Giovanni ayudó a Rosa a levantarse. Ambos se miraron. La tensión en el aire era muy densa.
—¿Estás bien? —le preguntó.
—Sí, lo estoy.
—Ok, me iré ya —le dijo y se dio la vuelta para irse.
—Gio —lo llamó de vuelta.
—¿Sí? —se dio la vuelta de nuevo.
—¿Estás bien tú? —le preguntó ella.
—Lo estoy —respondió él.
—Ya no hablamos como antes, ¿estás bien? Te extraño —le dijo ella.
La miró y rió, su risa era amarga y tenía un dejo de burla.
Se acercó más a ella y se inclinó para susurrarle al oído.
—No tienes derecho a hacer eso, no tienes derecho a extrañarme o preocuparte por mí. Arruinaste lo nuestro y lo que teníamos por un hombre que nunca te verá como pareja.
—Gio —dijo ella con voz temblorosa, él la miró furioso y se fue.
Los ojos de Rosa estaban llenos de lágrimas, respiró hondo y recuperó su compostura.
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