—Conozco una forma en la que podemos poseernos mutuamente —susurró Shen Nianzu, sus pestañas de color crema parpadeando y proyectando sombras delicadas sobre sus mejillas mientras miraba hacia arriba a Jin Jiuchi.
En esos etéreos ojos de amatista, Jin Jiuchi podía percibir la tensión subyacente, el nerviosismo y un atisbo de anticipación reprimida. —Además, no hay necesidad de que nos devoremos el uno al otro como tú y tu hermano, y nadie saldrá lastimado tampoco —se detuvo al llegar a esta parte, y Jin Jiuchi tuvo la sensación de que Shen Nianzu intentaba desesperadamente no mirar hacia abajo, y una expresión incómoda cruzó su rostro—. Bueno, tal vez... un poco lastimado. Pero nada que no podamos manejar.