Los ojos de Armia se abrieron aleteando, con la cabeza palpitando como si alguien la usara para practicar en una batería. La luz del sol se filtraba a través de cortinas desconocidas, haciéndola entrecerrar los ojos.
«Ohhh... ¿Qué diablos pasó anoche?», pensó.
A medida que la conciencia volvía lentamente, se dio cuenta de dos cosas. Una, estaba tan desnuda como el día en que nació, y dos, había una Isabella igualmente desnuda desplomada sobre su pecho, baboseando un poco sobre ella.
«Ah. Cierto. Eso pasó.», pensó.
Armia miró alrededor, frunciendo el ceño. Definitivamente este no era el lugar de la fiesta.
La habitación era acogedora, con lujosos colores rojos y dorados que gritaban "el dormitorio de Isabella". Almohadas esponjosas y sábanas de seda las rodeaban. Armia miró a su alrededor y vio algunos certificados colgando orgullosamente de las paredes.
«Genial. Simplemente genial. ¿Cómo llegamos aquí?», pensó.