Armia observaba cómo Isabella elevaba una ceja perfectamente esculpida, sus ojos esmeralda brillando con curiosidad.
—¿Una fiesta? —se recostó en su silla y cruzó esas largas y esbeltas piernas. Sonriendo con suficiencia hacia Armia, apoyó la cabeza en su mano—. Y yo que pensaba que solo te gustaba tenerme cerca cuando podías lanzarme bolas de fuego.
Armia resopló.
—No te hagas ilusiones. No es como si te estuviera invitando a una cita o algo así.
—¿No lo estás? —Isabella la molestó, una sonrisa traviesa tirando de esos labios jugosos y brillantes—. Invitándome a una fiesta elegante... Una a la que Melisa ni siquiera va a asistir... La gente podría empezar a hablar, ¿sabes?
Armia rodó sus ojos dorados y suspiró.
—Mira, no es así, ¿vale? El General Neal me propuso matrimonio, y me ha invitado a esta fiesta para darme un gusto de la vida de alta sociedad o lo que sea. Solo... necesito a alguien con quien ir, y pensé que tú eras la mujer indicada para el trabajo.