Sonya continuó rememorando el cuidado de Hildie. Había sido una niña encantadora, pero una vez que la salud y el corazón de su marido fallaron, no pudo cuidar de ella. Para ese entonces, Hildie había alcanzado la mayoría de edad y podía trabajar. Dejó a Sonya y encontró empleo cuidando a la enfermiza esposa y a la hija del Barón.
El aire se llenó con risas estridentes y el inconfundible sonido de cristal rompiéndose. Sonya salió de su ensimismamiento y se levantó rápidamente para investigar el origen del alboroto. Sus ojos se agrandaron al ser testigo de cómo los tres hombres de antes lanzaban una botella hacia un indefenso perro negro.
Al observar más de cerca, Sonya notó que no se trataba de un perro, sino de un masivo lobo negro. Sus inusualmente helados ojos azules vigilaban a los hombres bulliciosos, y los circulaba con cautela por un rato. Después de unos minutos, los hombres, todavía cubiertos de sangre, se fueron. Ella observó cómo el lobo los seguía al acecho.