—Tú... —él la miró. Una mirada y ella cerró la boca inmediatamente.
—Pueden reír todo lo que quieran. Pero recuerden, no les ofreceré dinero otra vez. La próxima vez, les quitaré la vida —las palabras los hicieron reír pero en el siguiente segundo notaron a caballeros entrando en el pequeño bar.
Había diez de ellos ya dentro de la pequeña taberna, pero muchos aún estaban afuera.
—Todos tienen armas que podrían manejar a todos ustedes. ¿Quieren pudrirse en la prisión por una sola mujer o quieren esa moneda de oro en su bolsillo? —él ofreció de nuevo. Esta vez, no parecían seguros como antes.
Se miraron unos a otros con una mirada preocupada en su rostro. Una capa de sudor y cómo tragaban. Harold estaba allí, con las manos en los bolsillos, una ceja levantada y por primera vez Hazel sintió que él era un hombre que controlaba la situación. Aunque no tenía músculos fuertes y una presencia dominante como Damien. Pero tenía ese encanto que controlaba a la multitud.