Melisa estaba sentada con las piernas cruzadas en su cama, con el diccionario del Mundo Antiguo que Zephyra le había regalado desplegado frente a ella como un antiguo y místico tomo. Lo cual, para ser justos, de algún modo lo era.
«Bueno, vamos a hacerlo», pensó, chasqueando los nudillos. «Es hora de hacer que suceda algo mágico. Literalmente».
Manejaba el libro con la reverencia de un sacerdote tocando una reliquia sagrada, aterrorizada de tan solo doblar una página. Lo último que necesitaba era una Zephyra enfadada reclamándole por dañar un artefacto invaluable.
—Vale —murmuró Melisa, pasando las páginas—. Mente... influencia... persuasión... vamos, dame algo bueno.
Su cola se balanceaba detrás de ella mientras escaneaba las páginas, deteniéndose ocasionalmente para anotar una palabra o frase prometedora.
Le encantaba esto. Esta parte de practicar magia era más adictiva que cualquier droga para ella.