Jane Molson le gustaba pensar en sí misma como una mujer sencilla, con deseos simples y necesidades aún más simples. De hecho, si le pidieran que dejara todo en la Tierra y eligiera solo una cosa, no elegiría una cosa, elegiría a alguien. A su preciosa hija, su Emily.
Esa niña era literalmente su mundo, a veces, de la nada, Jane miraba a su hija y pensaba «¿Qué he hecho para merecer a una hija tan maravillosa como tú?». Como era una pregunta interna, nunca obtenía una respuesta, pero eso no importaba. Emily era suya pase lo que pasase.
Sea lo que fuera que hubiera hecho o no, Emily era su hija y Jane la amaba más que a nada en el mundo entero. Sin Emily, Jane no estaba segura de si habría sobrevivido la pérdida de su esposo.