—Buena perra —La criatura frente a mí se levantó y se alejó, y pude oír a una multitud de personas dándole las gracias mientras dejaba caer su comida al suelo.
Un rato después, la puerta retumbó de nuevo, y hubo silencio.
—Necesitas comer eso —dijo Ming Zhu señalando el charco frente a mi jaula. Ya no lo lamía del suelo, sino que metía su brazo a través de las barras y lo recogía en su mano antes de llevárselo a la boca.
Cuando me vio mirándola, se encogió de hombros. —Prefieren que lo lamaos del suelo, pero una vez que se van, podemos hacerlo de esta manera.
—No hay forma de que pueda comer eso —respondí, señalando la mezcla ahora rosa de algún tipo de grano, ramitas, piedras, tierra, saliva y sangre. Era una enfermedad esperando suceder, y preferiría morir de hambre antes que tener una sola partícula en mi boca.
—Lo harás —espetó la segunda voz, el veneno puro en ella me sorprendió. —Comerás hasta la última gota de eso.