James miró a Henry con tristeza en sus ojos enrojecidos.
—De ahora en adelante... si quieres volver y quedarte, eres bienvenido. No te echaré... pero esta casa nunca será tuya. No pienses que soy cruel...
El corazón de Henry dolía como si se estuviera desgarrando. A lo largo de los años, James realmente había sido amable con él. El vínculo entre ellos, al menos, era real.
Tembloroso, Henry levantó la cabeza.
—¡Papá, siempre serás mi padre!
Incapaz de quedarse más tiempo, Henry se giró y salió corriendo de la casa frenéticamente. Ni siquiera se detuvo a cenar, dejando a los sirvientes perplejos por su repentina partida.
Los ojos de James se llenaron de lágrimas no derramadas. Henry podría no haber sido su hijo biológico, pero las emociones y la conexión que habían compartido a lo largo de los años… eran innegables.