William acababa de terminar su ejercicio y todavía se estaba enfriando, el sudor brillando en su piel, cuando escuchó sonar el timbre de la puerta. Frunció el ceño por un segundo, confundido, luego su rostro se iluminó con una sonrisa. Solo había una persona que tenía permiso para subir a su ático sin avisar además de su familia: Sanya. Y sabía que su familia no pasaría por ahí hoy.
Rápidamente abrió la puerta, y su sonrisa se ensanchó al ver a Sanya parada ahí. Se enderezó instintivamente, observando cómo su mirada viajaba de su cabeza a sus pies.
—¿Te gusta lo que ves? —le dijo en broma, con una sonrisa juguetona extendiéndose por su rostro—. ¿No está tu futuro esposo en forma y se ve bien?
El rostro de Sanya se volvió de un rojo profundo, y la sonrisa pícara de William solo se ensanchó mientras mantenía la puerta abierta, haciéndole señas para que entrara. No pudo evitar reír cuando ella lo miró con enojo, incluso mientras se hacía cómoda en su ático.