—Islinda se despertó ante unos ojos azules brillantes en la oscuridad y soltó un grito de sorpresa hasta que reconoció la silueta familiar.
—En serio, Aldric —suspiró en voz alta, volviéndose a caer en su cama y pasándose la palma de la mano por la cara.
Islinda intentó recuperar el aliento, su corazón latiendo sin control en su pecho. Estas Hadas serían su muerte. Seguramente moriría de un ataque al corazón, Islinda estaba segura de ello.
Contento de casi haberle sacado el susto de la vida, Aldric finalmente encendió la luz y ella pudo distinguir sus rasgos. Por supuesto, el príncipe oscuro estaba en su estado de ánimo habitualmente alegre y cruzó por su mente que nunca lo había visto triste aparte de las ocasiones en las que veía el dolor del luto en sus ojos pero él lo disimulaba antes de que ella pudiera reflexionar sobre ello.