Melisa estaba parada frente a la mansión de Javir, con su bolsa colgando del hombro y una determinación marcada en su mandíbula.
«Bueno, aquí vamos», pensó, tomando un respiración profunda antes de abrir la puerta.
El familiar aroma de hogar la envolvió al entrar. Por un momento, Melisa sintió un toque de nostalgia. Había pasado un tiempo desde que había pasado más de una o dos noches aquí, ocupada como había estado en la academia.
¡Melisa!
¡Uf!
Antes de que pudiera siquiera dejar su bolsa, una mancha púrpura se estrelló contra su sección media. Melisa gruñó, retrocediendo un paso mientras Hazel la abrazaba fuertemente con sus brazos.
—Hey, enana —Melisa rio, desordenando el pelo de su hermana menor—. ¿Me extrañaste?
Hazel asintió con entusiasmo, su cola moviéndose como la de un cachorro.
—¿Melisa? —la voz de Margarita se escuchó desde la cocina. Un momento después, su madre apareció, secándose las manos en un paño de cocina.