Weston se encontraba sentado, con la cabeza inclinada. No se atrevía a cruzar la mirada con el caballero que le seguía. No se sentía más que un ratón atrapado en una manada de lobos.
Su presencia era enorme, presionándolo fuertemente contra el suelo.
—¿Usted es el invitado? —Un guardia salió de adentro y lo miró con un atisbo de sospecha. Intentó hablar, pero las palabras le fallaron. Así que asintió lentamente.
El hombre asintió y señaló el pasaje con su barbilla. Cuando Weston no se movió, replicó.
—Tienes que entrar. Solo. —Como si fuera la palabra clave. Weston lamentó haber venido aquí. Quería regresar.
Pero volver y mirar las caras decepcionadas de los niños sería aún más duro. Quizás la dama Elena tuviera razón, pero también podría equivocarse.
Reunió su coraje y dio los pasos hacia dentro. El oscuro pasaje solo tenía algunos apliques iluminados con antorchas parpadeantes. Incluso su propia sombra se veía grande y peligrosa detrás de sí.