—Adeline asintió pero tenía curiosidad. ¿A dónde la estaba llevando?
Fue sorprendente encontrarse de pie en un campo de tiro a cierta distancia del jardín. Frente a ella había cinco blancos, cinco bloques de apoyo y una pistola colocada en cada uno de ellos.
—César... —se giró para mirarlo—. ¿Qué hacemos aquí? —fue entonces cuando se dio cuenta de por qué él le había preguntado si sabía disparar.
César se quitó la chaqueta, entregándosela al mayordomo que se le había acercado. El mayordomo estaba a cargo de la casa debido a que César apenas iba allí. Se aseguraba de que la hacienda se mantuviera limpia, si no reluciente ante los ojos, y de que todo estuviera organizado a su gusto.
Era un hombre exigente, después de todo.
César se acercó al primer bloque y recogió un AK-47.
—Vamos a practicar tiro, muñeca —le lanzó una mirada a Adeline, con una sonrisa evidente en su rostro.