El humo se enroscaba en el aire de los aposentos principales de la Morada Wushan, una vista tan familiar que Xiao Fu sentía un extraño sentido de consuelo al verlo deslizarse detrás de la pantalla de celosía donde su padrino se estaba bañando en ese momento.
Últimamente, los sueños de Xiao Fu habían tomado un giro inquietante, ya no estaban llenos de risas sensuales y miradas coquetas de ojos conocedores. En cambio, el humo que siempre estaba presente se había convertido en las nieblas que cubrían el Lago del Oeste en el sur y su padrino se había perdido en sus profundidades, distante como las montañas azules que se mantenían fuera del alcance.
En su sueño, Xiao Fu intentaba llegar hasta él, agarrándose con manos desesperadas al aire hasta que se daba cuenta de que estaba demasiado lejos en el agua y había olvidado cómo nadar.
Nunca era una buena sensación despertarse atragantado, con el pecho agitado por el esfuerzo de toser agua que no existía.