Jaylin estaba en el jardín, con la mano extendida mientras ejecutaba por millonésima vez el hechizo de parada de un maldito golpe.
El sol golpeaba sus hombros sin piedad, el sudor le corría por la espalda en un asqueroso recordatorio de que estaba, desafortunadamente, en su pequeño predicamento.
—Maldita Melisa —masculló, con la mandíbula tan apretada que podía oír cómo rechinaban sus dientes—. De todas las inútiles... intrusas moradas con las que me podían emparejar, tenía que ser ella. Fan-maldita-tástico —pensó, como si hubiera más de un nim en su clase.
Había hablado con el profesor sobre eso después de clase. Comentó cómo le gustaría emparejarse con aquella otra chica - (¿Cuervo? Como fuera) - y que Melisa debería hacer eso por su cuenta, pero noooooo.
—Puedes trabajar con ella.
—Estará bien.
—¡La Señorita Blackflame es brillante! —Jaylin frunció el ceño.