—¿No estás defraudando a tus padres? —Lin Wanli le tocó donde más le dolía.
Xiao Qinke de repente quedó atónita. Estaba acostumbrada a culparse y dejarse llevar por el odio. Nunca había pensado en lo que sus padres querían que hiciera en el futuro.
—Ahora es demasiado tarde —dijo Xiao Qinke con lágrimas en los ojos—. No tiene cura. Él solo está viviendo una vida deshonrosa.
—Vive un día más, y podrás ver más de este mundo por tus padres —Lin Wanli no intentó persuadirla, y su tono fue muy tranquilo. A ella no le gustaba predicar, pero podía entender la lucha interna y el deseo de Xiao Qinke.
—Haré lo mejor que pueda.
Eran esas cuatro palabras otra vez.
Lin Wanli inclinó su cabeza y miró al Maestro Xiao, quien a menudo mencionaba esas cuatro palabras. Mostró una leve sonrisa.
El Maestro Xiao frunció el ceño. Usó la mano que sostenía los palillos para apoyar su sien. Luego, giró la cabeza para mirar a Lin Wanli.
—No me estoy riendo de ti —Lin Wanli rápidamente lo consoló.