En el palacio real,
—Pensé que ya no vendrías —un hombre de unos cincuenta y pico de años miró a Damien con una mirada emocionada mientras agitaba las manos hacia la silla.
—Me disculpo por la tardanza, Su Majestad. Estaba completando la tarea que me encomendó —su voz era tan calmada que uno no podía sentir ninguna emoción en ella, pero el hombre aún se rió con los ojos brillantes.
—¿De la manera que querías? —su pregunta mantuvo a Damien inmóvil por un segundo. Él podría haber matado a esos rufianes con su espada. O con dagas, o ballestas. Podría haberlos rajado y nadie habría sabido que fue él. Pero este hombre quería que fueran quemados y sin quemar nada a su alrededor.
—Sí, de la manera que querías —Las palabras se sintieron forzadas pero al hombre no le importó. Asintió con todo su cuerpo irradiando alegría. Parecía tan emocionado como si pudiera romper la mesa solo con tocarla.