1era parte
Cuando por fin abrí los ojos, lo primero que me golpeó fue una luz cegadora, tan intensa que apenas podía mantenerlos entreabiertos. La sensación era abrumadora, pero tras unos segundos, mis ojos finalmente se acostumbraron a esa luz. Y entonces, la vi.Frente a mí, una joven de cabellos negros como la noche y ojos café, profundos y serenos, me miraba con una intensidad que me atravesaba el alma. Jamás en toda mi existencia, ni como ser celestial, había visto algo tan delicado. Ella era preciosa, una figura de porcelana frágil pero perfecta. Me pregunté, ¿quién era esta mujer que me observaba con tanto cariño?A su lado, un hombre de cabello castaño, de una edad similar a la de la joven, me miraba con una sonrisa agotada. Había algo en su postura que irradiaba arrogancia, pero a la vez, parecía alguien que había luchado para ganarse su lugar en el mundo. Sus labios se movían, pronunciando palabras que no lograba comprender. Todo era un murmullo lejano y confuso:—"----¿???????????????" (¡Jhoel, acaba de nacer tu hermanito!)
La mujer me dedicó una sonrisa cálida, y aunque sus palabras también eran incomprensibles, sentí la dulzura en su voz:—"??????????????????" (Qué hermoso nuestro pequeño... ¿cuál será su nombre?)
No entendía lo que decían. Mi mente, todavía nublada, no lograba procesar el lenguaje, pero algo en mi interior supo que este era mi lugar. A medida que los recuerdos de mi vida pasada se desvanecían como polvo en el viento, una sensación de alivio me invadía. Por primera vez en lo que me parecía una eternidad, sentí algo que había olvidado: pertenencia.La vida que había dejado atrás como el dios Melars, mi existencia eterna y solitaria, comenzaba a disolverse en el olvido. Pero aquí, en los brazos de estos desconocidos que me miraban con amor, entendí algo. Tal vez no recordaría mi vida celestial, ni el poder que alguna vez poseí, pero aquí... podría encontrar lo que tanto anhelaba. Aquí, en el calor de una familia, tal vez finalmente hallaría lo que tanto había buscado en mi interminable soledad."Conociendo un poco el nuevo mundo"
—Espero no se hayan olvidado de mí —dijo Shadow, su voz grave resonando en el vacío—. Soy Shadow, y les contaré lo que ha pasado en estos 500 años después de la guerra que casi extermina a la humanidad.Después de esa guerra, los humanos comenzaron a sufrir mutaciones. La radiación de las bombas atómicas que emplearon no solo destruyó su civilización, sino que también alteró su biología. Algunos desarrollaron una fuerza física superior debido a un aumento en la masa muscular, capaces de romper rocas con sus manos desnudas. Otros ganaron una percepción aguda de la energía, llegando a ver partículas diminutas que antes eran invisibles para los humanos. Esa energía se convirtió en lo que hoy conocen como magia.Ahora bien, el dominio de la magia es lo que verdaderamente separa a los humanos de los seres superiores. Un dios como yo posee el 100% del poder, una cantidad infinita comparada con las otras criaturas de este mundo. Las hadas, que surgieron durante la reconstrucción del planeta, poseen alrededor del 5% de ese poder. Aunque pequeñas comparadas con nosotros, para los humanos son seres extraordinariamente poderosos.Por su parte, los humanos tienen apenas el 0.1% del poder total. Aunque algunos pueden absorber y manipular la energía a su alrededor, su capacidad es insignificante. Incluso aquellos que lograron fusionarse con hadas, como los primeros elfos, solo alcanzaron el 1% de poder. Los elfos oscuros, una variante más fuerte, llegaron hasta el 1.5%, pero aún están lejos del poder que las hadas manejan con tanta facilidad.Las hadas, seres nacidos de los árboles tras la purificación de la Tierra, controlan la energía de los elementos de manera instintiva: agua, tierra, fuego, viento, e incluso algunas ramas más raras como la oscuridad y la luz. Cada tipo de hada domina un solo elemento, evolucionando en sus hábitats naturales: volcanes, selvas densas, océanos profundos y desiertos vastos. A pesar de su increíble habilidad, su control no es absoluto, ya que solo manejan una pequeña fracción del poder en comparación con los dioses.Los humanos, en cambio, deben aprender la magia. Necesitan absorber la energía de la naturaleza y moldearla, lo que requiere concentración y esfuerzo. Mientras que las hadas tienen un control natural sobre los elementos, los humanos solo pueden dominar una pequeña parte, y aquellos que logran hacerlo se consideran afortunados. Aunque es raro, algunas hadas decidieron enseñar magia a los humanos, lo que permitió que estos comenzaran a construir imperios y ciudades en distintas partes del mundo.A lo largo del tiempo, surgieron otras criaturas extraordinarias. Los dragones, descendientes de reptiles mutados, emergieron en los desiertos y montañas. Estos seres poseen una fuerza monstruosa y un dominio de la magia, capaces de arrasar ciudades enteras. Los humanos, incluso aquellos que entrenan durante toda su vida, no podrían igualar el poder de un dragón. Para ellos, estas bestias son leyendas vivas, imposibles de derrotar sin la ayuda de seres más poderosos, como los elfos o las hadas."Nota del creador: Esta es solo una percepción de un ser que ve a los demás a lo lejos, por lo que son datos generales y lo que para el suenan más interesantes"
2da parte
Hola, mi nombre es Shin. Soy un niño nacido en una aldea remota llamada Pisac, situada en las afueras del país de Túcume. Mi aldea está bastante lejos de la capital, a unas cuatro horas de viaje en carreta. Abrí mis ojos por primera vez hace aproximadamente ocho años, y hoy quiero contarles mi historia.No recuerdo mucho de mis primeros tres años, pero mi padre, Ángel, siempre me dice que el día que nací fue muy extraño. Según él, no lloré como otros recién nacidos. En lugar de eso, los observé fijamente, como si intentara entender lo que sucedía a mi alrededor. Mi mirada reflejaba algo que mi padre describió como "satisfacción", aunque estaba confundido por la tranquilidad que mostraba. Mientras mi madre, Yovana, me sostenía llorando de emoción, yo solo la miraba, sereno.Desde muy pequeño, mis padres me contaban historias fascinantes sobre nuestro mundo. Historias de seres extraordinarios que algún día deseaba conocer. Mi padre, que en su juventud fue un aventurero, me contaba con orgullo sobre sus días de gloria. Era conocido como "Tanque", ya que portaba un inmenso escudo que utilizaba para proteger a sus compañeros en batalla. Escuchar sus relatos era una de mis cosas favoritas, me hacía imaginar aventuras grandiosas que, algún día, también viviría.Mi madre, por otro lado, era una sanadora. Pertenecía a un culto que adoraba al Hada del Sol. Siempre me hablaba de una leyenda que tiene más de 300 años y que marcó profundamente la historia de Túcume:En tiempos antiguos, cuando Túcume aún no era el gran reino que conocemos hoy, había un joven humilde, habitante de una pequeña aldea olvidada entre los valles. Su vida era sencilla, sin mayores ambiciones, pero su corazón albergaba una bondad que pocos en la región poseían. Un día, mientras caminaba por los bosques, encontró un árbol marchito, solitario y moribundo, como si su vida se extinguiera junto con el entorno que lo rodeaba. Bajo sus ramas secas, entrelazada en las raíces, yacía una pequeña hada. Su luz apenas titilaba, como una vela a punto de apagarse.
El joven, conmovido por la triste escena, se arrodilló junto al árbol. La debilidad del hada parecía reflejarse en el desamparo del árbol, como si ambos estuvieran conectados por un lazo invisible de vida y muerte. Sin pensarlo dos veces, el muchacho decidió cuidarlos. Día tras día, regresaba al mismo lugar, llevando agua para el árbol y abono para sus raíces cansadas. Sus manos, agrietadas por el trabajo, no temían ensuciarse, y su alma, llena de esperanza, nunca dudó de que ambos florecerían de nuevo.
Pasaron semanas y, con el tiempo, el árbol comenzó a mostrar señales de vida. Sus ramas, antes quebradizas, se llenaron de brotes verdes, y el hada, envuelta en un aura suave y renovada, despertó de su letargo. Sus ojos brillaron al ver al joven, que se encontraba a su lado con una sonrisa cálida.
—Has sanado este lugar con tu bondad —dijo el hada, su voz era suave como el viento entre las hojas—. Pocas veces los humanos actúan sin esperar algo a cambio.
El joven bajó la mirada, con humildad, y respondió: —No lo hice esperando nada. Solo quería ver algo hermoso florecer de nuevo.
El hada sonrió, flotando alrededor del joven con gratitud. Con un gesto delicado, alzó una mano y el árbol comenzó a crecer, elevándose hacia el cielo como un símbolo de esperanza. Sus ramas se expandieron y sus raíces se hundieron aún más en la tierra, alcanzando una altura imponente de veinte metros. Su sombra cubría todo el claro, protegiendo la vida que renacía a su alrededor.
—Por haber sanado este árbol —dijo el hada—, te otorgaré un don. Te enseñaré a sanar a los demás como lo hiciste conmigo. Te revelaré el poder de la magia de luz.
El joven, sorprendido, aceptó el regalo con un corazón lleno de gratitud. A partir de ese día, aprendió a dominar una magia que curaba las heridas y restauraba la vida: la Healing Magic, conocida simplemente como Heal. Con ella, pudo salvar a muchos de los que sufrían en su aldea y en las tierras circundantes.
Los años pasaron, y el árbol se convirtió en el centro de su hogar. El hada, agradecida por la compañía del joven, construyó su morada alrededor del tronco, envolviendo sus ramas en hilos de luz. Con el paso del tiempo, la modesta cabaña que había levantado el joven creció hasta convertirse en una aldea próspera. Y con los siglos, esa aldea se transformó en una capital, conocida hoy como el gran reino de Túcume.
El árbol seguía creciendo, majestuoso, irradiando una energía que mantenía la tierra fértil y los cultivos abundantes. Los aldeanos, y más tarde los ciudadanos del reino, lo regaban con devoción, sabiendo que su magia aseguraba la prosperidad de toda la región. Era más que un simple árbol: era el corazón de Túcume, un símbolo de vida y sanación.
El joven, aunque había envejecido, nunca olvidó la bondad del hada. En su honor, fundó una iglesia dedicada a la pequeña pero poderosa criatura. En ese templo, se promovía el amor y respeto hacia los seres pequeños, pues su magia era más grande de lo que muchos podían imaginar. Solo aquellos que demostraban ser dignos aprendían los secretos de la Healing Magic, y con el tiempo, la magia de curación se extendió por todas partes.
Hoy en día, cada grupo de aventureros que se adentra en los confines del mundo cuenta con al menos uno de estos magos. El poder del Heal evita que derrochen en costosas medicinas y pociones, y en cada hechizo lanzado, se recuerda la bondad de aquel joven pueblerino y la amistad que forjó con el hada bajo el árbol marchito.
Mi madre aprendió esa magia y se convirtió en sanadora. Fue así como conoció a mi padre, cuando ambos formaban parte de un grupo de aventureros. Tuvieron muchas aventuras juntos antes de retirarse para formar una familia.En nuestro país, cuando los niños cumplen 12 años, dejan atrás la infancia para convertirse en adultos. A partir de ese momento, deben elegir una profesión, una que marcará el resto de sus vidas. Esa decisión no es al azar, pues depende de sus capacidades físicas, mágicas o intelectuales, dones que comienzan a revelarse antes de llegar a esa edad. Para algunos, el destino está claro desde el principio, pero para otros... bueno, no siempre es tan sencillo.Yo crecí como cualquier otro niño, o eso creo. A decir verdad, siempre me he sentido como una sombra bajo las grandes habilidades de mi familia. Pero antes de que les cuente más sobre mí, déjenme presentarles a quienes me rodean, porque, como sabrán, toda historia tiene su raíz en la familia.Mi hermano mayor, Jhoel, es tres años mayor que yo y es el orgullo de mi padre. Desde muy joven, su mente funcionaba como un reloj perfectamente sincronizado. "Ese chico está destinado a ser un genio", decían los aldeanos, y vaya si tenían razón. A los nueve años ya desarmaba y volvía a armar cualquier objeto que encontraba en casa. Su carisma, sin embargo, a veces es eclipsado por un ego del tamaño de una montaña, pero, a pesar de todo, no puedes evitar admirarlo. Jhoel es un poco rellenito, con su cabello negro alborotado y esos ojos marrones que parecen brillar cada vez que encuentra una nueva forma de mejorar algún invento.Misael, mi otro hermano, es tres años menor que yo. Si Jhoel es el cerebro, Misael es la tormenta. Siempre lleno de energía, siempre corriendo de un lado a otro, metiéndose en líos que, de algún modo, logra sortear con una sonrisa traviesa en el rostro. "¡Misael, deja eso!", es probablemente la frase más escuchada en nuestra casa. Pero, al igual que Jhoel, Misael también tiene un don para la ingeniería, aunque su acercamiento sea un tanto... caótico. Con su cabello castaño despeinado y esos ojos verdes llenos de travesuras, es el torbellino de la familia.Y luego está Dana, mi hermanita pequeña, ocho años menor que yo. Aún es muy joven, pero ya parece tener algo especial. Tiene ese tipo de dulzura que te derrite el corazón con una sola sonrisa. Con su cabello negro como la noche y esos ojitos marrones curiosos, es el centro de atención de la familia. Cada vez que la miro, no puedo evitar pensar que tiene un gran destino por delante, aunque aún es demasiado pronto para saber cuál será.Ahora, sobre mis padres...Mi padre, Ángel, es un hombre fuerte, tanto física como mentalmente. A veces parece despistado, pero es de los que siempre tienen una solución a todo. "Si lo puedo hacer yo, ¿para qué contratar a alguien más?", suele decir. Y aunque suene como una frase orgullosa, la verdad es que lo que él toca, lo deja perfecto. Con sus manos construyó nuestra casa, junto con mi madre. Alto, de cabello castaño y ojos marrones, puede que no sea el más hablador, pero su presencia se siente en cada rincón de nuestra vida. Mi hermano Jhoel lo idolatra, y, para ser sincero, creo que todos en algún nivel lo hacemos.Mi madre, Yovana, es la razón por la que mi interés por la magia jamás ha desaparecido del todo, a pesar de mi... ¿incompetencia? Ella no es solo la mujer más hermosa que he conocido, con su largo cabello negro y sus ojos café que parecen ver más allá de lo evidente, sino que también es una sanadora increíble. Los aldeanos acuden a ella no solo por sus palabras reconfortantes, sino por la magia que fluye de sus manos como una suave brisa curativa. Gracias a ella, siempre hemos tenido más que suficiente, ya que la gente nos trae ofrendas en agradecimiento. Para mí, ella es la personificación de la perfección, aunque lo que más admiro es su sabiduría, esa que no viene del poder, sino del corazón.En cuanto a mí...Bueno, yo no soy como Jhoel ni como Misael. A diferencia de ellos, la ingeniería no me llama en absoluto, y aunque heredé la fuerza física de mi padre, lo que siempre me ha fascinado es la magia. Desde niño soñé con poder lanzar conjuros como mi madre, sanar heridas o, al menos, hacer algo especial. Pero, hasta ahora, ese don mágico no se ha manifestado en mí, y a medida que mi decimosegundo cumpleaños se acerca, empiezo a preguntarme si realmente nací con él.O tal vez... tal vez mi destino sea otro.Pronto lo descubriré."Nota del creador: La edad en la que se está contando esta parte de Shin es de ocho años, por lo que se puede deducir que la edad de los personajes es la siguiente: Angel: 30 años, Yovana: 28 años, Jhoel: 11 años, Misael: 5 años, Dana: recién nacida"
3era parte
En la escuela del pueblo, nos enseñaban acerca de las oportunidades que podríamos tener si destacábamos en inteligencia, fuerza física o magia. Regularmente, aquellos con habilidades mágicas o gran destreza física solían dedicarse a ser aventureros, personas que recorrían el mundo resolviendo misiones encargadas por una institución llamada "gremio".El gremio se dividía en dos ramas principales: el gremio aventurero y el gremio mercantil, cada uno desempeñando un papel crucial en el desarrollo del reino.El gremio aventurero era el bastión de los valientes, un refugio para aquellos dispuestos a enfrentarse a los horrores de lo desconocido. Sus miembros aceptaban misiones que iban desde la caza de monstruos aterradores hasta la búsqueda de hierbas medicinales en los rincones más remotos del mundo. Esta era una vida peligrosa, pero también gloriosa, llena de desafíos que solo los más audaces o desesperados se atrevían a asumir. Cada misión era una prueba del temple y la fortaleza del espíritu, y aquellos que regresaban con vida contaban historias de hazañas que se convertirían en leyendas.Por otro lado, el gremio mercantil formaba el pilar fundamental del reino. Aquí se cultivaban habilidades esenciales como la ingeniería, la metalurgia, la textilería y muchas otras ramas del comercio. Era en este gremio donde la mayoría de las personas comunes encontraban su lugar, contribuyendo al crecimiento y desarrollo del reino con su conocimiento y destreza. La destreza de un herrero o la creatividad de un tejedor eran tan valiosas como el acero de una espada en manos de un aventurero.Ambos gremios medían a sus miembros por rangos, una escala precisa que reflejaba sus capacidades y experiencia. En el gremio aventurero, la organización era la siguiente:Rango S: Los más altos entre ellos, los que habían alcanzado el pináculo de la maestría en su arte. Estos aventureros legendarios, casi mitológicos, eran convocados para las misiones más peligrosas y cruciales, cuyas hazañas perduraban en la memoria colectiva.Rango A: Aventureros de élite, dotados de habilidades excepcionales. Muchos de ellos eran líderes de grupos, forjando su camino en la historia con su destreza en el combate y la estrategia.Rango B: Guerreros avanzados que, tras completar un número considerable de misiones, habían ganado un renombre suficiente para ser tanto temidos como admirados. Su presencia inspiraba respeto en los corazones de sus compañeros.Rango C: Aventureros intermedios, competentes y capaces de manejar misiones de dificultad media con cierta experiencia, pero aún con un vasto horizonte de aprendizaje por delante.Rango D: Aquellos que habían superado las pruebas iniciales, dando sus primeros pasos en el mundo del aventurerismo, pero aún inmersos en un camino de mejora continua.Rango E: Novatos, recién llegados a este peligroso mundo, apenas comenzando a aprender los primeros pasos, con el brillo de la ambición en sus ojos.Rango F: El punto de partida. Aventureros recién llegados, algunos demasiado jóvenes o inexpertos, pero llenos de sueños y ansias de aventura.La estructura de rangos en el gremio mercantil era similar, donde los niveles también determinaban la habilidad y especialización en diversos campos, ya fuera en la construcción de imponentes edificaciones, la forja de armas excepcionales o la labranza de la tierra fértil. Este gremio era el corazón del reino, proporcionando empleos y asegurando que las tierras prosperaran, creando un tejido vital que unía a la comunidad en un esfuerzo común hacia el bienestar.La sociedad estaba dividida en clases bien definidas. La clase feudal, compuesta por los descendientes del joven que, según una antigua leyenda, había salvado al reino con la ayuda de un hada, se había erigido como la nobleza. Sus familias disfrutaban de lujos y poder, residiendo en imponentes castillos que se alzaban sobre la tierra, un símbolo de su estatus y de la conexión con la magia que había salvado a su hogar.La clase media, como la mía, vivía con menos privilegios, pero aún así prosperábamos gracias a las bendiciones del hada. Pagábamos tributos mensuales, una ofrenda a la magia que había asegurado que nuestras cosechas florecieran. En nuestra comunidad, se valoraba la habilidad de trabajar la tierra, y nuestras vidas, aunque marcadas por el esfuerzo, estaban impregnadas de una esperanza que crecía junto a los cultivos.En el extremo opuesto, se encontraba la clase pobre, una comunidad olvidada que sobrevivía en los barrios bajos. Era una zona sombría y peligrosa, donde la suciedad y la desesperanza se entrelazaban en cada rincón. Allí, las personas luchaban día a día por un trozo de pan y un techo bajo el cual dormir, atrapados en un ciclo de privaciones y sueños marchitos.La profesora Gladys, siempre con un aire de preocupación, nos advertía sobre los peligros que acechaban fuera del reino. —Los dragones —decía, con voz grave— son criaturas inmensas, dotadas de habilidades mágicas que emanan de su entorno. Entre los más conocidos estaban los dragones de fuego, cuya furia podía consumir todo a su paso, y los dragones de tierra, que se movían como sombras por los bosques. Pero también hablaba de monstruos colosales, como el minotauro, una criatura temida que poseía el cuerpo de un humano y la cabeza de un toro, símbolo de fuerza bruta y desafío. Y no olvidaba mencionar a las titanoboas, serpientes gigantes que podían alcanzar hasta 12 metros de longitud, capaces de deslizarse silenciosamente entre la maleza, esperando el momento propicio para atacar.Sus relatos llenaban nuestras mentes de imágenes aterradoras y fascinantes, recordándonos que la magia y el peligro siempre estaban entrelazados en nuestro mundo.Pero fue la historia de los elfos la que nos dejó en silencio. La profesora nos relató una leyenda tan triste que, aunque conocía cada palabra, nunca dejaba de estremecerme:Había una vez una niña pequeña, sola en el corazón del bosque. Sus ropas estaban rotas, y apenas tenía un zapato. Con una mano aferraba su único tesoro: un trozo de pan duro y reseco. Su mirada, vacía de esperanza, vagaba entre los árboles sin encontrar consuelo.
De repente, una luz suave apareció frente a ella. Un hada diminuta, con alas resplandecientes pero apagadas por la melancolía del entorno, flotaba en el aire.
La niña, con una voz quebrada y tímida, susurró: —¿Tú también estás perdida?
El hada la observó, sorprendida por la inocente pregunta. La niña, con las manos temblorosas, le ofreció el pan. —No tengo nada más... pero si tienes hambre, puedes comer esto —dijo, esbozando una sonrisa que ocultaba su tristeza.
El hada, movida por la pureza del gesto, flotó más cerca. —¿Por qué me ofreces tu comida? —preguntó, con una curiosidad que reflejaba la frágil empatía que la niña despertaba en ella.
—No quiero que tengas hambre... ni que estés sola —murmuró la niña, desviando la mirada hacia el suelo—. Yo sé lo que es estar sola...
El hada quedó en silencio, sin comprender del todo el peso de aquellas palabras. Finalmente, habló con suavidad: —Pequeña, dime, ¿qué deseas?
La niña levantó la cabeza lentamente, con los ojos llenos de lágrimas, pero también con un destello de esperanza que luchaba por no desvanecerse. —Quisiera... quisiera poder abrazar a mi mamá una vez más. Sentir que estoy a salvo, aunque sea por un instante.
El hada miró a la niña con tristeza en su corazón, un sentimiento que le era extraño pero que, de alguna manera, resonaba en lo más profundo de su ser. —Lo siento... no puedo cumplir ese deseo —respondió en voz baja, con una pena que nunca antes había sentido.
La niña no derramó más lágrimas. Solo asintió con tristeza. Y luego, con esa misma inocencia que tanto la caracterizaba, preguntó: —¿Y tú? ¿Tienes algún deseo?
El hada parpadeó, sorprendida por la pregunta. Nunca se había detenido a pensarlo. ¿Qué podría desear un ser inmortal? ¿Qué necesidad podía tener una criatura mágica, sin dolor, ni hambre, ni soledad?
—No lo sé... —respondió el hada, con un leve temblor en su voz—. Nunca he tenido un deseo.
La niña, conmovida por esa respuesta, esbozó una sonrisa sincera, llena de ternura. —¿No te gustaría tener una amiga? Alguien con quien compartir todo, alguien que esté contigo cuando lo necesites.
El hada bajó la mirada, como si tratara de entender lo que significaban aquellas palabras. Nunca había considerado la posibilidad de tener algo así. Entonces, con un susurro casi imperceptible, respondió: —¿Qué es una amiga?
La niña se arrodilló en el suelo, aún débil y exhausta, y extendió su pequeña mano hacia el hada, invitándola a acercarse. —Una amiga es alguien que te quiere, que te acompaña cuando estás triste y ríe contigo cuando estás feliz... Alguien en quien puedes confiar. —La niña miró al hada con una mirada tan sincera y llena de amor que las palabras parecían palpitar en el aire—. Si quieres, yo puedo ser tu amiga.
El hada, emocionada y confusa a la vez, se dejó llevar por ese sentimiento cálido que la envolvía. Flotó hacia la mano de la niña, posándose delicadamente sobre su palma. Y en ese instante, sintió algo que nunca antes había experimentado: un lazo invisible, un vínculo tan puro y profundo que la hacía sentir menos sola en aquel vasto e indiferente mundo.
—Seré tu amiga... —susurró el hada con suavidad, mientras brillaba con un resplandor cálido—. Prometo que nunca te dejaré sola.
Los años pasaron, y la niña creció, pero su cuerpo comenzó a marchitarse, víctima de una enfermedad que la debilitaba cada día más. El hada, siempre a su lado, la observaba con un dolor profundo que no sabía cómo expresar.
Un día, la joven, con una voz débil, miró al hada a su lado y le dijo: —No quiero que me dejes. Aunque mi cuerpo se apague... no quiero estar sola.
El hada, con el corazón lleno de tristeza, sintió que su promesa le pesaba más que nunca. Pero también sabía que no podía romperla. —No te dejaré... —murmuró—. Seremos una para siempre.
Y entonces, con un destello de magia, el hada se fusionó con la joven. No fue una condena, sino un regalo. Un regalo de amor, una promesa de eternidad. El cuerpo de la joven cambió: su piel se volvió clara como la luna, sus orejas se alargaron, y sus años se multiplicaron. Ella se convirtió en la primera de los elfos, con la magia del hada corriendo por sus venas y su esencia siempre en su corazón.
El hada no solo le había dado una larga vida, sino también el consuelo de saber que, en cada susurro del viento y en cada rayo de sol, su amiga siempre estaría con ella. Juntas, para siempre.
Al escuchar la historia, no pude evitar sentir un nudo en la garganta. Era un relato de amistad, sacrificio y dolor, un recordatorio de que, a veces, el amor y la pérdida son inseparables.