El corazón de Rain latía con fuerza en su pecho. Podía sentir el calor de su aliento contra su piel y la firmeza constante con la que él la sostenía. Por un segundo, el mundo a su alrededor parecía desvanecerse, dejando solo a ellos dos allí, bañados en el suave resplandor de las luces de la ciudad.
Su respiración se entrecortó, y buscó palabras, pero no llegó ninguna. La presencia de Alejandro era abrumadora, y las bromas juguetonas de antes habían dado paso a algo mucho más intenso, algo que hacía que su pulso se acelerara y su mente girara.
Rain finalmente logró sonreír, aunque esta vez fue una sonrisa más suave, más vulnerable. —Supongo que entonces tienes una buena vista de mí —susurró, su voz apenas audible.
Los labios de Alejandro esbozaron la más leve sonrisa. —Cristalino —respondió, con un tono tan firme como siempre, aunque había un destello de algo en sus ojos, algo que hizo que el corazón de Rain volviera a palpitar.
—Esos dos deberían conseguir una habitación.