—Mi señor, los hombres del orfanato han regresado —Stagmore, el mayordomo de la casa del marqués Estrella de Medianoche miraba a todos lados, excepto a la cara de su amo.
Sabía que estaba oscuro como el fondo de la olla. Y si no tenía suficiente cuidado, él también se quemaría.
Los ojos aturdidos de Harold no se movían del expediente. Sus expresiones eran sombrías y nubes oscuras danzaban sobre su cabeza.
—Que pasen —Stagmore se detuvo. No estaba seguro de haberlo oído. Harold nunca los dejaba entrar. La mayoría de las veces los ignoraba, pero en raras ocasiones se burlaba de ellos enviándoles cinco o seis monedas de plata.
Incluso una familia común y corriente ofrecería más que eso.
—¿Vas a quedarte ahí parado pensando en mi decisión todo el día? —preguntó Harold con voz lenta, sin emoción alguna en ella, pero sus ojos se estrecharon sobre el anciano—. Si ese es el caso, iré yo mismo a llamarlos y atenderé el asunto primero.