—Dime, princesa, ¿me extrañaste? Porque yo sí.
Esa confesión se sintió como un rayo que golpeó a Islinda en la cabeza y sus sentidos comenzaron a tambalearse. Sus ojos se abrieron del tamaño de la luna mientras su boca se abría, completamente atónita.
¡De ninguna manera! Islinda levantó rápidamente una mano a su boca para evitar gritar. Esto tiene que ser un sueño. ¡Aldric no acaba de decirle eso!
—¿Por qué no hablas? —preguntó él con el ceño fruncido, mirándola fijamente.
Islinda tuvo que calmar su corazón acelerado recordándose a sí misma que este no era el verdadero Aldric. Era solo su personalidad. Una parte de él que estaba extrañamente abierta al afecto. Ella tenía problemas para asimilar eso.
—Aldric… —suspiró ella, colocando su mano en su pecho para crear espacio entre ellos porque su cercanía estaba teniendo un efecto extraño en ella. Pero su maldito alter ego no se inmutaba y se mantenía firme como una roca.