—No tienes que hacer esto —susurró Islinda a Valerie mientras caminaban por el sendero hacia su casa.
Eran aproximadamente las tres de la mañana y, aunque nadie debería estar despierto a esa hora, aún así no podía evitar ser cautelosa. Algunos aldeanos madrugaban y Islinda no quería que lo vieran. Aunque Valerie llevaba la capa asegurada, seguramente surgirían preguntas al verla con un hombre y ella no quería esa atención.
—Dijiste que algo te siguió antes, necesito asegurarme de que no se repita una segunda vez —le dijo Valerie, revisando el entorno y sin notar que Islinda lo miraba.
Era tan dulce. Islinda nunca pensó que encontraría conmovedor que un hombre se preocupara por ella. Así que reaccionó por impulso alzándose sobre las puntas de sus pies y dándole un beso en la mejilla. Valerie se sobresaltó por la repentina acción, pero sus ojos dorados brillaron con interés y se atenuaron antes de que una sonrisa cruzara sus labios.