Esas manos grandes, Adeline las necesitaba de vuelta en su cuerpo. Sus labios calientes sobre los de ella, eso de él que la dejaba embriagada de deseo y con necesidad de fundirse completamente en él. Lo amaba, aunque no pudiera explicar qué era.
—César soltó una risa, extendiendo su mano para recogerle el cabello detrás de la oreja —Me gusta hacerte bromas, supongo.
—¿Qué? Pero
—Relájate para mí. Habrá una próxima vez —Él besó su glándula de apareamiento e inhaló su aroma con los ojos cerrados.
Adeline tembló al sentir el caliente toque de sus labios y arrugó el rostro. Respiró suavemente y apoyó la cabeza en su hombro, cerrando los ojos.
—César... —Su murmullo era bajo y apenas audible, de repente debilitado.
César acarició su cabello y sonrió suavemente —Nadie jamás podrá darte lo que yo puedo. Ni siquiera placer. Solo puedes desear mi toque y todo lo que tengo para darte, Adeline.