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Tan pronto como las palabras del niño cayeron, los niños lentamente se levantaron y tambalearon fuera de la celda. A Lu Qian los esperaba en frente de la entrada de la prisión, y dijo —No hagan ruido. Síganme de cerca.
El niño y los otros niños lo miraron y asintieron. Al ver que eran obedientes, A Lu Qian se giró y abrió la entrada de la prisión.
Mientras la tenue luz de la vela de fuera se colaba en la oscura prisión subterránea, los vacíos ojos de los niños gradualmente se llenaron de luz. Miraron al joven que estaba de pie frente a ellos, y observaron cómo la luz amarillenta caía sobre su cuerpo, cubriéndolo como rayos de luz celestial. En el futuro lejano, cuando estos niños crezcan y establezcan la organización más poderosa en el mundo de las artes marciales, este momento seguirá siendo el recuerdo más preciado para ellos.