Islinda sólo sorbió el tónico mientras Aurelia hablaba y se tensó al escuchar las repugnantes palabras del Fae. Levantó la cara, mirando al ignorante Fae con ojos oscurecidos por la ira.
—¿Qué acabas de decir? —preguntó Islinda, su voz tan fría como el hielo.
Aurelia vio su mirada severa y se dio cuenta de que había metido la pata. Tragó saliva, con la boca abriéndose y cerrándose sin ayuda.
—¿Por qué no hablas, Aurelia? ¿Le pasó algo a tu lengua? —Islinda la provocaba, con una mirada helada como una lanza al corazón.
—Sólo trataba de señalar que tener un bebé para el Príncipe Aldric no es la mejor idea —finalmente habló Aurelia, tratando de explicarse y salir de esta situación que ella misma había provocado.
—No me había dado cuenta de que podías hablar tan amablemente o ¿debería recordarte que estabas eliminando las posibilidades de que un maldito niño Fae oscuro anduviera suelto? —dijo Islinda con un tono meloso que no ocultaba la ira ardiendo dentro de ella.