Sheila miraba por la ventana de su ático, sus uñas perfectamente manicuradas tamborileaban contra el vidrio. Despreciaba el mero pensamiento de que Linda estuviera cerca de Pedro, el hombre que creía que le pertenecía por derecho. Eso hacía que su sangre hirviera de celos y enojo. Algo tenía que hacer, y sabía justamente a quién recurrir para resolver su pequeño problema.