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Kyōsei tensei: I sekai ni ittara yatto jiyū ni nareru

🇵🇪Larris_Julca
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Synopsis
Hola, mucho gusto. Mi nombre es Melars y esta es la primera novela que escribo, titulada: "Kyōsei tensei: I sekai ni ittara yatto jiyū ni nareru" ("Reencarnación forzada: Finalmente puedo ser libre si voy a otro mundo"). Los géneros que se verán en esta novela son los siguientes: ecchi, fantasía, drama y acción. La historia aún la estoy escribiendo, por lo que no puedo poner una descripción como tal sobre la misma. Muchas gracias por su atención.
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Chapter 1 - Capítulo 00: Prólogo

Me presento: soy un chico con la apariencia de alguien de veinticuatro años, pero no te dejes engañar. Mi edad supera con creces la de la mayoría de las criaturas existentes en este vasto universo. Para facilitar la comprensión de la raza humana, se me conoce como Dios. Aunque muchos de los dioses a los que me he enfrentado me llaman "El Dios del Juicio Final", yo no me considero alguien especial.Mi cuerpo es delgado, mi cabello blanco como la nieve, y mis ojos... Ah, mis ojos. Uno de ellos brilla en dorado, reflejando un poder absoluto, mientras que el otro, de un profundo azul, revela la soledad que carga mi alma. Me encuentro buscando respuestas, no solo sobre el vacío que siento, sino también sobre la razón de mi existencia.Lo primero que debo decir es que no tengo recuerdos de mi nacimiento. Todo lo que puedo explicar es que, hace eones, abrí los ojos por primera vez y me encontré rodeado de una gran masa oscura. Un silencio infinito que se extendía en todas direcciones, envolviéndome como una manta pesada.Fue entonces cuando conocí a un ser gigantesco, del tamaño de las rocas flotantes que posteriormente supe que se llamaban planetas. Su nombre era Febe, un coloso entre titanes.Febe se convirtió en mi maestro, mostrándome los misterios del universo. Me enseñó sobre su comportamiento, su creación y su inevitable destrucción. Me habló de las razas nacientes y las que desaparecían, ya fuera por su propia mano o por la furia desatada de agujeros negros, explosiones planetarias o impactos de meteoritos.Después de enseñarme todo aquello, Febe me miró con sus ojos penetrantes y me hizo una pregunta simple, pero profunda:—¿Cómo te llamas?Lo miré, confundido. No tenía respuesta para eso. Abrí los ojos en el vacío virgen del universo, sin recuerdos de un nombre, ni siquiera una identidad.—No lo sé —respondí finalmente, sintiendo la presión de mi ignorancia sobre mí—. No tengo recuerdos de nada antes de esto.Febe asintió lentamente, como si mi respuesta confirmara algo que ya sabía. Su voz resonó en la oscuridad cuando habló de nuevo:—Si puedes existir en este vacío infinito sin morir, eso solo puede significar que perteneces a una raza divina o superior. A diferencia de nosotros, los titanes, que nacemos del choque de galaxias, los dioses pueden nacer incluso de la piedra más minúscula, sin razón aparente.Sus palabras me dejaron perplejo. ¿Era yo un dios, entonces? ¿Pero qué clase de dios sería, si ni siquiera recordaba mi propio nombre?Febe, con su infinita sabiduría, me miró a los ojos y sonrió. Una sonrisa que, a pesar de su tamaño descomunal, transmitía una calidez sorprendente.—Tienes unos ojos hermosos —dijo, susurrando como si fuera un secreto entre los dos—. Me recuerdan a lugares que he visitado a lo largo de mi vida. ¿Te gustaría que yo te pusiera un nombre?Una emoción desconocida se agitó en mi interior. Era un sentimiento cálido, algo que se asemejaba a la felicidad. La soledad, que había sido mi única compañera en este vacío, de repente se vio iluminada por la posibilidad de tener una identidad, de ser alguien.—Sería un verdadero honor, señor Febe —respondí con un atisbo de emoción en mi voz, notando la fragilidad que había en mi propia existencia.Febe asintió con solemnidad, y fue entonces cuando me llamó por el nombre que llevaría desde ese momento:—A partir de ahora, te llamarás Melars.—Aunque suene simple, tu nombre significa calma y destrucción, en reflejo a tus hermosos ojos —dijo Febe con una voz profunda y solemne.Me quedé en silencio, procesando sus palabras. ¿Calma y destrucción? Miré mis manos, sintiendo la responsabilidad que ese nombre conllevaba. Una dualidad que parecía resonar en lo más profundo de mi ser. Pero había algo más que necesitaba saber.—Maestro... —empecé, vacilante—. ¿Qué hace usted aquí, perdido en la soledad del universo?La expresión de Febe, que siempre había sido alegre, cambió en un instante. Aquel ser poderoso y colosal, que hasta entonces parecía invencible, se arrodilló frente a mí, su rostro marcado por el dolor de recuerdos antiguos.—Fui traicionado —murmuró, su voz quebrada—. Por un amigo, alguien en quien confiaba. Me confinó aquí, en esta esquina olvidada del universo.Mi corazón se encogió al escuchar sus palabras. Aquel ser, que había sido mi maestro y guía, no era tan invulnerable como yo pensaba. Me contó que su traidor era un ser llamado Temis, una cruza entre un dios y un titán. No me dio muchos detalles, pero pude ver el sufrimiento en sus ojos.—¿Quieres que te acompañe, maestro? —pregunté, sintiendo un nudo en la garganta.—¡No! —respondió con firmeza, su voz resonando en la oscuridad que nos rodeaba—. Debes marcharte cuando consigas un poco más de poder. Quiero pasar la eternidad solo, hasta mi desaparición.Me quedé helado, sin saber qué decir. Entendía lo que quería decir, pero la idea de dejarlo solo me dolía profundamente. Aun así, respeté su deseo. Durante los siguientes mil años, que para un dios no son nada, Febe me enseñó todo lo que sabía. Me mostró técnicas de combate tan poderosas que podían destruir un planeta con un solo ataque. Sin embargo, también me enseñó que no debía pelear, a menos que fuera estrictamente necesario o en defensa propia.La verdad es que, con tanto poder, eran pocas las veces en que tendría que usarlo.Mil años pasaron, y entonces Febe, con su voz solemne y grave, me dijo:—Tengo un regalo para ti.Me entregó un ropaje, hecho del cuero de un ser cósmico. Era una gabardina negra con un pequeño símbolo en el pecho. Toqué el símbolo con cuidado: era un león, poderoso y majestuoso.—¿Qué ser es este? —pregunté, mientras me ponía el ropaje.—Es un ser llamado Tutu —respondió—. En el futuro, la raza humana lo asemejará a un león.La gabardina se ajustaba perfectamente a mi cuerpo. Me sentía protegido, como si Tutu aún me envolviera con su fuerza. Febe me miró una última vez, su expresión llena de determinación.—Es hora de que te marches.No dijo más. Su voz estaba llena de imponencia, y yo, tras haber pasado tantos años a su lado, entendía lo que sentía. No había más que decir. Asentí, y aunque mi corazón se resistía, supe que debía obedecer. Así fue como dejé a Febe atrás y comencé a explorar los diferentes lugares que ese infinito manto negro llamado universo tenía para ofrecerme.Pero, a medida que avanzaba, las preguntas comenzaron a inundar mi mente.

¿Qué debería hacer ahora?

Mi cerebro, en su silencio, ya conocía la respuesta: encontrar un lugar donde quedarme, aunque fuera temporal. Tal vez buscar comida, o algo parecido.

¿De qué manera conseguiría todo eso?

No estaba seguro de pertenecer a algún lugar. De hecho, no estaba seguro de nada. Ni siquiera sabía dónde estaba. No tenía a nadie. La soledad volvía a envolverme, más oscura que nunca.

Quizá debería rendirme y dejar que mi vida pase, esperando a que alguien más llegue, como Febe me encontró a mí.

—Hah... —exhalé, cansado.Las palabras que no podía tragarme escaparon de mis labios, suaves y cargadas de anhelo.—Si tan solo pudiera empezar otra vez... desde el principio...Esas palabras, ese deseo imposible, me desgarraron por dentro. Tal vez, si hubiera podido empezar de nuevo, Febe me habría permitido quedarme a su lado.Pase tanto tiempo rondando en el vacío del universo, solo, cuando un sonido distante rompió la monotonía de la nada. Puños chocando, resonando como truenos en la inmensidad. El mismo sonido que hacía cuando entrenaba con mi maestro Febe. Una sensación antigua, casi nostálgica, me empujó a investigar.Me acerqué a la fuente del ruido y los vi. Tres figuras inmersas en un combate furioso. Dos contra uno. El que luchaba solo era un joven de cabellos oscuros y ojos carmesí que brillaban con una determinación feroz. Los otros dos eran titanes, seres enormes con la piel rugosa y cuerpos colosales, similares a mi maestro, pero claramente más débiles. Sin embargo, la diferencia numérica era abrumadora.Me detuve a observar, mis ojos siguiendo cada movimiento con precisión. El joven luchador era ágil, su cuerpo se movía con una gracia letal, pero incluso con su habilidad, la presión de combatir solo contra dos titanes comenzaba a mostrar sus estragos. Sus movimientos eran cada vez más lentos, su respiración más pesada, pero seguía resistiendo. Podía ver en él una fuerza interna que lo impulsaba a no rendirse, aunque sabía que, de seguir así, no podría ganar.Mis pensamientos se detuvieron cuando uno de los titanes lanzó un gigantesco puñetazo directo al abdomen del joven, quien retrocedió bruscamente, tosiendo sangre. El otro titán aprovechó la distracción y lo atacó desde el flanco, derribándolo al suelo con un estruendoso golpe. El joven cayó de rodillas, jadeando, con una mezcla de ira y desesperación en sus ojos.Fue en ese instante cuando decidí intervenir. Recordé las palabras de mi maestro: no pelear a menos que sea necesario. Pero algo en mi interior me empujó a actuar. No podía quedarme de brazos cruzados viendo a alguien morir de manera injusta.—¡Mi nombre es Melars! —grité, atrayendo la atención de todos—. ¿Me podrían decir por qué están lastimando a ese chico?Uno de los titanes me miró con desprecio, su gigantesco cuerpo emanaba una energía oscura y hostil.—¿Acaso tienes que saberlo? —gruñó con voz profunda y resonante—. Desaparece, o te eliminaremos a ti también.Para intimidarme, liberó una oleada de poder, haciendo vibrar el aire a su alrededor. El suelo bajo mis pies temblaba por la fuerza de su presencia, pero no sentí miedo. Estaba acostumbrado a ese tipo de energía, mucho más intensa durante mis entrenamientos con Febe.Me acerqué al joven, quien aún luchaba por levantarse, y le pregunté:—¿Cuál es tu nombre?El chico me miró con una mezcla de incredulidad y furia.—¿Qué haces, idiota? —espetó, entrecortado por el dolor—. Ningún dios salvaría a otro, y menos cuando está en combate contra titanes. No tienes idea del poder que poseen.Ignoré su advertencia y volví a insistir:—¿Cuál es tu nombre?—Shadow… —respondió finalmente, con una voz debilitada.Shadow intentó ponerse de pie, agarrándose el hombro donde los golpes más brutales le habían dejado heridas. Su cuerpo estaba cubierto de sangre, su respiración era irregular, pero sus ojos seguían brillando con una intensidad indomable. Antes de que pudiera decir algo más, uno de los titanes se lanzó sobre mí desde atrás. Pude sentir el aire cambiar, su presencia aproximándose con una velocidad brutal. Giré rápidamente y esquivé su golpe, sus puños levantando escombros al golpear el suelo.—No quiero pelear con ustedes —dije, intentando mantener la calma—. Solo váyanse.Los titanes ignoraron mis palabras y cargaron contra mí. Vi sus movimientos claramente, como si el tiempo se ralentizara. Cada golpe, cada ataque que lanzaban, era torpe en comparación con los intensos entrenamientos con Febe. Sentía sus movimientos como si fueran insignificantes, como si el poder que poseían no fuera suficiente para siquiera arañarme."Si tengo que pelear, que sea rápido", pensé.Uno de los titanes lanzó un puñetazo, y, en un movimiento fluido, lo evadí y contraataqué. Mi golpe no fue tan fuerte, pero al impactar su cráneo, escuché el crujido aterrador de huesos rompiéndose. El titán cayó al suelo, muerto, su cuerpo inerte levantando una nube de polvo cósmico.El otro titán, viendo la caída de su compañero, rugió en furia y cargó hacia mí con una fuerza aún mayor. Antes de que pudiera reaccionar, Shadow, aún herido, se levantó y se abalanzó sobre el titán, atrapándolo con sus brazos. Con una furia desatada, Shadow golpeó al titán una y otra vez, hasta que su cuerpo quedó inerte. El silencio volvió a llenar el espacio.Shadow, jadeando y cubierto de sangre, me miró con asombro.—¿Quién eres? —preguntó, su voz ahora llena de respeto y curiosidad—. Acabaste con ese titán como si no fuera nada.Antes de que pudiera responder, su expresión cambió. Bajó la mirada y con voz más suave dijo:—Lo siento. Muchas gracias por salvarme la vida.Se irguió con orgullo, a pesar de sus heridas, y añadió:—Mi nombre es Shadow, dios de la oscuridad. Te debo la vida, Melars, y por eso te juro lealtad.Fue así como conocí a mi primer amigo. Shadow, con sus ojos rojos ardientes y su alma combativa, se convirtió en el primer ser que confió en mí, y yo en él. Aquel encuentro marcó el inicio de una amistad que, aunque nacida en el campo de batalla, perduraría en los rincones más oscuros del universo.

Tiempo después

Han pasado al menos cien años desde mi encuentro con Shadow. En este tiempo, he comprendido más sobre la existencia de los dioses y sus propósitos. También he sido testigo de la guerra eterna entre los seres colosales, los titanes. Durante este periodo, no pude evitar que surgieran preguntas en mi mente, preguntas que no me había atrevido a formular antes. ¿Por qué mi maestro me enseñó todo aquello? ¿Qué sentido tuvo mi presencia a su lado durante tan poco tiempo?Entonces, la respuesta comenzó a tomar forma en mi mente: quizás fue la traición lo que lo impulsó, una traición que marcó su vida. Mi maestro siempre me hablaba de lo que representaban mis ojos, de la carga que estos cargaban. Quizá, en el fondo, Febe se sentía solo, un ser poderoso vagando por los confines del universo, y decidió ayudarme por el vacío que también residía en su corazón. Porque, después de todo, ¿quién querría permanecer solo, escondido en un rincón olvidado del cosmos?Shadow, por su parte, había establecido su dominio en una región remota del universo, donde era conocido como el "Príncipe de la Oscuridad", en parte por su abrumadora belleza, una que incluso entre los dioses llamaba la atención. Cuando vio mi gabardina negra y el símbolo que llevaba en el pecho, decidió hacer una similar, aunque la suya era blanca, contrastando con su cabello negro y sus penetrantes ojos rojos. Era como si, de alguna forma, ambos hubiéramos encontrado un equilibrio entre la oscuridad y la luz, aunque ninguno de los dos lo reconociera abiertamente.Durante los siguientes mil años, Shadow y yo nos convertimos en dioses temidos en todo el universo. Juntos luchamos en guerras contra titanes colosales, seres inmensos que sacudían los cielos con su mera presencia. Sin embargo, ninguno de esos titanes se asemejaba a mi maestro, Febe. La inquietud comenzó a crecer en mi interior, y un día no pude evitar preguntar a Shadow sobre el nombre de aquel titán.—Febe —respondió Shadow—. Era un ser ancestral, incluso entre los dioses. No tenía rival. Nadie osaba enfrentarse a él, pero desapareció sin dejar rastro. Se dice que un chico llamado Temis, de cabello largo y oscuro, afirmaba haberlo derrotado. Tras eso, Temis se posicionó como el más poderoso de los dioses, su nombre resonaba en cada rincón del universo.El saber que alguien había derrotado a mi maestro me sacudió. Era imposible imaginar que Febe hubiera caído ante otro ser. ¿Era real? ¿O solo un mito más entre los dioses?Entonces recordé que aquel nombre, era el mismo que mi maestro llamo amigo alguna vez.A medida que avanzaban las batallas, fui comprendiendo cada vez mejor mis habilidades. Con cada enfrentamiento, mi poder aumentaba, y mi control sobre las fuerzas cósmicas se profundizaba. En una ocasión, abrí un portal que parecía un agujero negro, pero algo era diferente. Brillaba con colores desconocidos, destellos que parecían contener infinitas posibilidades. Al asomarme dentro, vi algo que me dejó helado: una versión de mí mismo, en una realidad distinta, donde había conocido a Febe, pero en esa ocasión… él me había eliminado de inmediato.Ese tipo de descubrimientos los compartía solo con Shadow. Era mi amigo más cercano, el único en quien confiaba plenamente. Él, por su parte, observaba con fascinación el crecimiento de mi poder, y comenzó a llamarme con un título que empezaba a resonar incluso en los campos de batalla:—Te has ganado el nombre de "El Dios del Juicio Final" —me dijo en una ocasión, una mezcla de respeto y admiración en su voz.No era un título que buscara, pero comprendí que, con cada victoria, con cada despliegue de poder, el universo me veía como un ser implacable. Y aunque mi corazón seguía anhelando respuestas y consuelo, sabía que el camino que estaba recorriendo no tenía marcha atrás. Shadow y yo, juntos, continuaríamos nuestra ascensión, aunque las estrellas parecieran cada vez más distantes.

"Es hora de tener un lugar para mi"

Decidí que era momento de establecerme en un lugar, un lugar al que pudiera llamar hogar. Había llegado el momento de construir mi propio palacio. Sin embargo, no contaba con que el odio y el miedo de los dioses hacia mi poder crecieran al punto de convertirse en una amenaza real. A pesar de que nunca había usado todo mi poder, ya me había posicionado como el segundo dios más poderoso, justo después de Temis, aquel dios al que conocía como traidor por haber abandonado a mi maestro, Febe.Mientras buscaba los materiales para lo que sería mi palacio, en los territorios remotos de Shadow, en un sistema alejado, fuimos testigos del nacimiento de una nueva raza. Estas criaturas, que nacían de seres con dientes afilados (los dinosaurios), eran semejantes a los dioses en forma, pero carecían de poder y su vida se extinguía con el tiempo, viviendo un máximo de cien años.Shadow y yo observábamos con curiosidad a esos seres mientras se desarrollaban. A pesar de su fragilidad y vida efímera, sonreían, formaban lazos, y convivían entre ellos como si cada día fuera eterno. Me pregunté cómo podían hacerlo. ¿Cómo podían mentirse a sí mismos y seguir siendo amigos? ¿Cómo podían sonreír cuando su tiempo era tan limitado? Pero, sobre todo, me intrigaba aquello que llamaban "emociones", particularmente el amor.Algunos dioses que tenían permiso para entrar en el dominio de Shadow solían visitar aquel planeta y ayudar a esos seres frágiles a mejorar en diversas áreas como la ingeniería, la agricultura y más. Aquellos seres comenzaron a progresar de manera sorprendente, y en sus naciones comenzaron a dibujar en sus muros representaciones de los dioses que los visitaban. Otros erigían enormes monumentos que llamaban pirámides. Con el tiempo, algunos comenzaron a cuestionarse sobre nuestra existencia, sobre qué éramos y de dónde veníamos.Visité ese mundo solo una vez. Fue suficiente para ver cómo se sumía en una guerra que casi lo destruye. Aquella guerra, iniciada por lo que los humanos llamaban "armas nucleares", trajo consigo el caos, y los pocos sobrevivientes comenzaron a desarrollar habilidades que con el tiempo denominarían "magia". La destrucción me dejó con más preguntas: ¿Por qué aquellos seres tan prósperos se aniquilaron a sí mismos? ¿Por qué transformaron a sus animales en criaturas más fuertes por el egoísmo de querer ser la nación dominante? ¿Acaso no conocen los límites o el instinto de autoconservación?Quizá mi orden a Shadow de evitar que cualquier ser entrara en su dominio fue excesiva. Si hubieran tenido visitas externas, podrían haberse unido contra un enemigo común. Pero no sirve de nada lamentarse ahora. Lo único que puedo hacer es seguir observando cómo ese nuevo mundo intenta reconstruirse desde sus cenizas.Un día, mientras continuaba en mis reflexiones, Shadow me interrumpió para decirme:—Tu palacio está terminado... Pero también tengo malas noticias.—Primero vayamos a verlo —le respondí, y él asintió.Viajamos hasta el remoto lugar donde brillaban las estrellas, allí donde el caos constante de las nebulosas creaba un espectáculo único. A lo lejos, antes de llegar, vi una estructura imponente. Parecía un templo majestuoso, con enormes pilares que se alzaban hacia el cielo. Me volví hacia Shadow, sorprendido.—Aún no llegamos y ya se puede ver. Es enorme —comenté.—Es majestuoso, como tú mismo lo eres, amigo mío —respondió Shadow con una sonrisa.Cuando finalmente llegamos, observé el lugar en detalle. El palacio estaba tallado en piedra celestial, semejante al cuarzo de la Tierra, pero mucho más resistente. Los enormes pilares resaltaban en la estructura, demostrando un poder absoluto solo con su

arquitectura. Sin embargo, antes de que pudiera admirarlo por completo, Shadow habló de nuevo.

—Lo siento... He sido descuidado y he dejado que los demás dioses fijen su atención en ti más que en mí. Comienzan a temerte, de la misma manera que una vez temieron a Febe.Lo miré, sintiendo el peso de sus palabras, pero le respondí con calma:—Amigo mío, la elección de combatir a tu lado fue mía, y de nadie más. ¿Por qué habría de culparte a ti por mis decisiones?—El no haberte protegido me llena de culpa —admitió Shadow, su voz cargada de remordimiento.A partir de entonces, comencé a investigar el origen de esos rumores. Todos provenían de Temis, el dios conocido como el más fuerte. Se decía que me consideraba una amenaza porque siempre parecía que me limitaba en combate, que nunca mostraba mi verdadero poder. Aunque aquello era cierto, jamás había revelado mis capacidades completas ante los demás dioses. Me pregunté qué había hecho mal para atraer esa desconfianza.Fue entonces cuando se me presentaron los acuerdos que llamaríamos "contratos", tratados que impondrían una tregua y limitaciones sobre mi poder. Shadow, siempre a mi lado, me sugirió eliminar a los demás dioses. Sin embargo, le respondí:—¿De qué serviría seguir luchando? Eso solo nos llevaría a una batalla interminable. Lo que realmente deseo es comprender aquello que los humanos llaman amor. Quiero una vida tranquila. Si eso conlleva sacrificar mi libre albedrío para obtener mi libertad, lo aceptaré con gusto.A lo largo de quinientos años, firmé diecinueve pactos. Finalmente, Temis se acercó a mí para ofrecerme el último, aquel que sellaría mi destino como dios. Sabía que no habría marcha atrás.Temis llegó a mi palacio con una propuesta que no era más que una sentencia de muerte disfrazada como renacimiento en alguna de las razas del universo. Shadow, que estaba presente, lo interrumpió con frialdad:—¿Y por qué no te elimino ahora, cuando nadie está aquí para protegerte? —dijo, su voz como un eco afilado que cortaba el silencio—. Después de todo, el poder que desprendes es tan débil. —Me miró con firmeza—. Tú, Melars, eres el dios más poderoso que existe.Vi a Temis rechinar los dientes, su mirada se tornaba cada vez más confusa. Finalmente, con una voz quebrada, preguntó:—Ese símbolo en tu pecho... es de Febe, ¿verdad?Asentí con calma, pero mi corazón ardía. Mi maestro, Febe, tú eres el dios que alguna vez lo llamó amigo, lo había dejado atrás, olvidado como si fuera basura en un rincón inhóspito y desolado del universo, donde todavía aguardaba su muerte.—Febe me enseñó todo lo que sé. Le debo mi vida —dije, con una furia contenida que se manifestaba en cada palabra—. Si vienes aquí buscando su ubicación exacta, no te lo diré. Puedes vagar por los confines del cosmos, pero no vienes a pedir perdón, ¿verdad? Si tus intenciones son otras... —Lo miré, mi ira a punto de estallar—, te juro que te reduciré a polvo junto con este sistema solar.Temis gritó, alzando la voz como un loco desesperado.—¡Vieron eso, dioses! —clamó—. ¡Este ser es una máquina de guerra! ¡El dios del juicio final! Aquel que, cuando combate, deja reinos desiertos y sus enemigos muertos. No importa que lo limitemos con contratos celestiales. ¡Un ser así no debería existir, solo trae caos al equilibrio!La paciencia de Shadow se agotó. Una onda oscura de su poder recorrió la sala, y con una voz profunda, gritó:—Están en su palacio. ¡Guarden silencio de una maldita vez!En ese momento, comprendí algo doloroso. La vida no es justa. Algunos nacen para sentir amor; otros luchan toda su vida por encontrarlo, solo para darse cuenta de que quizá jamás lo tendrán.Al mirar hacia arriba, vi el miedo en los ojos de los dioses. Incluso las palabras de Shadow resonaban en sus corazones.—"Puede revelarse..." —dijo uno de ellos, su voz quebrada por el temor. —"Es un peligro..." —murmuró otro. —"No ha mostrado todo su poder..." —susurró un tercero.Temis volvió a hablar, mencionando que había llegado la hora de cumplir con el contrato que me proponían. Miré a Shadow, mi amigo más cercano, y grité, lleno de frustración:—¡Les tienen miedo a lo que no comprenden! ¡Nunca levanté mi poder contra ustedes porque quería ser parte de su grupo! Podría haberme aliado con los titanes... ¡Mi maestro fue el más fuerte entre ellos! Pero... yo solo quería entender lo que significaba ser parte de algo más.Entonces, tomé la pluma con manos temblorosas y firmé el último de los 20 contratos. Las palabras resonaban en mi mente mientras las escribía:

"Renunciaré a mis poderes, habilidades y recuerdos, sellándolos en este pergamino celestial. Este contrato se activará y me dará la oportunidad de renacer en una raza que mi corazón anhela. Si alguna vez los dioses rompen este juramento, mis recuerdos volverán a mí, y recuperaré mi forma celestial."

Giré el rostro hacia Shadow. Nuestros ojos se encontraron, los suyos rojos como la sangre, los míos desiguales, uno azul, uno dorado. En ese instante, supimos que esta era la despedida. El fin de nuestra era. El fin de una amistad que había sobrevivido más allá del tiempo.—Gracias, Shadow —susurré—. Gracias por ser mi amigo.La pluma cayó suavemente sobre el pergamino, sellando mi destino. Una luz cegadora cubrió la sala, sacudiendo el cosmos entero. Las estrellas titilaron, una a una, apagándose en el vasto vacío.Mi cuerpo empezó a desaparecer, desvaneciéndose lentamente, hasta que ya no quedaba nada. Solo el vacío.Shadow, de pie en medio de la oscuridad, dejó caer sus lágrimas en silencio. Su mirada se dirigió a la Tierra, el pequeño planeta azul que había capturado mi corazón. Las palabras de despedida brotaron de su boca con un tono quebrado:—Cuídate, Melars... —dijo en un susurro—. Cuídate, amigo mío.La tristeza inundó su ser mientras su poder retumbaba por el vacío de mi palacio, resonando en cada rincón del universo. Yo, mientras tanto, flotaba en un limbo, viendo cómo los recuerdos de mi maestro, de mi amigo, y de todo lo que alguna vez había conocido, comenzaban a desvanecerse. Hasta que, finalmente, vi una pequeña luz en la distancia y, sin pensarlo, decidí acercarme...