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Lucía sabía que Roan había perdido la vida. Ella sabía en el momento en que su esposo dejó de respirar; podía sentirlo en su alma, atravesando su corazón con un dolor indescriptible desgarrando su corazón. Un lazo, una cadena que ataba su mismo ser fue desgarrada sin piedad, tan abruptamente que se sintió como si la muerte misma la cortara con su guadaña.
Y era doloroso. Tan, tan doloroso que gritaba y lloraba hasta quedarse dormida todas las noches.
Ella no quería vivir más. Quería estar con su esper, su esposo, su paladín. Su Roan.
Pero miró hacia abajo, a su doloroso pecho, y su abdomen ligeramente hinchado. Y sollozó. Porque era tan doloroso, y ella solo quería estar con su esposo, pero no podía. Porque dentro de su vientre estaba la prueba de su unión con Roan, y nunca podría permitir que esa unión quedara sin nacer.
Así que lloraba hasta quedarse dormida, abrazando su debilitado cuerpo, pensando en su familia: la familia de Roan, esperándola, esperando a su hijo.