Eva sostenía la carta en sus manos. Sabía que era algo importante o Damien no la habría dejado sola. Pero aún así no tenía la mente para leerla. Su corazón se sentía pesado. Le había costado mucho confesar su pecado. Pero ahora que él se había ido, no estaba segura de poder hacerlo de nuevo.
—Su gracia, ¿debería traer algo más ligero? —la criada la miró con una cara preocupada cuando Eva recordó que se había manchado la ropa.
—No, ayúdame a cambiarme de ropa primero.
Cuando Damien volvió, Eva ya se había cambiado a su camisón. Estaba tomando una sopa ligera de calabaza que él había pedido sólo por precaución. Sabía que a ella no le gustaba la comida insípida. Disfruta más del vino tinto y los mariscos picantes. Como la veía deprimida, había pedido mucho marisco pero ella no había tocado nada.
