Eran Isaac y Maxi.
Tampoco necesitaba preguntarles a qué venían a la biblioteca solos con el pelo de Maxi alborotado y la correa de su pequeño vestido resbalándose de un hombro. Isaac no era diferente con su túnica arrugada y su cabello revuelto como si Maxi hubiera estado pasando sus manos por él todo el día.
Sí, lo hicieron. Maxi tenía ese resplandor poscoital e Isaac estaba sonriendo como un tonto. Que los dioses la salven.
—¡Islinda, mi humana favorita! —exclamó emocionada Maxi y corrió hacia ella con las manos extendidas.
Islinda tragó saliva, esperando el impacto con nerviosa anticipación, su pulso acelerado. Cerró los ojos cuando Maxi la rodeó con sus brazos y la levantó del suelo. Islinda gritó mientras la cambiaformas de caballo la giraba alegremente antes de ponerla de nuevo sobre sus pies.