—Muy bien entonces —dijo Aiden con frialdad—. No tengo que preocuparme en absoluto por la seguridad de Natalie.
—Si quieres, también puedo encargarme de enviarle esos mensajes reconfortantes en tu lugar —replicó Vincent con una sonrisa burlona.
Aiden simplemente lo miraba, dándose cuenta de que este hombre había descubierto que él era quien enviaba mensajes a Natalie todos esos años.
—Mmm... ¿cómo era el nombre otra vez? —Vincent fingió pensar, tamborileando con los dedos en el reposabrazos—. ¡Ah! ¿Pequeña estrella? —exageró el apodo con tono burlón y cantarín, mirando de arriba abajo a Aiden—. ¿Desde qué ángulo pareces una pequeña estrella, eh? Mi querida desde luego es un Sol, ¿pero tú? Vamos, me está dando vergüenza ajena.
Aiden, imperturbable, dejó que Vincent terminara su teatro, seguro de que aún no había acabado.