—Madre me vio y me pidió que no le dijera a nadie, pero me mataba mantener ese secreto de todos ustedes. ¿Qué clase de lógica es esa, un hijo existiendo para trabajar por el bienestar del otro como un buey? Ahora sabemos por qué tía se atrevió a hacer declaraciones tan desagradables y con derecho, como que tu dinero me pertenece, madre no es su hermana —dijo Chi Zimo para concluir.
Él estaba sacudiendo su cabeza con total decepción por las cartas que la vida le había dado a su madre.
Por un rato, todos permanecieron en silencio, sin saber qué decir o hacer sobre la situación actual. El único sonido en la casa era el de Pearl que estaba maullando fuerte y persistentemente en su canasta.
Las sirvientas trajeron té y aperitivos y luego se fueron silenciosamente. Mei-Mei también había regresado con la boca sucia, cubierta de mermelada de fresa roja.
—Entonces, ¿qué dice tu madre sobre todo esto? —preguntó la vieja señora después de un rato.
—Está en shock —respondió Chi Rui.
