La cola de Melisa se contoneaba nerviosamente mientras ella y Cuervo caminaban por la calle concurrida. Las miradas la seguían, algunas curiosas, otras hostiles.
Un hombre se acercó, vestido con una camisa con cuello como si estuviera en camino a una oficina en la Tierra. Ni siquiera era un guardia ni nada, solo un tipo normal.
—Eh, señora, no estoy seguro de que se le permita...
Cuervo sacó un pedazo de papel.
—Melisa Llama Negra está exenta de las reglas de cuarentena —dijo Cuervo, interrumpiendo al hombre que tan amablemente intentaba hacerle saber a Melisa que había salido accidentalmente de su casa—. Trátelo con el rey.
—Yo...
Continuaron caminando.
Melisa suspiró, molesta.
«Concéntrate, Mel», pensó, cuadrando los hombros. «Estás aquí para salvar vidas, no para ganar un concurso de popularidad. ¡Que les den!»
—La casa debería estar cerca —murmuró Melisa, acercándose a Cuervo—. En... Calle Thornberry.
Cuervo asintió, sus ojos grises escaneando el entorno.