 

'Si el progenitor le puso un guía a un dragón, quiere decir que el dragón es alguien de vital importancia. El progenitor no haría eso si fuera un miembro cualquiera de la realeza de otra raza; simplemente pondría a alguien sin molestarse en buscar personalmente a alguien', pensó el señor, mientras apoyaba los brazos en su escritorio.

 

El señor giró la silla y miró la gran ventana desde donde se veía la ciudad y el vasto campo nevado. Von Frostheart estaba cerca de una cadena montañosa, al norte de la capital. La ciudad era de gran tamaño, aunque se había deteriorado en fuerza militar, y habían perdido muchas tierras y pueblos por apuestas y malas decisiones de sus antepasados, dejándoles una gran deuda.

 

En su generación, cuando tomó el mando del territorio, se encargó de pagar las deudas. Limpió toda la suciedad del territorio, ya sea eliminando traidores, ratas y aumentando constantemente su fuerza militar, además de mejorar el estilo de vida de los ciudadanos.

 

'Me considero un buen señor, pero… sé que no es suficiente. Después de que el árbol del mundo evolucione, el mundo entrará en un gran cambio, pero eso no será de forma suave. Todos los seres crecerán a niveles que ni siquiera imaginamos, y de igual forma, los peligros aumentarán. ¿Quién sabe qué terribles cosas aguarda el futuro?' pensó el señor, con preocupación.

 

El señor enfocó su mirada en su territorio. La gente vivía como si nada pasara, ignorante pero consciente de que un gran cambio se avecinaba. Volvió la vista a su estudio, específicamente a un cuadro con una foto de una familia: un hombre, una madre y cua hijos, tres varones y una de ellos la menor de los hermanos una niña la primera de la familia. Al mirar a la niña, se tranquilizó.

 

'Puede que yo no haya podido mejorar el acceso a los recursos en nuestra familia, pero tú nos has dado una gran oportunidad. Pase lo que pase, la aprovecharemos', dijo internamente, con determinación.

 

Este señor, que creció con un territorio al borde de la destrucción, se las ingenió con los pocos recursos disponibles y logró estabilizar su territorio. Nunca se detuvo en su esfuerzo por mejorar la vida de sus ciudadanos, soñando con devolver la gloria que su antecesora, la matriarca de la casa Von Frostheart, había logrado en su día.

 

El señor volvió a mirar la foto, y aunque habían pasado años, le seguía sorprendiendo el parecido entre la matriarca y su hija. Era como si hubieran sido hechas del mismo molde.

 

Mientras seguía inmerso en sus pensamientos, apareció una carta de color morado en el transporte de correspondencia especial, en una de las esquinas de su escritorio. El sello dorado con el símbolo humano en el medio emanaba nobleza y un fuerte poder con concepto del alma, lo que hizo que el señor cortara sus pensamientos, sorprendido al saber de quién era el remitente.

 

En la sociedad noble, los colores de las cartas tenían una gran importancia:

 

Carta blanca con sello marrón: Gestión del territorio y asuntos comunes. Cada departamento tendría su sello correspondiente (un yunque para los herreros, una bolsa de monedas para los de contabilidad, etc.).

Carta azul con sello plateado: Comunicaciones de alta nobleza o los gobernantes de territorios importantes.

Carta roja con sello dorado: Urgencias políticas o militares de alto nivel, especialmente si están vinculadas a amenazas graves.

Carta negra con sello rojo: Asuntos sombríos o secretos oscuros (conspiraciones, muertes, traiciones).

Carta verde con sello de jade: Asuntos relacionados con la naturaleza, problemas ecológicos o criaturas que son plagas para los ecosistemas.

Carta dorada con un sello con firma de alma única: Usada solo por la realeza, descendencia directa de los Progenitores.

Carta morada con sello dorado y símbolo humano: Emanaba una poderosa y noble esencia del alma, que hacía que todos los humanos y altos humanos sintieran respeto y se arrodillaran. Exceptuando a los humanos superiores, quienes experimentarían una sensación de humildad y reverencia. La carta contendrá un decreto que afectará al destinatario o a la humanidad en su conjunto, dependiendo del contexto

 

El señor, inmediatamente, gritó sin decoro, pero la situación lo ameritaba. Llamó con todas sus fuerzas a toda la familia:

 

"¡REUNÍOS EN LA SALA DE AUDIENCIAS Y EL QUE FALTE SERÁ CASTIGADO!"

 

El hijo mayor, que tenía una reunión con algunos contables para planear inversiones en el territorio y financiar proyectos civiles y militares, oyó el grito de su padre, erizándosele todos los pelos del cuerpo.

 

Corrió sin despedirse de los funcionarios de finanzas. '¿Qué mierda habrá pasado para que padre esté tan exaltado? Lo único que sé es que algo bueno no será', pensó el hijo mayor, corriendo como si su vida dependiera de ello.

 

Lo mismo ocurrió con todos sus hijos, que se ubicaban en diferentes lugares, cruzándose en el camino sin hablar hasta llegar a la sala de audiencias.

 

***

Habitación de Astrid Von Frostheart

 

La joven estaba con una almohada en la cara, pues no había pasado mucho tiempo desde que había corrido hacia la habitación. Esta tenía juguetes como peluches bien ordenados. Había muchas cosas femeninas, algo sorprendente, pues, con su actitud gélida y cara inexpresiva, nadie creería que Astrid tenía un lado tierno.

 

'Lo único que me salvó de la falta de respeto debió ser mi talento. Si no es eso, y si el progenitor se haya disgustado, probablemente mi familia cargue con las consecuencias', pensó la joven, con ansiedad.

 

"¡REUNÍOS EN LA SALA DE AUDIENCIAS Y EL QUE FALTE SERÁ CASTIGADO!"

 

El grito del señor llegó a la habitación de Astrid. Las habitaciones permitían que el sonido entrara, pero no saliera.

 

Al oír eso, Astrid se exaltó, se levantó y corrió hacia la sala de audiencias. Nunca había oído a su padre gritar de esa manera, salvo cuando entrenaba a sus hermanos.

 

Astrid llegó cuando todos sus hermanos acababan de llegar. Se miraron entre ellos en silencio y entraron a la sala.

 

El señor del territorio ya estaba allí. Después de recibir la carta y anunciar la reunión, se retiró a la sala de audiencias.

 

Los hijos, al ver a su padre con la cara más seria que habían presenciado en su vida, sintieron una ansiedad sin precedentes. Todos pensaron al unísono: '¿Qué mierda pasó? ¿Entramos en guerra? ¿Nos están atacando?'. Excepto la hija, que empezó a sudar. '¿Será que mi falta de respeto perjudicará a mi familia?', pensó Astrid, culpándose.

 

Cosa que no tendría sentido, pues si el progenitor se hubiera enojado, no habría propuesto el contrato. Además, la reacción de Astrid ante un pedido como el del progenitor habría causado indignación en cualquiera... excepto en el progenitor. Por eso, aunque actuó por impulso, Astrid sintió una culpabilidad infundada.

 

Poco después, llegaron el consejero del señor, la esposa y algunos altos funcionarios del territorio. Según el protocolo aristocrático, se sentaron en sus respectivos asientos, con el heredero y la esposa cerca del señor, seguidos de los demás hijos, después los funcionarios. El consejero se sentó al lado del señor para estar listo para aconsejarlo.

 

Cuando todos estaban sentados en silencio, el señor habló y mostró una bandeja con una carta púrpura y un sello con el símbolo humano, que emanaba una fuerte energía de alma. La carta aún estaba cerrada.

 

"Nos ha llegado una carta… de los progenitores", dijo el señor, en tono solemne.

 

El señor no tenía la necesidad de explicar. Desde el momento en que la carta fue mostrada, todos los altos humanos en la sala se arrodillaron, sin capacidad de pensar por qué lo hacían. Solo sabían que debían mostrar respeto de forma instintiva, hasta oír la voz del padre explicando de quién era la carta.

 

Los humanos superiores, como la esposa, el consejero y los hijos mayores del señor, se sintieron humildes ante la carta y sabían que lo que contenía debía ser seguido al pie de la letra.

 

Astrid no sentía nada, lo que la dejaba confundida. Finalmente, se dio cuenta de que era la única que no sentía respeto hacia la carta ni ninguna sensación instintiva. Ahora que lo pensaba, en el momento en que se enfureció con las palabras del progenitor, dejó de sentir reverencia o una sensación de inferioridad hacia él, lo que la dejaba aún más perpleja ante tal fenómeno. Sin más tiempo para reflexionar, el señor volvió a hablar.

 

"Los llamé a todos para presenciar lo que los progenitores quieren de nuestro territorio, aunque ya puedo suponer la razón, aunque es solo una especulación", dijo estoicamente el señor.

 

Sorprendiendo a todos los presentes, los altos humanos de la sala comenzaron a recuperar poco a poco las funciones de sus cuerpos. Se levantaron y volvieron a sentarse lentamente.

 

El señor miró a su hija y notó que ella no estaba afectada por la carta. '¿Será porque ella ya estuvo en contacto con el progenitor en persona? Aunque si yo siento la presión de una carta, me pregunto cómo será conocerlos', pensó emocionado el señor.

 

Procediendo con el protocolo, el señor le entregó la bandeja al consejero, quien la recibió un poco nervioso. Después de mirar al frente y ver que todos en la sala lo observaban con atención, respiró hondo y rompió el sello. La carta se iluminó y salió disparada hacia arriba, proyectándose en una pantalla traslúcida y opaca de color dorado, casi como el contrato que tenía Astrid. El contenido se aclaró, diciendo lo siguiente:

 

***

Información para el territorio Von Frostheart

 

Se requiere que Astrid viaje a la capital mañana para cumplir con su parte del acuerdo. Se autoriza el uso del portal, cuyos costos serán cubiertos por nosotros.

 

Nota de Adán: Jovencita, tienes un sentido del humor encantador, pero sería prudente que moderaras tus palabras en público, jaja :)

 

Nota de Eva: No le hagas caso, solo está bromeando... aunque en serio, deberías hacerlo. Evitarás el descontento y la envidia. Créeme, los niños siempre compiten por la atención de sus padres. ;)

 

Firma: Adán Originus

Firma: Eva Primordialis

 ***

Después de que el consejero terminó de leer, levantó la cabeza, y todos, al unísono, miraron a Astrid con los ojos bien abiertos.

 

La habitación quedó en silencio. Astrid era observada como un cerdo llevado al matadero. No sabía qué hacer ni dónde enterrar su cabeza por la vergüenza de la incómoda situación en la que se encontraba.