—Ven aquí —Zein extendió sus brazos, acercando a Bassena y cerró la puerta con su otra mano.
En el momento en que esa cabeza empapada tocó el hombro del guía, Bassena abrazó a Zein fuertemente en un movimiento que parecía más una reacción automática que una respuesta consciente, y atrajo al guía hacia su abrazo, como si se aferrara a un salvavidas. —Lo siento —la voz, que salía de los labios presionados en la cavidad del cuello de Zein, era ronca y temblorosa.
—No es tu culpa —Zein no tenía idea de qué se disculpaba Bassena, pero podía hacer varias conjeturas, que todas tenían algo que ver con la Víbora Dorada y los Vaski.
—Lo siento —Bassena aún susurraba débilmente, y probablemente, no era simplemente un caso de sentirse culpable por asociación.