—A su crédito, los eunucos fueron delicados cuando bajaron a Yan Zheyun. Lo ayudaron a arrodillarse y él hizo su mejor esfuerzo para agarrar la manta desde adentro para evitar que se desenrollara a su alrededor. Sus ojos parpadearon abiertos y se encontró en el suelo frente al emperador.
Lo que vio le cortó la respiración.
El emperador estaba sentado en el borde de la cama del dragón. Se recostó sobre sus brazos, con las piernas extendidas hacia afuera con una informalidad que Yan Zheyun no creía que fuera capaz. A pesar de su postura relajada, miraba hacia abajo a Yan Zheyun con una mirada evaluadora que hizo que Yan Zheyun se tensara. De repente recordó un poema del cual su compañero de dormitorio, un estudiante de literatura inglesa, solía entusiasmarse. Los ojos del emperador eran muy oscuros, pero había un brillo afilado en sus profundidades que lo hacía sentir como si fuera observado por un tigre en el bosque de noche.